Es generalmente admitida la máxima que profesa que “los que le temen al poder son los que no lo detentan”. Sin embargo, los que más le temen al poder, en primer lugar, son aquellos que lo detentan; luego, los que lo han tenido; así como también los que han ejecutado acciones bajo la sombrilla del poder, los que imponen por la fuerza la voluntad y los juicios de los jefes; todo esto porque los hombres se temen los unos a los otros, desconfían mutuamente, sobre todo por la creatividad de crear argucias que les permitan mantenerse en el poder.
Desde el poder, los políticos de un mismo partido comienzan a recelarse y a temerse, unos y otros. Los que sustentan el poder comienzan excluyendo a unos, no solamente del gobierno, por no decir del poder, en razón de que, son muchos los que son miembros del partido del gobierno, “que están en el gobierno”, pero no gozan del poder; y otros que disfrutan del poder y no son miembros del partido en el poder; y otros que ni están en el gobierno ni están en el poder, estos son los que según el argot popular, “están en el aire”.
Los partidos tradicionales, dentro de su estructura interna hacen grupos. Los líderes de estos grupos mayormente no permiten el desarrollo de sus seguidores con talentos, ya sea porque gozan de independencia en el pensamiento, lo que ellos confunden con infidelidad. Hasta los discursos y escritos de prevención, de advertencia aparecen ante los ojos de los que detentan el poder como amenaza, lo que hace que la desconfianza reciproca se reenvie al miedo; porque él que no está a su silbido, os aplastan. Verbigracia: Balaguer versus Augusto Lora; Balaguer versus Gómez Berges; Balaguer versus Álvarez Bogaert; resultando que lo grande de todo esto, que ese es el prototipo de la praxis de hoy. Todo por el miedo a que lo desplacen de su posición de poder. Miedo que muchas veces es imaginario o ficticio.
Resulta que el grupo contrario a los que están en el poder y el gobierno, las mayorías de las veces no tienen malas intenciones y están dispuestos a contribuir con los lineamientos del gobierno; esto sobre la base de que es mejor estar arriba con presión, que estar abajo con depresión, es decir, que quieren contribuir para permanecer en el poder.
Empero, el miedo a las armas que poseen los que detentan el poder hace que unos se teman. Uno le teme al arma que posee el otro, y el otro que la tiene le teme a la interrogante siguiente: ¿Y si llegara a tenerla?, parecería pues, que no hay punto medio, ni posiciones razonables – para ellos- son todos como plantea Carl Schmitt amigo y enemigos, cosa insólita en materia política local.
Por ejemplo, Leonel Fernández versus Danilo Medina. En unas elecciones primarias internas se presentaron estos dos colosos, y el licenciado Danilo Medina denuncio: “me venció el poder del Estado”. Más adelante, en un proceso electoral nacional, el otrora Presidente Leonel Fernández utilizó todos los recursos del Estado para hacer Presidente a Danilo Medina, y de esta forma se invirtieron los papeles.
En otro escenario, en el segundo mandato de Danilo Medina, se presentan en las primarias Leonel Fernández versus Gonzalo Castillo, resultando que Danilo Medina impone como candidato al señor Gonzalo Castillo, con las mismas artimañas, con que lo vencieron a él, en aquellas primarias.
Debemos convenir que, si el que tiene el poder les diera garantía al que se encuentra en la oposición, de que renunciaría a utilizar los recursos del Estado para eternizarse o para transmitirlo a quien desee, si es al interior de su propio partido, fortalecerá la institucionalidad interna, y si es con su contrario fortalecerá la legitimidad democrática.
Parece ser que los dos grandes pilares de la legitimidad democrática no fueron eficaces en ese partido, mayoría y minoría. La mayoría resulto de una minoría camuflada por el fraude, la intimidación, la compra de votos, y no por una mayoría real. Este tipo de mayoría alberga siempre el miedo. En palabras de Ferrero: “ la democracia solo conseguirá alcanzar la plenitud de la legitimidad, fundiendo los papeles de poder y oposición en el contexto unitario de la voluntad general, cuando incorporen la vida política las nociones de corrección y de lealtad de comportamiento: el first place que hablan en Inglaterra”.
Esa forma de utilizar el poder de manera atropellante en contra de sus propios compañeros parecería ser como si persiguieran como único objetivo sacar de competencia y derrotarle de una manera tan humillante que el candidato perdedor quede tan frustrado que tenga que retirarte a destiempo de la política o crear un partido nuevo, es decir, no se apuesta a derrotarte para que te sumes, y de esa forma vencer a los contrarios. Esto es parte del miedo al poder.
Este tipo de praxis dentro de los mecanismos de ejercicio democrático en vez de ser órganos de la voluntad general pasaron a ser órganos de la voluntad del gobierno que, en vez de crear poder, se habían convertido en un producto del poder; en vez de legitimarse con la participación de las minorías en unas elecciones sin trampa, en consecuencia, se deslegitima al ejercer su poder para fabricar a su gusto su mayoría.
De forma y manera, que así legalizan la violación sistemática de la legitimidad democrática – “los genios invisibles de la ciudad” – la supresión de los derechos de minorías (oposición) y la libertad de sufragio, aplicando falsamente el principio de la soberanía popular. En efecto, aplican una praxis de inversión de las formas democráticas. Praxis de la cual jamás se liberaron del miedo, sino pregúntenle a los dirigentes que se prestaron a eso en el PLD.
Los que desde el poder han utilizado este tipo de prácticas, no han tenido más remedio que justificar sus actos acudiendo a una lectura a contrasentido de la democracia, entonces sienten miedo de su ejercicio del poder. Un principio de legitimidad – dice Ferrero- debe ser coherente consigo mismo: no puede ser un contrasentido permanente que sacrifique sistemáticamente sus principios a las exigencias de su aplicación. Por consiguiente, quienes encadenen el sufragio universal y supriman el derecho que tienen las minorías a ser mayorías, destruyen la legitimidad democrática e inician el reino del miedo.
El miedo al poder se inicia, cuando las decisiones son tomadas por una sola persona, cuando sus decisiones no son lógicas ni razonables, los que justifican el derecho al mando por la idea de superioridad, los que violentan el principio de igualdad de chance, el juego limpio, los que adquiere una posición de poder violando los principios de legitimidad, el que une en sus mismas manos el mandar y el juzgar, las amenazas y los reproches.
El miedo es tan fuerte entre los hombres, que no dudan en lanzarse decididamente contra los obstáculos más peligrosos afrontando una alternativa inevitable: destruir o ser destruido.
El poder, es inversamente proporcional al miedo. El poder genera miedo, pero el miedo genera poder. El miedo al poder, el poder del miedo, es potencia, la potencia es poder. Los juegos del poder son juegos de tiempos y de normas. El que los juega debe siempre pensar en el tiempo y en la norma. El que se equivoca en el tiempo, y el que no ordena la jugada en base a la norma, obtendrá un resultado inversamente proporcional al resultado deseado. Del buen uso del tiempo y la norma bien aplicada, dependerá que una te eleva al éxito, y la otra te pueda legitimar. De estos dos, ninguno estamos exentos. Todos dependemos de ellos.