Se vino a vivir, (donde no llegaran las señales hercianas) donde los molestosos timbres de los teléfonos no les perturbaran ni le hicieran revivir el dolor que le enfermaba las entranas. Porque también le molestaba saber que manipulaban los tontos que muchos son, con el producto de la naturaleza, haciéndonos la vida dependiente de sus promesas de felicidad en las nubes de algodón, que mueve el viento por donde corren hilos de aceros invisibles llevando multitudes de sueños que envuelven la vanidad.
El cree ciegamente que están haciendo el mundo más estúpido y dependiente. Allí en lo alto de la montaña, no eran prescindible los móviles, no existían las comunicaciones, y aun podían los campesinos adivinar las señales de humos de sus vecinos. Y el dolor de sus recuerdos se iría apagando como el atardecer entre los palmares.
Eran pocas viviendas, y su vida dependía de lo que producían y lo que el bosque le brindaba. Una sola calle era todo lo que el pueblo tenia, y algunas viviendas un poco más alejadas con sus jardines silvestre sin tijeras ni recortes delineados, como en las grandes ciudades. Blanco como copo de algodón pintado de blanco o tenido de colores con cal viva.
Cuando pequeño Juan solo supo tener los juegos que su imaginación pudieron ofrecerle con los elementos que tenía a mano La naturaleza, pero su placer era irse a marotear frutas con los amigos, a cazar aves con tira piedras, y cosas muy triviales que lo mantenían ágil y flaco. Hoy ve como los niños, no levantan la vista ni para pedir las bendiciones a sus padres, porque están sumido en un aparatito brillante que lo mantiene hipnotizado he imbéciles todo el tiempo. Era extraño, porque los móviles atraen a la gente como mosca, pero Juan, tenía razón para aborrecerlos.
La vida se está volviendo loca, el amor a las cosas le está quitando el brillo al amor, nadie está pendiente de lo que pasa a su alrededor, y mucho menos de los sentimientos y sufrimiento de los que nos rodean. Tu no consigue quien te escuche, porque siempre una llamada, una notificación de que LeBron James metió un canasto de tres, Pique metió un golf, o que Jlo, termino con su novio, es más importante que la vida de los amigos, más que sus historias sueños, risas y penas. Nos alejamos de los presentes para estar cerca de los lejanos, pero sin remediar nada, como la sangre que tiñen las noches y las mañanas de los terroristas y sus víctimas como salvoconducto a la gloria prometida.
Aquí lejos de los rascacielos, de las luces y las sirenas constantes, el rugir de los motores y el aire contaminado, es más claro el cielo, y la lluvia más fresca y pura. Aquí lejos de las multitudes, no ve como la basura se amontona en cada esquina, a diferencia de las hojas secas que hacen de la tierra oler a humus que aviva la vida del bosque como un mar verde donde se pierde el horizonte, con una explosión de brote que lo meses como el viento a las olas, llenándolo de colores y olores inconfundibles, donde siempre crece la primavera, aunque sea invierno o verano.
Es un pueblo, de gente sin apego, porque tienen lo que los llena y los hace felices. No necesitan de autos, no tienen calles para correr, ni distancias que recorrer, y menos adornarse la piel, porque no tienen a quien confundir, o conquistar con camuflaje.
Y sabes que como aquí no existe nada que le interese al gran capital, como una mina, o algo parecido, ni un gran público de consumidores, sabes que se tardaran en venir con sus fórmulas salvadoras, y la vida será como la ha planeado, tranquila pura y apacible, con los bolsillos lleno de semillas para plantarla en cualquier hueco que la vegetación o la depredación haya dejado libre donde crecer un nuevo árbol, donde harán sus nidos los pájaros.
Cuida de que el pueblo no se contaminara de civilización, por lo menos tiene encanto y profesionalidad para atraer a la gente, para liderar, tiene muchos recursos para retrasar las antenas, y como el pueblo no es paso hacia ningún gran lugar, no estaba entre los mapas de desarrollo de las grandes corporaciones. Allí se va, la entrada es la salida. Y son pocos los que vienen como pocos los que se van. Allí quedan las cruces, rodeadas de margaritas, tan simple y frecuente como las olas, tan visible y encantadora como la brisa fresca y la llovizna del arcoíris.
Demasiado bello y fresco era el lugar, para que, en la era del internet, no se conocieran sus bondades, y ante tantas codicias y aventuras, era predecible que a juan no le duraría su anónima bondad.
la gente busca el bosque y cuando llega al mismo rompe su equilibrio y belleza para hacerse un traje a la medida de su mezquindad, y mientras más dinero tienen, más grande es su ego. Era su queja, lo veía por todo el mundo, por su patria violada como niña en desamparo.
Pero el afán de progreso precede y está por encima del deber, y nadie calcula el daño futuro si los beneficios particulares son evidentes. Juan había visto destruir muchos ríos, muchos árboles construyendo carreteras, barrios, viviendas, villas etc. Para el progreso. Las ruedas no se detienen ni lo harán menos para los insectos que aplastan contra el asfalto que se derrite al sol.
Derribamos arboles de larga vida, criadero de pájaros y mariposas para construirle jaulas de colores y parquear máquinas de ruidos y humos. No plantamos los jardines y nos llenamos los rincones del corazón de flores de plásticos marchitados sin pasión ni razón.
Sin que Juan tuviera la fuerza, sin que le faltara la voluntad, llegaron las telefónicas clavando sus garras en el espinazo de las montañas, y detrás de la primera llegaron todas, tragándose el silencio las remesas, sin a cambio, no sumar más que noticias e informaciones inútiles, y los timbres volvieron abrir las heridas que Juan recordara de un delincuente que arrebato el móvil y la vida aferrada como insecto a la luz brillante de la pantalla, de su hija.