Hoy 27 de agosto cumples tus Quince años, lo escribo y me sorprenden lágrimas de emoción. Mi querida niña mía, cuando te pregunté que querías te regalara el día memorable de tus Quince años, fuiste muy sabia y buena al solo decir: "No sé, sorpréndeme mami".

Y como la Cucarachita Martina y otros personajes olvidados de tu infancia, empecé a preguntarme: "¿Qué le compraréé, qué le compraréé? Un maquillaje, una ropa nueva…! ¡No! ¡No! que le dirán vanidosa. ¿Qué le compraréé? Un iPad o un iPhone… Nooo, noo que le dirán Nerda tecnológica y no disfrutará del encanto de la risa de las amigas y de las miradas pícaras de los que ya admiran su belleza juvenil. Y seguía preguntándome que le regalaré a esta puntual e intranquila niña mía que de entre las manos ha pasado a tierna, amorosa y responsable adolescente. Rebusqué entre los objetos y las cosas del mundo material y, créeme amor, nada encontré que te mereciera, que se equiparara a la grandeza de lo que significas, anda a mi flor.  Ya seeeeee!  La sorprenderé con el único regalo original y verdadero, con lo único que puedo regalarle desde mi intelecto y corazón, y que no se perderá como las cosas del mundo material, porque anidará en su memoria afectiva e intelectual que es decir en su sensible corazón y sus recuerdos.

Pensé, mi joven hija merece un ramo de flores, porque como dijo José Martí "Sienta mejor a las jóvenes flores que diamantes”.

Mi quinceañera amada qué regalo más eterno y emotivo que estas preciosas flores aunque su belleza no iguala a la de tu alma.

Mi adorada niña, me subo en la escalerita de mis recuerdos y palabras para cantarle al mundo mi amor por ti que a veces eres niña, a veces madura mujer.

Y todavía siento sobrecogimiento de aquellos sustos que nos diste niñita traviesa, cuando llegaste con tu manito apretadita con la otra, aguantándote el borbotear de tu sangre y diciéndome temerosa, avergonzadita, mitad diablilla, mitad ángelita: "la niña se cortó con un vidrito mami".  Y es que ya jugabas a avizorar tu presumida adolescencia, herencia que abuela Norka te dejó. Habías estrellado un pomito de pintura de uñas, en nuestro patio cementado. ¡Ay! Mi niña sin límites en el tocar y tocar que aquel frasco de pastilla antialérgicas te supieron a caramelos y que al menos, tres enjuagues de estómago nos devolvieron tu alegre y peligroso corretear.

Pero hoy te advierto, desde ahora jovencita mía, ya no estará mamá para limpiar de vidrios el camino por donde transitarás. Solita te toca ahora empezarte a cuidar. Y aparecerán los lobos que tu inocencia y belleza juvenil querrán estropear con ilusas historias, o peor que la candidez de tu cuerpo querrán comprar. ¡Y oídos no tendrás! ¡De ti los apartarás! Tú solita sabrás decir: “Mi cuerpo es mi altar, mi futuro nadie me lo derrumbará”. Sabrás decir lo aprendido por mamá y de tantas experiencias tristes de niñas que hoy su juventud no podrán disfrutar, y profesionales tampoco serán. 
Para terminar, bella y noble inspiración de mis días, nadie mejor que Martí para aconsejarte, a ti y a todas las quinceañeras a quien pueda llegar este mensaje que emana de las profundidades de mi amor maternal. Quizás esté hablando por todas aquellas madres que como yo, a sus jóvenes hijas quieren cuidar.

Con este texto de José Martí quiero rociar tus días de besos, bienaventuranzas y de muchas felicidad, mi bella flor. En carta a su hermana Amelia, Martí expresó:

“Nueva York, 1880

Querida Amelia:

Tengo delante de mí, mi hermosa Amelia, como una joya rara, y de luz blanda y pura tu cariñosa carta. Ahí está tu alma serena, sin mancha, sin locas impaciencias. Ahí está tu espíritu tierno, que rebosa de tí como la esencia de las primeras flores de Mayo. Por eso quiero yo que te guardes de vientos violentos y traidores, y te escondas en ti a verlos pasar: que como las aves de rapiña por los aires, andan los vientos por la tierra en busca de la esencia de las flores.

Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después del largo examen, detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse.

Una mujer de alma severa e inteligencia justa debe distinguir entre el placer íntimo y vivo, que semeja el amor sin serlo, sentido al ver a un hombre que es en apariencia digno de ser estimado, y ese otro amor definitivo y grandioso, que, como es el apegamiento inefable de un espíritu a otro, no puede nacer sino de la seguridad de que el espíritu al que el nuestro se une tiene derecho, por su fidelidad, por su hermosura, por su delicadeza, a esta consagración tierna y valerosa que ha de durar toda la vida.

Una mujer joven que ve escrito que el amor de todas las heroínas de sus libros, o el de sus amigas que los han leído como ella empieza a modo de relámpago, con un poder devastador y eléctrico -supone, cuando siente la primera dulce simpatía amorosa, que le tocó su vez en el juego humano, y que su afecto ha de tener las mismas formas, rapidez e intensidad de esos afectillos de librejos, escritos -créemelo Amelia- por gentes incapaces de poner remedio a las tremendas amarguras que origina su modo convencional e irreflexivo de describir pasiones que no existen, o existen de una manera diferente de aquella con que las describen.

¿Tú ves un árbol? ¿Tú ves cuánto tarda en colgar la naranja dorada, o la granada roja, de la rama gruesa?

Pues, ahondando en la vida, se ve que todo sigue el mismo proceso.

El amor, como el árbol, ha de pasar de semilla, a arbolillo, a flor, y a fruto (…)”JM

Diana Iliana, te ama;

Mamá