En estos días ha habido una serie de protestas por la suspensión del mercado de pulgas y su posible traslado de lugar. Cuando leí que el alcalde de Santo Domingo Oeste pretende cerrarlo definitivamente, pensé que se le había presentado una gran oportunidad durante esta pandemia, para poder establecer el orden.
Soy amante de los mercados de pulgas, aunque no para comprar, sino para observar. Me gusta mirar, ver cachureos, como dicen en Chile. Ver a los vendedores ofrecer su mercancía y a los compradores regatear hasta lograr un precio justo.
Les diré que a este mercado de pulgas he ido muy pocas veces desde que fue creado. Es primero un desastre porque no hay parqueos. Los carros hay que dejarlos bien lejos. Las calles o avenidas han sido ocupadas por los vendedores. Es imposible transitar por las mismas. En el entorno hay un reguero de toda clase de cosas, pero sobre todo, ropa. Todo tirado en el suelo sobre una lona que generalmente es azul.
Los que tienen cubierta, ésta consiste en cuatro palos sembrados en tierra, con una lona amarrada por las esquinas. Debajo del elevado hay tanta gente entre vendedores y clientes que es imposible caminar. Si ha llovido, el lodazal es tan grande que es mejor ni acercarse por allí.
Cuando veo el mercado de pulgas nuestro tengo que pensar en el “Persa del Bío Bío” de Santiago de Chile.
Ojalá aquí se pudiera organizar como funciona allá. Son cuadras y cuadras, pero todo está en galpones bien grandes. Podemos encontrar muebles antiguos en uno. Antigüedades en otro. Ropa nueva o usada en otro. Nada tirado en el suelo, todo en perchas. Zapatos, carteras, todo piel, otro galpón. Los electrónicos y objetos eléctricos en otro. Así cada especialidad está en un solo lugar.
Hay comida para todo gusto, desde lo más típico y callejero, como son las empanadas, los anticuchos, calzones rotos, sopaipillas (que no son más que nuestros yaniqueques pero con auyama) y humitas, hasta comida internacional o comida típica chilena, pero gourmet. Todo con una dosis de higiene que llama a consumir sin ningún tipo de dudas.
El Persa del Bío Bío es un atractivo turístico. Mientras viví allí, era mi paseo de los domingos, pues abría sábados y domingos. Las calles entre un galpón y otro son grandes y despejadas. A mí se me parece mucho a la Feria Ganadera y Agropecuaria nuestra. Aquí son galpones abiertos, pero con un pasillo amplio en que se puede caminar observando los animales tranquilamente. Así son los del “Persa”, pero cerrados, por cuestión de clima.
Otro de mis paseos preferidos aunque no lo crean, era ir los sábados al cementerio “Parque del Recuerdo” en Américo Vespucio.
Llevar una toalla, tenderte en la grama, llevarte un buen libro, eso no tiene precio.
En medio de árboles, arbustos, flores y el mayor de los silencios. Unas calles amplias. Bancos para descansar y una hermosa laguna, con cisnes, patos, peces, rodeada de unos preciosos pinos y sauces llorones.
¡Es curioso! Pero la creencia popular cuenta que el sauce llorón representa el sentimiento de la melancolía y está asociado al agua, a la luna y al don de la fertilidad. Según opinan quienes así piensan, las personas a las que les gusta este árbol son sensibles y muy intuitivas, propensas a la nostalgia y la introspección.
Soy una gran amante de los sauces, diría que es uno de mis árboles preferido. Solo con verlos, lloro.
Laguna en el cementerio
Sauce llorón