Sin ser un experimentado sociólogo, me atrevo a señalar que en la práctica, aunque nos empeñemos en negarlo, el dominicano ve la figura del Presidente como un dios; y  añora a Rafael Leónidas Trujillo Molina. Y nuestra clase política ha repetido muchas de las mañas y técnicas que usaba el tirano, asesinado el 30 de mayo de 1961.

El dominicano visualizaba a “Dios y Trujillo”.  Don Mario Read Vittini me contó  (y lo relata en su libro “Trujillo de Cerca”)  que había gente que tenía al tirano como un santo en un altar, al que le prendían velas y le pedían milagros.

Antes que a Trujillo, al presidente Horacio Vásquez, lo endiosaban como una figura mitológica: decían que era la “Virgen de la Altagracia con Chiva”. Al presidente Joaquín Balaguer sus seguidores lo veían como un ser sobrenatural; y él frecuentemente hacía gala de su protección divina. Una vez el helicóptero en que viajaba tuvo desperfecto técnico; aterrizó de emergencia. Balaguer atribuyó a que sobreviviera de una muerte segura a Dios y la Virgen de la Altagracia.

En Semana Santa, una diputada de Moca,  Olfalida Almonte, comparó al presidente Danilo Medina con Jesucristo. Las críticas fueron tan despiadadas (con todos tipos de burlas, llamándola satánica y blasfema), que ella dijo que se sentía perseguida.

Lastimosamente, ella tiene razón, pues dice el historiador Euclides Gutiérrez Félix que lo que más se parece a Dios es un Presidente, por todos los poderes que concentra. Recuerdo también que al expresidente Leonel Fernández le cantaban canciones diciendo que “no hay nadie más para sustituirte…”, es decir, viéndolo como un líder mesiánico.

Las encuestas

Son dos elementos que se combinan: ver al Presidente como un dios, centro de todo, y una eterna simpatía por la “mano dura” de los dictadores, como Trujillo. Una muestra es que el nieto del dictador, Ramfis Trujillo, quien no vivió la era de su abuelo, se ha convertido en un verdadero fenómeno de popularidad. He consultado tres encuestas de trabajo, que están en mano de empresarios y las cúpulas de los partidos tradiciones;  y él (Ramfis) cuenta con una “simpatía electoral” que oscila entre siete, ocho y 10%. Y con la tendencia a seguir creciendo.

Es un fenómeno interesante: no tiene un partido con estructura fuerte; no anda con un maletín de dinero comprando votos ni simpatías.  Su discurso nacionalista (denuncia que la frontera con Haití no existe), la  mano dura contra la delincuencia, la corrupción, el desorden administrativo ha calado profundamente.

En el 2006, en una entrevista para la revista “Cambio”,  el historiador Ramón Font Bernard señaló que “el modelo Trujillo aún gravita en el país”, bajo la premisa de organizar la nación “rompiendo cabezas”.

Font citaba que una muestra es cuando “la gente suspira por el señor Pedro de Jesús Candelier, como el hombre que puede poner orden y autoridad” a base de sangre y fuego. Fue un temido jefe de la Policía muy famoso porque combatía la delincuencia con “intercambios de disparos”, en los que murieron muchos jóvenes, que eran  presuntos delincuentes.

Mi opinión es que un gobernante no es un dios, sino un humano con virtudes y defectos; y en segundo lugar la solución no es la famosa “mano dura”, el orden debe entrar a través de las leyes sociales. La piedra angular de todas las naciones que se han desarrollado es una justicia fuerte en todo el sentido de la palabra.