La contundente victoria del Movimiento al Socialismo (MAS) antes que una derrota electoral para sus rivales partidarios en la contienda, fue una reivindicación al expresidente Evo Morales, acusado de perpetrar un fraude en las anteriores elecciones sin ninguna prueba que avalara esta afirmación que, por demás, fue desmontada por instituciones de prestigio internacional como lo afirma el Grupo de Puebla en un reciente documento en el que se pide la renuncia del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) por ser responsable de las acusaciones que alentaron un golpe de Estado que desembocó en una ola de represión con ejecuciones extrajudiciales.
Este triunfo deshizo un relato que tuvo como fin la justificación del golpe de Estado y la instauración de un gobierno de facto que fuera creando las condiciones para el retorno, por vía electoral, de los sectores conservadores; todo esto bajo la articulación de grupos de la derecha de boliviana orientados por fuerzas extranjeras que usaron como instrumento al señor Luis Almagro y la OEA, en una suerte de avanzada de intereses extraños a la región para allanar el terreno que permitiera a los geófagos foráneos que se han venido alternando en el despojo desde 1492, la vuelta a la ocupación, al control de nuestros recursos naturales, de nuestra economía y nuestra política.
El MAS ganó porque no perdió el anterior certamen. Y esa fuerza electoral que apoyó a Evo para un triunfo en primera vuelta en el pasado torneo, votó por su candidato en estos comicios, y a esta ratificación de apoyo se sumó una parte de la población que descubrió con indignación la infamia, y que además pudo palpar de qué eran capaces los que desde un gobierno de hecho, en la mira de toda la comunidad internacional, podían hacer desde uno surgido bajo la legalidad de las urnas.
El resultado fue una expresión de la indignación popular que supo franquear las manipulaciones a través de grandes corporaciones mediáticas con sesgo occidental que, como siempre, cerraron filas en favor de los representantes del gran capital extranjero y no del pueblo boliviano, de las grandes mayorías o del conjunto de la sociedad que espera del Estado equilibrio y justicia, no represión ni la vuelta a la discriminación como ocurrió después del derrocamiento del gobierno legalmemte constituido.
No se puede ver el triunfo del MAS como un hecho aislado, es parte del proceso de liberación nacional de América Latina que tuvo como punto de inicio la llegada al poder de fuerzas progresistas que, aunque con diferentes matices dadas por las particularidades históricas y sociales de cada uno de nuestros pueblos, marcó el inicio de una región que demandaba la definición de su propia agenda, la agenda que proyectara un destino fraguado en la voluntad libérrima de sus hombres y mujeres.
Este proceso, interrumpido desde los golpes blandos, con la judicialización de la política, el reclutamiento de militantes de la izquierda democrática como Lenín Moreno en Ecuador; Michel Temer, aliado al PT para acompañar al Dilma Rousseff en la fórmula presidencial en Brasil, el propio Almagro, y toda suerte de estratagemas conspirativos, frenó el proceso de liberación nacional que, con este triunfo, el del peronismo en Argentina y de Morena en México, se retoma para volver a la integración y el sueño de seguir construyendo La Patria Grande.