Siempre he visto con preocupación en el marco de las democracias a todas luces imperfectas en Latinoamérica la tendencia de algunos gobernantes de querer perpetuarse concentrando a su favor el control de todas las instituciones estatales y rompiendo el equilibrio de los poderes del Estado.
Para llegar al punto en el que un gobernante y su partido tengan bajo su control la mayoría de las instituciones del Estado, se necesita un status quo en que la Constitución no sea respetada y bajo la complicidad de muchos sectores adheridos por el soborno, la complicidad y la corrupción.
El control omnímodo de todos los estamentos estatales es la tendencia moderna del socialismo populista de nuevo cuño. Generalmente las adhesiones en este tipo de regímenes se consiguen a través de acciones políticas de fuerza, obligando a los diferentes actores sociales a seguir sus políticas de Estado de manera incondicional.
De esa manera logran perpetuarse en el poder mediante argucias pseudoconstitucionales con reelecciones indefinidas, referéndums y elecciones amañadas con el consabido control de las instituciones eleccionarias.
El populismo en Iberoamérica ha adoptado una desconcertante e inexplicable mixtura de posturas ideológicas. Izquierdas y derechas podrían reivindicar para sí la paternidad del populismo, todas al conjuro de la palabra mágica ‘pueblo’.
Desde el general Juan Domingo Perón, quien había atestiguado directamente el ascenso que admiraba a Mussolini y al fascismo hasta el populista posmoderno que lo era el comandante , quien admiraba a Castro hasta buscar convertir a Venezuela en una colonia experimental del “nuevo socialismo”.
Es la llamada “izquierda progre” que es, por tanto, esa que recela de las instituciones es decir, esa que prefiere la movilización y la protesta por encima del diálogo y la legislación y se mueve de acuerdo a la “espontaneidad” del pueblo (entidad abstracta que pretende borrar la capacidad colectiva de cuestionar el status quo).
Otro de los mayores peligros para el socialismo populista y algunos regímenes cuasi democráticos es caer en la trampa de la “liquidez ideológica” que no es más que la retórica del «nosotros» construye equivalencias identitarias entre demandas por su asociación común contra algo, que decidan por todos sin que necesariamente nos sintamos identificados.
El populismo no es solamente una herramienta discursiva; es una forma de construir identidades colectivas previstas desde el poder y sin cuestionamiento alguno que no tolera formas de pensar adversas lo que conduce inevitablemente a una dictadura.