Meses atrás una joven estudiante universitaria chileno-norteamericana me cuestionó durante una tertulia en la librería La Trinitaria –la que sólo vende libros dominicanos, y no la desaparecida La Trinitaria Internacional- acerca de si el merengue era femenino o masculino o ninguno, si sensual o sexual,  si dual en las insinuaciones o lascivo… Me la puso en China, en la China continental, desde luego.

El merengue es hombre y no mujer, y, más que hombre, el merengue es macho. Es macho porque su nombre y letras son de hombres y de machos pensando en mujeres y pensados para mujeres y, excepcionalmente, para hombres “heroicos”, que cantan sus penas y alegrías referidas a hembras.

También es macho porque toda la naturaleza del ser sensual y sexual dominicano –sujeto in situ activo protagónico en el merengue- se ve y se siente, se huele y se palpa, se saborea y se oye en un buen merengue.

Esa naturaleza varonil se manifiesta en sus tres niveles de música, baile y canto-letra. Es una tríada mayúscula si cala hondo, si queda para siempre o para mucho tiempo, lo que sólo es posible si se torna sensual y casi traspasa la barrera hacia la sexualidad.

Buenos merengues han perdurado más allá de la música pegajosa, por sus palabras claves y percutoras, que a unos podrían atojárseles lascivas, en razón de que parecen más crudas que duales, que se desparraman en los movimientos de los pies, caderas, brazos y hombros, y en ciertos toques musicales –en Juan Luis Guerra, en Tatico Henríquez, etc- que podrían asumirse como una intencionalidad de reproducir sonoramente la intimidad varonil de la eyaculación, alargada, a veces con el acordeón, la mayor cantidad posible de segundos. Y de paso me pregunto si en esto hubo una intencionalidad consciente o sencillamente primó el susurro de la naturaleza del macho, explicitado musicalmente.

Esa naturaleza varonil se manifiesta en sus tres niveles de música, baile y canto-letra. Es una tríada mayúscula si cala hondo, si queda para siempre o para mucho tiempo, lo que sólo es posible si se torna sensual y casi traspasa la barrera hacia la sexualida

En los escritos acerca del merengue suele enfocarse el doble sentido, o la insinuación “fresca”, o, como podríamos decir ahora, el meta mensaje lúdico en la letra del merengue. Tal vez se les ha escapado que esos podrían ser precisamente indicios probatorios del umbral de lo sexual en lo sensual. El doble sentido provoca risa y la risa suele ser una anticipación sexual. ¿Es lascivia o anticipación? ¿Acaso se desvinculan el buen humor del doble sentido sensual y sexual? El amor no entra a peleas ni a trompadas: entra con sonrisas.

Y es que el sexo va de la mano con la suavidad de la risa, con la simpatía, con la atracción y roce juguetón de los cuerpos, con el buen humor; y una forma común de manifestarse el populacho –que fue el hacedor inicial del merengue- está en sus expresiones capicúas, que hacen reír…

¿Acaso las palabras no se bailan? Tienen una extraordinaria percusión evocadora conectada con la música y la realidad. Pero si vemos en frío las letras de muchos merengues probablemente no captemos sus percusiones en la mente del que las escucha y del que las escucha y las baila. Esas percusiones soliviantan el espíritu por la picardía y el humor natos del dominicano. Vuelvo a decirlo, como anticipación sensual y sexual, y, cuando no, entonces, unidos a la sensualidad y a la sexualidad.

Como cuando el merengue dice: “Consígueme eso mulata, consígueme eso”; …“dime niña quién te besó a la orilla de la empalizá”, a sabiendas nuestra de que fue otra cosa lo acontecido a la “niña”; …“¡ráyame mamá!”; …“Llegó el cuabero, vecina, a comprar su estilla”…” El mismo cuabero y la misma estilla”…