“Madre ya no estés triste, la primavera volverá. Madre con la palabra libertad”
(Madre, Silvio Rodríguez, canción del álbum Diaz y Flores, 1975).
A través de mis artículos les he hecho participar de mis estados de ánimo. Les he narrado alegrías y tristezas. He delimitado principios irrenunciables de mi ética de vida y he expresado en lo que creo. En estos días he estado meditativa, y me saltó a la cara una sensación de miedo, por asuntos que hasta la fecha me habían sido absolutamente extraños. Miedo a la idea de que estoy envejeciendo, 52, camino a octubre 18 y sus 53. Por un momento, olvidé todo eso de que los 50 son los nuevos 40. Y las expresiones consoladoras al estilo “ahora es que me siento bien”, “tengo salud y más tiempo para mí”; o la clásica, “si no te pasa el tiempo, es que te moriste, así que disfrútalo” … Nada me servía de “consuelo” me entre profundamente en el miedo.
Lo importante es lo que ha surgido en mí, a partir de vivir la intensidad de ese momento doloroso. Recordé mis documentales de Mujeres Extraordinarias, todas las situaciones por la que atravesaron sus protagonistas y como lograron sobreponerse a todos los vendavales desde la entereza y la dignidad. Y me dije, Yildalina, recuerda que la primavera vuelve al alma. Y a partir de ahí, construí esta reflexión que quiero compartirles:
El miedo es una emoción básica y necesaria, cumple un rol especial para lograr la supervivencia. Nos ayuda a poner los resguardos necesarios y suficientes que debemos construir para subsistir.
El miedo no se trata de cobardía. A pesar del desagrado que nos provoca, porque nos hace sentir en indefensión, es lo que nos permite activar los mecanismos adaptativos y nuestra capacidad para reaccionar rápidamente ante el peligro. Propicia reflexión pertinente sobre cuando tendríamos que retirarnos y cuando vale la pena continuar. En definitiva, contribuye con nuestra seguridad.
Tener la capacidad para aprehender lo positivo del miedo, hace que podamos anticipar situaciones y prepararnos para las mismas. Nos ayuda a entender nuestras vulnerabilidades y sensibilidades, así que al igual que otras emociones, deberíamos darnos el permiso de sentirla sin que nos abrume, desespere, o nos lleve a grados incontrolables de tribulación.
Estoy consciente de que los años pasan, es cierto que la sociedad funciona estableciendo parámetros de valorización y que esas escalas por lo regular son discriminadoras. De ahí la necesidad de adquirir la precaución y la templanza de la experiencia; y aceptar incluso el miedo. Desde ahí, vivir en libertad y con optimismo, para también abrigar la “suerte” como compañera del camino.
Reitero que, para mí, lo importante es abrazar ángeles, construir sueños, aceptar los retos, vislumbrar oportunidades; jugar en las nubes (como Heidi), levantar el vuelo tantas veces como sea necesario. Vivir de cara al sol, a la luna, a las estrellas, al mar, a las montañas, al viento, a la lluvia, a la alegría, a la gente. Respirar, inspirar, cantar, bailar, saltar, besar, llorar, abrazar, reír y amar, amar y volver a amar.
Espero tener la suficiente lucidez para entender que, en dosis altas y no controladas, el miedo puede ser un enemigo peligroso, porque domina nuestro accionar. Así que, me recomiendo y les recomiendo, sentirlo y abrazarlo para que nos sea útil, y sea el empuje y el estímulo para vencer obstáculos. La convicción y la claridad del camino, la resistencia y la perseverancia. El aprendizaje necesario. Albricias, que felicidad entender que vivir sin miedo no significa no sentirlo, sino usarlo a tu favor.
No es inocencia, sé que hay barreras estructurales, sociales, culturales, económicas y más… Me refiero a qué sabiendo que esas están ahí, y todos los días tienes que luchar para vencerlas; las internas, las que nos salen del instinto, del alma y de la preparación, aprovechémosla y hagamos que sean nuestra mejor carta de presentación. Para así, tener la certeza de que, con tantas injusticias sistemáticas, la alegría es revolución.