A Hamlet Hermann, in memoriam

Los “puros” de la izquierda se marginaron por no pactar con los “impuros” a lo largo de los años finales de la década del sesenta, del setenta y durante los ochenta. El resultado no puede ser más deprimente para ellos y para el pueblo que quisieron (debí decir quisimos) representar a los sectores populares en lucha.

Son 38 años sin una representación importante de la izquierda en los órganos de poder para servir honestamente al pueblo que la ayudó, protegió y murió por su causa aunque no la comprendiera totalmente.

La excepción en los setenta fue el Movimiento Popular Dominicano (MPD) que planteó públicamente una alianza táctica con sectores conservadores para el “Golpe de Estado Revolucionario” y luego tuvo la visión de impulsar una fórmula electoral anti-reeleccionista para intentar destronar a Joaquín Balaguer del poder por los votos.

Fue el partido de izquierda que pagó el más alto precio por su intrepidez y –lamentablemente- por la escasa formación política de sus militantes y simpatizantes.

La verdad es que la tarea desbordó siempre la capacidad de la izquierda de pensar-crear-actuar, no así la disposición al sacrificio y del precio pagado en sangre, prisión, exilio, sudor y lágrimas por el pueblo dominicano.

Eso se explica porque en ausencia de una cultura marxista en la política, quienes están más cerca del pueblo y por tanto de la realidad nacional, son quienes pueden elaborar las mejores tácticas.

Los “puros” liberal demócratas (Partido de la Liberación Dominicana –PLD-) pactaron tanto –al final de la Guerra Fría- que transformaron sus objetivos de liberación en neoliberalismo, pervirtieron el Estado y sus instituciones y desde hace años son los copuladores de la oligarquía nacida en el siglo dieciocho y se han mantenido intangibles al servicio de los politicastros hasta el siglo veintiuno.  ¡Ha sido su fórmula invariable y ambos están repletos de dinero y son los victimarios de millones de hambrientos y analfabetos funcionales!

Los últimos servidores (PLD) copiaron lo peor del balaguerismo y del perredeísmo para entronizarse en el Estado, succionarlo –y en sus peleas internas- llevar a ese partido a una crisis irreversible que ya tiene una hemorragia que no ha hecho metástasis porque la oposición no existe, aunque se invoque como tal. ¡Sin cirujano, no hay cirugía, aunque el paciente esté en coma!

Para las presentes generaciones, esta es una larga historia de errores políticos y de mediocridades de “dirigentes” que se creyeron políticos.

No voy a hablar ahora del post-trujillismo, de las elecciones de 1962, las guerrillas del 63, la Guerra de 1965 y las tácticas seguidas en la post-guerra. Vamos a la historia reciente.

En el año 1978 la mayoría del pueblo estaba clara de que había que sacar a Joaquín Balaguer del poder y quien objetivamente podía hacerlo era el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y su candidato Antonio Guzmán, quien era respaldado por el más importante líder opositor, José Francisco Peña Gómez.

La única fuerza de izquierda que participaba en la contienda era el Partido Comunista Dominicano (PCD) que había sido reconocido por Ley y fue con la divisa de “Avancemos ahora”.

Pese a que el clamor popular (mejor táctico que los políticos y los partidos) era que la prioridad era sacar a Balaguer del poder, el PCD postuló a Narciso Isa a la Presidencia y a Pericles Franco a la Vicepresidencia de la República.

En el fondo, lo supieran o no los líderes del PCD, la legalización de los “comunistas buenos” era un intento de Balaguer para dividir otra vez el voto opositor y reelegirse por tercera vez.

El pueblo fue más sabio que Balaguer y menos ingenuo que los líderes del PCD.

La excepción fue la posición de “voto crítico por el PRD” de los Comités Revolucionarios Camilo Torres (Corecato) –del cual era yo miembro de la Dirección Central con solo 21 años- que entendió que con un gobierno perredeísta era posible entrar en una etapa de legalidad que contribuyera a organizar a las grandes masas de trabajadores de la ciudad y el campo para luego cualificar las filas de izquierda y plantearse –por la vía que fuera pertinente- la toma del poder por los partidarios del socialismo.

El resto de la izquierda planteó que las elecciones eran una farsa y se marginaron por propia voluntad del proceso. ¡Nadie los excluyó!, salvo los “principios”.

El día de las elecciones, 16 de mayo de 1978, las urnas se desbordaron de votos por el PRD y Balaguer tenía que irse.

Las maniobras del balaguerismo provocaron un golpe militar en la Junta Central Electoral, interrumpieron el conteo de votos, detuvieron a todos los presidentes de juntas electorales municipales y finalmente –asistidos por el vinchismo- despojaron al PRD del control del Senado, que entonces nombraba directamente a los jueces de la Corte Suprema de Justicia.

Tan pronto se supo que el balaguerismo intentaba despojar al PRD del triunfo, el país se puso de pie reclamando respeto a la voluntad popular.

Con esa consigna se expresaron los oligarcas de Santiago, los gremios y todas las fuerzas de izquierda.

La única excepción fue Juan Bosch y el PLD, quienes en lugar de unirse al reclamo unánime de respeto a la voluntad popular, propusieron crear una junta militar de gobierno transitorio para organizar nuevas elecciones. El PLD había obtenido el 1% de los votos (18,000 sufragios) y nadie tomó en serio su propuesta.

Con una visión más responsable (política)  en mayo de 1978 la mayoría de la izquierda pudo haber pactado con el PRD antes de las elecciones y obtener alguna representación legislativa y municipal. Pero no. Prefirió enarbolar “principios testimoniales para la historia” ignorando las responsabilidades políticas del momento  y lo que hizo fue el ridículo para al final apoyar al PRD (o al pueblo si ellos quieren) en su reclamo de respeto a la voluntad popular ante el intento de escamotear una victoria que ellos no habían contribuido a forjar.

Es lo mismo hoy

Pero 38 años después una parte de esas fuerzas no han sacado la lección de que la conquista del poder es una lucha escalonada que requiere ir rompiendo monopolios y entronando fuerzas propias en estamentos de poder para luego asaltar –por los votos o por las botas- las fortalezas del Estado y derrotarlo para impulsar una alternativa democrática, popular y revolucionaria.

Hoy los remanentes de la izquierda quieren seguir testimoniando que son adalides de los principios (¿Cuáles principios, chicos?) mientras dispersan el voto opositor que se convierte en un derivado efectivo para que la reelección siga adelante como si nadie la viere pasar.

Por paradójico que sea, Guillermo Moreno, Minou Tavárez y las fuerzas que los respaldan, siguen repitiendo la historia y no quieren comprender que un pacto político legislativo y municipal con el Partido Revolucionario Moderno (PRM) los coloca más cerca del poder y del pueblo que obtener –en el mejor de los casos- 2% de los votos presidenciales.

Hay que ser muy tonto en política para dividir a la oposición en un momento en que el PLD está realmente dividido entre las fuerzas de Leonel Fernández y del presidente Danilo Medina, lo que pone en serio riesgo la reelección presidencial y mucho más, la reelección de senadores y diputados del PLD en todo el territorio nacional.

¡Cuánta ingenuidad, hermanos!

La vida vive dando lecciones cada día: Los reformistas parecen ser más tácticos que las fuerzas alternativas al pactar con el mayor partido de oposición con la sola esperanza de obtener senadores, diputados, alcaldes y concejales.

Los alternativos prefieren ser “leales a los principios” –aunque algunos cogen el “cofrecito”- y desprecian la oportunidad de romper el unipartidismo y de paso –quién sabe- conquistar algunos peldaños en el Congreso y los cabildos.