“Cada persona alberga el pasado en su interior como las hojas de un libro que se sabe de memoria, pero del cual sus amigos solo pueden leer el título”. (Virginia Woolf).
En nuestro país existe una enraizada fabula alrededor de las personas que son conocidas en el mundo mediático. Su conocimiento en el espacio de los medios es un “signo” de importancia, de que estamos en presencia de un “Personaje”. Es cierto que el paradigma mediático en su importancia capital construye no solo leyendas, sino al mismo tiempo, clichés, que a veces de tanto exponerse y señalarse se nos venden como “verdades”.
La exposición sistemática en los medios de comunicación no nos hace un personaje per se. Nos convierte en seres humanos reconocidos en los espacios públicos, empero, no nos hace más importantes. Nos hace más visibles, pero esa visibilidad no nos otorga notabilidad en función de nuestras credenciales éticos-morales, intelectuales, académicos o espíritu emprendedor. Muy a menudo el conocimiento público va ostensiblemente ligado al puesto que ocupa, más allá de ahí, el tiempo lo evapora. Sólo el cargo traía consigo sus “credenciales”.
La notoriedad no es visibilidad. Es algo más, es el resumen de nuestras acciones en la vida, en los distintos roles: Familiar, de Pareja, Ocupacional y Social. Es la verdadera integración e integralidad de esos cuatro roles a lo largo de nuestra existencia vital. Lo noble, entonces, en cada uno de nosotros, no descansa en creernos superiores a los demás, descansa en cómo nos vamos superando a nosotros mismos, cómo cada día pensamos y reflexionamos en ser mejor para el bienestar de la familia y de la sociedad. Cómo podemos conexionarnos en el espíritu de la solidaridad en un proyecto colectivo, en donde nuestra imaginación, acción y decisión se proyecte de un presente hacia un mejor futuro. Como coadyuvar a una mejor efectividad en cada grupo social en que nos toca interactuar.
Si cada ser humano en los diferentes escenarios, en los diferentes espacios, en los diferentes grupos en que actúa, se desarrolla y desempeña no solo en función de las expectativas de los demás, sino de las normas y los valores establecidos, el mundo y nuestro país serían totalmente diferentes. Nuestra verdadera visibilidad está en consonancia con nuestra interactuación social y su impacto en los demás de manera positiva.
En esta perpetua crisis de identidad colectiva y de una oscura oceanografía íntima de la mayoría de los “PERSONAJES” visibles, encontramos huecos que nos hacen llorar en llantos para no vernos en los espejos de ellos, por sus discursos, por sus acciones, por sus distancias entre el pensar, el decir, el hacer y el sentir.
En estos días el señor Francis Vargas, Senador, representante de Puerto Plata, dijo “Guillermo Moreno era una persona invisible, desconocida, antes de que lo nombraran Fiscal”. Todo ser humano en algún momento de su vida ha sido invisible, desconocido por los medios de comunicación. Invisible para una parte, sin embargo, siempre visible. Ahora bien, ¿la visibilidad nos transforma como personas o son los nuevos roles que ocupamos que nos hacen ser diferentes? Son los nuevos papeles que nos hacen diferentes, empero, la esencia, los principios y valores, si existieron, están ahí, cabalgando sistemática y permanentemente, pudiendo dibujar cada escena en función no ya de las circunstancias y del pragmatismo salvaje, sino de lo mejor que espera la sociedad.
La humanidad, como nuestro país, está llena de millones de personas “invisibles” que son quienes construyen cada día la grandeza de sus pueblos con su trabajo. Aquí conocemos miles de médicos que día a día salvan y sanan vidas. Miles de profesores que para llegar a sus escuelas tienen que recorrer varios kilómetros, para recibir al mes RD$8,000.00 Miles de policías que enfrentan la delincuencia con sus vidas por RD$6,000.00 mensuales. Miles de enfermeras que trabajan 10, 12, 14 y hasta 24 horas diarias (por la falta de profesionales auxiliares de la salud) para recibir RD$12,000.00 pesos al mes. Cientos de Profesores Universitarios formando a los futuros profesionales, académicos, brillantes, intelectuales, que son “invisibles” y lo que más destaca, no les interesa ser VISIBLES. Asumen su papel con hidalguía y nobleza.
Porque después de todo, ¡cuántos “personajes” sin mensajes! ¡Cuántos “personajes” vulgares que hablan y no expresan nada! ¡Cuántos “personajes” de apariencia, sin autenticidad, donde su sentido de la vida es el engaño, la mentira y el disimulo, cobrando la desdicha de no poder bucear en su mundo interior, en el no querer encontrar una lupa para no reconocerse a sí mismos, en lo que verdaderamente son, en el que el sello de su existencia, su propio espejo, lo niega en su exterior. Contradicción permanente entre su interior y su externalidad.
La mayoría de los “personajes” visibles, sobre todo, de la esfera pública, nos han envilecido como sociedad con su ética modélica. Ética modelada que se ha ido deslizando como una catarata gigante, que en su cascada de agua, en una pendiente profunda, nos ha ido petrificando como nación.
Los hacedores, creadores y constructores de la historia, son esos hombres y mujeres invisibles que en cada momento despiertan de sus sueños, accionan en sus utopías y encuentran a un hombre o una mujer que interpreta sus deseos y necesidades y, entonces, aquel o aquella invisible en algún momento de su tramo existencial, SE HACE VISIBLE.
Urge a esos hombres “visibles” sin mensajes, dejar el mito de decir “A ese no lo conoce nadie. Ni en su casa lo conocen”, como sinónimo de “importante”. Tienen que aprender–aprender, que como dice Nassim Nicolás Taleb, en su brillante obra El Cisne Negro “Otro defecto humano afín procede de la concentración excesiva en lo que sabemos: Tendemos a aprender lo preciso, no lo general”. Desmitificar el mito de los personajes visibles en la época actual, es el desafío y el dilema de nuestro tiempo.