Las dos elecciones pasadas en la República Dominicana, una para el poder municipal en marzo previo a una suspensión y la otra presidencial y legislativa, fueron de gran lección. El resultado final destila grandes cambios en el escenario político dominicano, el cuadro electoral redistribuye la representatividad de las organizaciones políticas y recomponer las estructuras de poder, como el poder Ejecutivo, el poder Municipal y el poder Legislativo de donde se definen líneas del marco legal que podrían acompañar las tendencias en el ejercicio político y de una necesaria reforma de las instituciones y las prácticas políticas tradicionales.
Estos procesos electorales consecutivos produjeron resultados parecidos a otros, de rechazo a la gestión del partido de gobierno, en gran medida como voto de castigo a la gestión o punición de algunas formas del ejercicio político. También desgaste del partido gubernamental, y un cuadro desfavorable donde se sumaron consignas aglutinantes de la sociedad, como el rechazo de la corrupción, a favor de la eliminación de la impunidad, la trasparencia de la justicia y otras consignas levantadas en anteriores manifestaciones de la sociedad civil.
Esta sociedad alimentada por el clientelismo social y el estado proveedor de siglos anteriores, ha generado una cultura del dao, que condiciona a los sectores pobres urbanos y rurales y manipula su intención del voto
Quizás el proceso actual quebró viejos estilos de la práctica política, sobre todo el clientelismo que, si bien se disparó en su nivel más alto, no logró el resultado en votos de esa vieja práctica que nos viene desde el siglo XIX. La concentración del poder político extrema del partido de gobierno, el agotamiento de sus líderes y funcionarios que no daban respuestas a las expectativas de la gente, pero, sobre todo, el agotamiento del modelo de gobierno y la falta de regeneración de sus acciones como funcionarios, su desconexión con la sociedad y su autoritarismo en el estilo político, lo alejaron de la gente.
El tiempo se encargó entonces de desgastar y cuestionar un modelo de ejercicio cuyos resultados están por verse, mantuvo una estabilidad económica a costa de un endeudamiento, lo que en España post Franco se llamó, economía burbuja, dejó pendiente gran parte de la agenda social, dio la espalda a las organizaciones de la sociedad y sus principales quejas, traducido en una forma de hacer la política de manera verticalista ya obsoleta en los tiempos modernos, todo ello sumó disgusto, hartazgo, divorcio con distintos sectores sociales como jóvenes, clase media, sectores pobres de la sociedad, contando apenas con la anuencia de los grupos empresariales que se beneficiaban del negocio con los sectores gubernamentales.
Llegado el momento de la toma de decisión, cada uno de los últimos dos procesos electorales que se sucedieron marcaron un derrotero que a simple vista parecía irreversible, la intención de sustitución del modelo de gobernanza, por hastío, por convicción, por agotamiento, castigo o por las razones que fueren; la sociedad dominicana inclina su balanza hacia la principal organización de la oposición que catalizó esos votos que, obviamente, no son enteramente de simpatías o compromisos partidarios, sino más bien, votos prestados que podrían ser conquistados a partir del cumplimiento de expectativas, lo cual no niega que el PRM haya obtenido como organización, una gran victoria colocándose al frente de la mayoría como partido.
No obstante, este análisis se queda limitado si no integra un ingrediente importante relacionado con el movimiento de los distintos sectores, clases o segmentos de clases, sus simpatías, militancias e intereses en la coyuntura actual. Esto implica una revisión pormenoriza y puntual del mercado electoral que se movió y que se mueve alrededor de las organizaciones políticas del país.
En estos dos procesos es evidente que la frontera de clase no existe, es decir, no podemos como se hacía en la sociología política de años anteriores, clasificar los sectores sociales con un partido determinado. En el caso dominicano este análisis esquemático de clase -partido no prospera por la propia composición social dominicana como le llamó Juan Bosch o como dijo en sus conceptos clásicos, el sociólogo y pensador alemán Carlos Marx, la formación económico-social dominicana, pues esta formación social está compuesta por muchos segmentos sociales y económicos que, en función de sus intereses se mueven y mueven su voto, a todo lo cual habría que agregar, el populismo como forma de hacer política en nuestro país.
Igualmente, esta sociedad alimentada por el clientelismo social y el estado proveedor de siglos anteriores, ha generado una cultura del dao, que condiciona a los sectores pobres urbanos y rurales y manipula su intención del voto.
Sin embargo, del otro lado consideramos un mapa electoral dominicano con los partidos políticos que representan el sistema social con semejanzas en su plataforma política, todo lo cual no implica adhesiones particularmente segmentadas de los sectores y clases sociales. Todos los partidos están constituidos por una variedad clasista: sectores de clase media, sectores populares rurales y urbanos y tiene representantes de los grupos de poder. En un momento de la lucha política, se clasificaron de la siguiente manera: los reformistas clase media y alta, pero no podemos olvidar que el gallo es su símbolo y los campesinos en una sociedad rural cuando el partido es fundado, fueron su apoyo social. El PRD se consideró urbano, de los sectores populares y mayoritariamente de las grandes zonas urbanas, y finalmente al surgir el PLD era visto como el partido de la clase media.
¿Qué ha pasado con ese esquema y ese mercado electoral? Que se ha contaminado y el trasiego y la distribución social ya hoy no tiene estigma de clases y puedes encontrar en cualquiera de esos partidos grandes, la misma composición social diversa, en uno o en otro.
Tal vez el fenómeno nuevo que no se termina de ver es que quizás la clasificación no debe hacerse por sectores socioeconómicos, sino generacional, y en tal caso el dominio de una población joven en más de un 40 % que oscila entre los 18 a los 40 años, obliga a redefinir discursos, mercado electoral, prioridades, practicas y estilos del ejercicio político.
También obliga a cambiar las estructuras dirigenciales de los partidos, y hacerla más cónsona con la sociedad; sacando viejos dirigentes e introduciendo nuevos interlocutores y por supuesto, no es de edad el problema, es de discurso, visión y prácticas políticas que ya son obsoletas y ameritan nuevas miradas de la sociedad, del quehacer político, del liderazgo político y sobre todo, del principio de que a la política se viene a servir, y no a servirse, resuelto todo lo anterior y entendido el axioma último, entonces sintonizaremos con la sociedad y daremos el salto que todos (as) esperamos.