-¡Soy el más guapo de este jodío país!- decía Sinencio Jones y a nadie se le ocurría opinar lo contrario.

El adjetivo de “guapo” o guapa” en castellano castizo es sinónimo de “apuesto” o de “bella”, pero en Dominicana el término tiene una connotación distinta. Equivale a “aguerrido” o a “valiente”, parecido a lo que en Cuba se diría “le roncan los timbales”.

Lo mismo sucede con el vocablo de “carajito”, que significa lo que en Asturias se le llama “rapacín o “guaje” y en la Habana “bicho” (palabra prohibida en Borinquen).

“¡Ese carajito es un diablo a caballo!” Visualicemos esa imagen, pues somos el único país de la bolita del mundo donde el Diablo es el que manda y ha mandado toda la vida. Donde Dios es el Diablo y el Diablo ha sido siempre admirado por su astucia. Nada más tenemos que darle una ojeada a nuestras elecciones presidenciales.

“Ese carajito sabe más que el Diablo”. De ahí nuestra historia patria, donde los más diablos son siempre los que terminan ganando y donde Santana, Lilís y Trujillo componen una trinidad sagrada, con Balaguer y Horacio Vásquez como insignes turiferarios pontificios.

Como decía Pedro Mir, quien en este junio cumpliría los 103 años: “Hay un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol, oriundo de la noche”. Ahí hace más calor y ha habido más caos que en el mismo infierno. Por ejemplo, observemos el resultado de las últimas elecciones, donde los que perdieron parecen que ganaron y los que ganaron actúan como en aquella guaracha de la Sonora Matancera, con Daniel Santos desgañitándose: “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo. Si algo pasó yo no estaba aquí”.
“¡Adió!… ¿y e fácil?”, otra expresión más dominicana que el mangú.

Estamos aquí hablando de los tiempos en que Lola todavía bailaba y nadie se atrevía a llevársela, como se ha hecho con nuestra patria desde el principio. Era en la época de Rocky Marciano y de Kid Gavilán, y todos los carajitos del barrio pretendíamos ser boxeadores profesionales como Kid Chocolate.

Resulta y viene a ser que a Melchor, el mayor de los Reyes Magos, se le ocurrió, dada mi condición de enclenque crónico, dejar debajo de mi cama un par de guantes de boxear. De ahí en adelante, los carajitos del barrio me bautizaron con el apelativo de “el entrenador”, por ser yo el dueño de los guantes. Se congregaban en el traspatio de mi casa, junto al aljibe milenario de donde habían bebido mis abuelos, para que yo los entrenara en el curioso arte de boxear.

-Enséñame a boxiá- me dijo Sinencio Jones una tarde después de la siesta, cuando las golondrinas regresaban a sus nidos con lombricitas rechonchas en sus picos para que sus crías no se murieran de hambre.

El sólo hecho de ser yo el dueño de los guantes me envalentonó y me puse a dar brinquitos ante aquel revejío ciclópeo con unos molleros (biceps) más grandes y redondos que dos bolas de granito gigantes.

Es importante aclarar que Sinencio Jones había nacido en el “Ingenio Consuelo”, a escasos kilómetros al norte de San Pedro de Macorís, la Sultana del Este, a cuya provincia pertenecía el ingenio, hoy día ascendido a municipio. Esa área de la Sultana del Ese ha sido siempre la cantera de los big leaguers dominicanos, incluyendo a Rico Carty, a Sammy Sosa y a George Bell.

En Consuelo todavía se hablaba el inglés británico de las islas del Caribe, pues allí se asentó una inmigración de “cocolos” que había emigrado de la isla “Tortola” (de ahí “cocolos”) en busca de trabajo en los bateyes de la caña de azúcar. Todos eran unos morenos gigantes que daban envidia a los carajitos jipatos, dizque descendientes de la “Madre Patria”, la cual resultó ser siempre la “Gran Madrasta”.

Todos aquellos ingenios, como el Angelina y el Quisqueya, olían siempre a clerén y a pura melaza. En la ciudad de La Romana, a una hora y media al Este de Consuelo, se puso de moda un equipo de pelota (Los Azucareros del Papagayo) compuesto en su mayoría por cocolos gigantes, a quienes no le ganaba nunca nadie. Daban unos tablazos de cuatro esquinas que reverberaban entre aquellos inmensos cañaverales. Además, en Consuelo se jugó siempre el Cricket, un juego de pelota pigmea, oriundo de Inglaterra, que no se jugaba en las Antillas de habla hispana. Todavía el Cricket se juega en las islas del Caribe de habla inglesa.

¡Pum!- sonó el zurdazo de Sinencio Jones en mi quijada derecha, seguido de un upper-cut definitivo que me dejó tumbado y mirando nimitas junto al aljibe de mi infancia. Los pajaritos del algarrobo detrás del aljibe, donde tenían sus nidos las golondrinas, velaron mi sueño hasta que mi madre se percató del suceso y llamó al policía de la esquina.

-¡Este cocolo revejío acaba de noquear a mi hijo, el campeón del barrio!-exclamó, al verme en el suelo botando sangre por la nariz.

– ¡Se me salen todos ahora mismo de mi casa!

Cuando el policía llegó, Sinencio Jones se le cuadró, listo para darle otro upper-cut, sin saber que éste había sido campeón amateur del Caribe en tiempos de Classius Clay y, en un dos por tres, dejó a Sinencio Jones cuan largo era boquiando en el mismo lugar donde yo caí. Fue como en una venganza premeditada.

Cuando la madre de Sinencio Jones, Marie-Florence, lo vio entrar a la casa todo abembao y sangrando profusamente por la fosa izquierda de la nariz, le preguntó escandalizada:

-¿Qué te ha pasado, hijo mío?

-Que encontré un cara de pendejo más guapo que yo.

Igualito que en las pasadas elecciones dominicanas. Abembó a todo el mundo.

Pollock_to_Hussey