En la época de las radicalizaciones, cuando la derecha perdió el pudor, se desnudaron las garras nefastas del imperialismo, Balaguer revivió la represión Trujillista  y la izquierda reivindicó  la generosidad, se produjo un enfrentamiento desigual, sin piedad, troglodita y genocida.

El Movimiento Popular Dominicano (MPD) era el blanco y era la respuesta.  Por eso, las fuerzas represivas cavernarias del sistema se ensañaron contra una base decidida y una dirigencia contestataria.

Su Secretario General, Maximiliano Gómez, conocido como El Moreno, se había convertido en un dolor de cabeza y en una leyenda, con mil historias y cientos de relatos, definido por sus enemigos como “un guerrillero rural y un combatiente urbano”.

Era un líder carismático, con la aureola mítica de cualidades extraordinarias, porque trascendió de ser un obrero, tornero, del Ingenio Consuelo, de San  Pedro de Macorís,  a ser un dirigente máximo de izquierda, del MPD, y convertirse en un ideólogo de vanguardia.

Yo, no era militante del MPD, ni había conocido a El Moreno.  Pero sus historias y sus propuestas me fascinaron.  Lo idealizaba a mi manera.  A través de un pastor anglicano, simpatizante del este partido, en plena clandestinidad, una mañana de primavera, nos recibió en un apartamento de la Avenida Bolívar. 

Vestía sencillo: Un pantalón de kaki y una camisa blanca mangas cortas.  Vi unos ojos color café que inspiraban confianza y una sonrisa de ternura.  Desde que lo vi me impactó.  Me quedé mucho tiempo mudo, observándolo con éxtasis.  Maximiliano comenzó a explicar la realidad dominicana con una

profundidad que  muy pocos catedráticos de cualquier universidad podían  hacerlo.

Los ojos le brillaban, se trasformaban, convencía hasta a los que no estaban oyéndolo.  Calmo, tranquilo, con naturalidad, sin teatralización, sin poses, desarrollaba un discurso coherente a nivel de conversación.   Mis ojos se sobredimensionaron cuando comenzó a desarrollar su visión sobre la izquierda tradicional dominicana, su alienación y su colonización, donde fotocopiaban los textos de los teóricos marxistas (Marx, Engels, etc.), repitiéndolos textualmente, sin entender que eran pautas para comprender la realidad y poder transformarla.

Yo, con la fiebre academicista de una sociología abstracta, atrevidamente cuestionada, estaba fascinado, hechizado, cuando Maximiliano  desarrollaba su tesis de la “descolonización ideológica”.   No podía creerlo.

Vinieron las preguntas, las respuestas y cada una de ellas era una cátedra, de  un obrero, que no fue a la universidad, autodidacta, que con su práctica política, revolucionaria, y sobre todo por su capacidad creadora, su mente abierta,  en un ambiente dogmatizado, en una cultura de Cidi, era una osadía, un sacrilegio, una profanación ideológica lo que planteaba El Moreno. ¡Era un atrevido!

Ninguno de los presentes se identificó con él como yo.  Entendí que el camino para conocer la realidad era convivir con el pueblo.  Cuando lo hice, olvidé todo lo que me enseñaron en la universidad, y aprendí sociología con los que no sabían leer ni  escribir, con el pueblo, con los que no eran sociólogos académicos, sino de la vida.

Los  personajes,  líderes revolucionarios, que más me han impactado en la vida, son El Moreno, Caamaño, Máximo Gómez, Peña Gómez, el Che y Fidel.  A los 47 años del vil asesinato de Maximiliano Gómez,  le rindo un homenaje de recordación.