El marxismo cultural surge de una corrección política que pretende atribuir el papel de víctima a unos grupos. A los que son calificados de víctimas se les debe otorgar más poder y estatus y aquellos considerados opresores deben ser despojados de parte de su poder y de su estatus.
En la República Dominicana, por ejemplo, el marxismo cultural se manifiesta en las acciones de los grupos feministas por proveer a las mujeres de más poder y estatus, desplazando a los hombres del supuesto control que éstos tienen de la sociedad. También se manifiesta el marxismo cultural en las acciones de los grupos de defensa de los haitianos, a quienes pretenden establecer como una minoría étnica, por ende, se les debe dar más poder y estatus, sin importar si viven o no apegados a las leyes migratorias.
El marxismo cultural también supone que hay que otorgar el mismo estatus a todos los tipos de familias y a todas las variantes de la sexualidad humana. Y así, sucesivamente.
A tal fin, se intenta erradicar del discurso público el uso del lenguaje que supuestamente trata a un grupo como inferior a otro. Los términos obviamente peyorativos se considerarán inaceptables. Se intentarán aprobar leyes que impidan que nadie sea tratado de manera diferente a causa de su raza, sexo, orientación sexual, estado civil, etc. En gran parte esto es digno de alabanza y ningún cristiano se opondría a ello.
Pero la primera objeción a plantear es una cuestión de grado. Por ejemplo, hasta dónde está dispuesto a llegar el Estado para evitar que la gente diga cosas consideradas actualmente inaceptables por una élite cultural. Nos preguntamos si se trata sólo del lenguaje extremo o se refiere a cualquier término que un miembro de una minoría oprimida pueda considerar subjetivamente ofensivo. Incluso, la palabra “extremo” resulta problemática, dado que lo que para una persona resulta extremo puede ser inocuo e inofensivo para otra. Las implicaciones que ello tiene para la libertad de expresión son bastante obvias, y en artículos anteriores hemos ofrecido ejemplos de cómo la izquierda europea y canadiense intenta limitar la libertad de expresión de los cristianos.
El argumento básico es que una vez que una sociedad intenta definir su identidad, tal y como sucedió en la República Dominicana con la proclamación de la Constitución del año 2010, esta definición no puede ser del gusto de todos, por eso los ataques constantes a dicha Constitución por los grupos feministas, GLTB y pro-haitianos. La única alternativa viable, de acuerdo a lo que estos grupos han planteado en el debate público durante los últimos años, es vaciar de toda identidad la sociedad que construimos. La única sociedad que no ofenderá a nadie será aquella sociedad que no crea en nada… ni siquiera en sí misma. Pero irónicamente, incluso esto provocará controversias, dado que muchas personas insistirán en que la sociedad debe defender valores y que no se deben negar aspectos importantes y valiosos de su herencia cultural.
Al final, la solución para la convivencia pacífica no es la creación de una plaza pública desnuda en la que se clasifique a la gente según sus creencias, reduciéndolos a ciudadanos de segunda clase. Por el contrario, la respuesta se encuentra en el reconocimiento del legado cultural, incluido el religioso, pero de tal manera que esto no restrinja la libertad ajena.