Hicieron el amor con más ternura que locura
Después de haber esperado tanto su visita, su llegada se convirtió en una calamidad, un dolor impresionante; la hacía sentirse sucia, indispuesta. Su primera menstruación llegó cuando tenía tan sólo 11 años, cuando todavía jugaba al balonazo con los chicos del barrio. Su madre le había hablado de ella, pero jamás imaginó una tortura similar. Los primeros días de la regla se los pasaba echada en la cama. Mami, siempre cerca, tratando de percibir su malestar a través de su olor, le ponía paños tibios en el vientre para calmar los cólicos. Sólo su presencia y sus caricias en el abdomen ayudaban a soportar el infortunio.
El suplicio era tal que le imposibilitaba ir a la escuela. Tampoco podía lavase la cabeza y mucho menos jugar en el patio. Cuando se sentaban a la mesa, la tía Consuelo le recordaba que no podía comer guineo, una de las pocas frutas que le llamaban la atención (y no tenía muy claro si era porque le gustaba o porque se la prohibían).
Cuando se sentía mejor podía ir a la escuela; eso sí, sin correr. Las horas de deporte eran para ella una vergüenza: se quedaba sentada en el pasillo viendo a sus amigas jugar y comentar "está indispuesta, le llego la luna, la regla". Tantos nombres, que muy bien podría llamarse peste y no menstruación.
Este calvario periódico la acompañó durante toda su adolescencia y juventud. La tía Consuelo también padecía de una menstruación dolorosa. En esos días no se podía entrar a su habitación, se la pasaba en cama, vomitaba, dejaba de ir al trabajo: estaba absolutamente indispuesta. Le decía "no te preocupes, Martita, esto no es eterno, cuando te cases desaparecerá, lo heredaste de mí". Y ella ¿como lo sabía, si aún no se había casado? Marta se preguntaba ¿por qué no heredó sus penetrantes ojos verdes? ¿Cómo diablos se le ocurrió elegir estos genes?
Después de tres años de casada los dolores menstruales se hicieron más intensos. Ernesto y ella deseaban un hijo. Fue a visitar una especialista en infertilidad, la Dra. Lucía Hinojosa. Luego de múltiples estudios -muchos de ellos dolorosos- la doctora le diagnosticó una enfermedad llamada endometriosis: "Se trata de una enfermad en la cual parte del sangrado menstrual se va hacia dentro del abdomen, en vez de irse por la vagina hacia el exterior. Por esto es el dolor intenso que sientes y que cada día es peor. Esta sangre estancada obstruye las trompas. Los espermatozoides de Ernesto no pueden pasar y unirse con el óvulo, por eso no has logrado embarazarte".
Esta enfermedad no sólo ha limitado su juventud, produciéndole dolor y vergüenza; ahora tampoco le permite reproducirse, tener un hijo. Se ha sometido a varios tratamientos muy desagradables. Siente que ha envejecido. A los 32 años tiene la piel reseca y el pelo quebradizo. Lo único bueno es que no ve la regla desde hace seis meses. "Todo eso son los efectos adversos del tratamiento", le había explicado la Dra. Hinojosa antes de iniciar el tratamiento. Y eso la hace sentir como si estuviera en la menopausia. Sólo la esperanza de poder tener un hijo le da las fuerzas necesarias para soportar el sufrimiento de la medicación; ¡pero vaya que es duro!
Mientras su hermana le da el seno a José, su querido sobrino, Marta se la pasa leyendo sobre la endometriosis, descubriendo que es una enfermedad frecuente, sobre todo en mujeres con problemas para quedar embarazadas. Para ella ese dolor menstrual era normal, parte de su herencia, su karma: a unas mujeres la menstruación les duele más y a otras menos. Pero resultó que no, que es endometriosis, una enfermedad. Y se cuestiona: ¿cuántas jóvenes se equivocarán igual que yo?
En la sala de espera conoció a Julia, una chica alta, de pelo castaño y una mirada de Palabra Diaria. Luego de seis meses y tres fertilizaciones in Vitro, por fin la prueba de embarazo le dio positiva. No es su embarazo, pero algo de ella tiene. Marta le sostenía la mano cuando esperaban el resultado de la prueba, y al darle el veredicto se llenaron de alegría, sus ojos se nublaron, sentían un corrientazo, como si el Cristo en ellas se hubiese manifestado. ¿Cuándo me tocará a mí?, pensaba Marta.
Al llegar a la casa le habló a Ernesto de sus esperanzas al conocer el resultado de Julia. ¡Estaban tan contentos! Esa noche se fueron de bonche, celebraban su nuevo sobrino postizo y la aurora de su posible embarazo. Hicieron el amor con más ternura que locura, como si acariciaran a su futuro bebé.
Los malestares propios del tratamiento y el fastidio de sentirse enferma, de sentirse diferente a las demás por una jodida enfermedad que la ha acompañado tanto tiempo sin saberlo, le producen angustia. La Dra. Hinojosa se ha esmerado en aclararle todas sus preguntas. Además le ha dado diferentes opciones de tratamiento para embarazarse y ganarle la batalla a la enfermedad, jodida endometriosis que no va acabar con su vida, ni su felicidad.
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