UN EXMINISTRO del gabinete, una persona inteligente (no obstante), me preguntó el otro día: “Vamos a suponer que su plan se realiza. Llega a existir un estado palestino, lado a lado con Israel, incluso, algún tipo de federación. Luego, en unos pocos años, un violento partido anti-israelí llega al poder allí, y cancela todos los tratados. ¿Entonces qué?” "
Mi respuesta directa fue: “Israel siempre será lo suficientemente potente como para prevenir cualquier amenaza”.
Eso es verdad, pero no es la verdadera respuesta. La verdadera respuesta radica en las lecciones de la historia.
LA HISTORIA nos muestra que hay (al menos) dos tipos de acuerdos de paz. Un tipo, el tonto, se basa en el poder. El otro, el inteligente, se fundamenta en el interés común.
El más notorio del primer tipo es el Tratado de Versalles que siguió a la Primera Guerra Mundial.
Fue firmado cuatro años antes de que yo naciera, pero cuando yo era niño fui testigo ocular de sus resultados.
Fue una paz “dictada”. Después de cuatro años de batallas, con millones de víctimas, los vencedores querían infligir el máximo daño a los vencidos.
Grandes partes de Alemania fueron separados del Fatherland y entregadas a los vencedores de Oriente y Occidente. Se le impusieron enormes indemnizaciones a Alemania, que ya estaba totalmente desgastada por la guerra.
Tal vez lo peor de todo fue la cláusula de “culpabilidad de la guerra”. Los orígenes de la guerra fueron múltiples y complicados. Un patriota serbio asesinó al heredero austriaco al trono. Austria respondió con un duro ultimátum. El Imperio Ruso Zarista, qui se veía a sí mismo como el protector de todos los eslavos, declaró una movilización general para asustar a los austriacos. Y los rusos se aliaron con los franceses.
Para evitar una invasión desde ambos lados, los alemanes, que se aliaron a los austriacos, invadieron a Francia. La idea era neutralizar a los franceses antes de que se completara la engorrosa movilización rusa. Ante el temor de una victoria alemana, Gran Bretaña se apresuró a ayudar a los franceses.
¿Complicado? Sin duda. Pero los vencedores obligaron a los alemanes a firmar la cláusula que los acusaba de ser el único responsable por el estallido de la guerra.
CUANDO YO iba a la escuela en Alemania, ante mis ojos colgaba un mapa de Alemania que mostraba las actuales fronteras del Reich (como aun se le llamaba), y a su alrededor, una línea roja prominente que mostraba las fronteras anteriores a la guerra.
Este mapa colgaba en todas las aulas de todas las escuelas en Alemania. Desde la infancia, a cada niño alemán se le recordaba diariamente la gran injusticia hecha a la Patria, cuando le arrancaron trozos enormes.
Peor aún, a cada niño alemán se le enseñaba que su padre había luchado valientemente durante cuatro años enteros contra un enemigo muy superior y que se entregó solo por puro agotamiento. Alemania había desempeñado únicamente un papel menor en los acontecimientos que llevaron a la guerra, sin embargo, toda la culpa de la guerra se le echó encima. De ahí las eran enormes “reparaciones” que arruinaron la economía alemana.
La humillación de firmar un tratado tan injusto fue una espina clavada permanentemente, y se convirtió en el grito de batalla del nuevo partido Nacional-Socialista de Adolfo Hitler. Los políticos que habían firmado el documento fueron asesinados.
La historia ha culpado a los líderes de los aliados victoriosos por su estupidez de dictar esos términos, especialmente, después que el visionario presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, había advertido en contra.
Probablemente no tenían otra opción. La guerra terrible había generado un odio intenso, y los pueblos estaban sedientos de venganza. Pagaron muy caro cuando Alemania, bajo el liderazgo de Hitler, comenzó la Segunda Guerra Mundial.
EL EJEMPLO contrario lo proporciona la Paz de Viena de 1815, casi cien años antes.
Las tropas de Napoleón habían invadido amplias partes de Europa. A diferencia de la Alemania de Hitler, la Francia de Napoleón trajo un mensaje civilizador, pero sus tropas cometieron muchas atrocidades. Cuando Francia ya estaba agotada y se quebró, los aliados victoriosos fácilmente pudieron haberle impuesto las mismas condiciones punitivas y humillantes impuestas por sus sucesores un siglo después. Pero no lo hicieron.
En lugar de tratar a la vencida Francia como un enemigo, la invitaron a sentarse a la mesa. El exministro de Relaciones Exteriores de Napoleón, Charles Maurice de Talleyrand, fue acogido como uno de los líderes para dar forma al futuro de Europa.
El espíritu líder del Congreso de Viena era Klemens von Metternich, hábilmente asistido por el británico Lord Castlereagh. Se le permitió a Francia recuperarse en un corto período de tiempo.
Uno de los grandes admiradores de Metternich y sus colegas es Henry Kissinger.
Desgraciadamente, él hizo lo contrario cuando se convirtió en el ministro de Relaciones Exteriores de Estados Unidos.
El Concierto de las Naciones creada por la Paz de Viena estableció un sistema sólido para la paz que mantuvo tranquila a Europa durante casi cien años, con algunas excepciones (como la guerra franco-prusiana de 1870). El espíritu de sus fundadores brilla hoy como un ejemplo de sabiduría.
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, la más terrible de todas, podría haber terminado con un segundo tratado de Versalles. Pero no ocurrió así.
Después de la rendición incondicional de Alemania, no se firmó ningún tratado de paz en absoluto. Tras las atrocidades horribles de los nazis, ningún tratado generoso era posible. Se dividió Alemania, pero en vez de pagar enormes indemnizaciones, recibió ‒increíblemente‒ enormes sumas de dinero de los vencedores, para que pudiera reconstruirse en un tiempo récord. Sí perdió gran cantidad de territorios, pero unas décadas más tarde, Alemania se convirtió en la primera potencia en una Europa unida. Cualquier guerra grande en Europa es ahora impensable.
Obviamente, Winston Churchill y sus asociados habían aprendido sin duda alguna la lección de Versalles. Descartaron el dicho popular de que nadie aprende nada de la Historia.
Incluso el nuevo Estado de Israel se comportó con mucha sabiduría, en lo que respecta a Alemania. Las chimeneas de Auschwitz apenas habían dejado de echar humo cuando Israel, bajo el liderazgo de David Ben-Gurión, firmó un tratado con Alemania. Pero lamentablemente, Ben-Gurión no mostró la misma sapiencia en relación con el mundo árabe.
Fue en el minuto de Oslo cuando todo era posible. Martin Buber me dijo una vez: “Hay un momento adecuado para un hecho histórico El momento antes no es el correcto. El momento después, tampoco. Es ese instante preciso el que es correcto”. Por desgracia, Yitzhak Rabin no lo reconoció. Dudo que él supiera mucho sobre la historia del mundo.
¿CUÁL ES la lección? Kissinger lo expresó muy bien en uno de sus libros, antes de convertirse en un criminal de guerra.
Dice así: La paz se logrará solo si todas las partes se benefician de ella. La paz no se mantendrá si una parte importante se quede fuera.
En el momento de la victoria, el vencedor cree que su poder es eterno. Puede imponer sus términos y humillar al enemigo. Pero la historia muestra que el poder cambia, que el fuerte de hoy puede ser el débil de mañana. El débil puede llegar a ser fuerte y tomar venganza.
Esa es la lección que Israel debe extraer. Hoy somos fuertes, y el mundo árabe está en ruinas. Pero no siempre será así.
Un tratado de paz con Palestina y el mundo árabe se mantendrá si resulta inteligente y generoso. Lo suficientemente profundo como para que el pueblo palestino, o al menos una gran mayoría, llegue a la conclusión de que vale la pena y es honorable mantenerlo.
Siempre es bueno tener un ejército fuerte, por si acaso. Pero la Historia demuestra que ni los ejércitos fuertes, ni armas en abundancia garantizan la paz. Eso se logra con la buena voluntad de todas las partes, con base en el interés propio.
Y con la sabiduría de los políticos ‒un ingrediente poco común, sin duda.