Los primeros seguidores del Maestro que entraron al salón reaccionaron sorprendidos al ver que el admirado guía espiritual se encontraba ante el púlpito, esperando calmadamente la llegada de todos. Los saludó con una sonrisa tenue, reflejando una paz infinita en su mirar.

―¡Dios los bendiga a todos! ―dijo el Maestro―. A las 8 de la mañana en punto daremos inicio ―agregó.

―¿Cuál será el tema de su reflexión de hoy, Maestro? ―preguntó un joven delgado,  con el pelo rubio y largo, de piel cobriza,  ojos cafés y ancho rostro; tenía, posiblemente, unos veintitrés años de edad.

―Por favor, tengan paciencia; esperen a que lleguen los demás ―aconsejó el sabio.

Eran unas doce personas, de ambos sexos, las que habían llegado temprano a aquel tranquilo y retirado lugar donde, durante catorce días, alimentarían su espíritu escuchando las reflexiones del Maestro. Catorce días y en el mismo horario: de 8:00 a 9:00 a. m.

Llegada la hora programada, y ya todos en sus respectivos asientos, impacientes por escuchar al Maestro, éste dijo:

―Hoy les hablaré del peligro del prejuicio ―anunció el Maestro, notándose en su mirada una cierta picardía sana, de niño grande; se quedó pensativo, como buscando en su cerebro las palabras precisas―. No es prudente ni humano formarnos un juicio definitivo sobre una persona basándonos ciegamente en las opiniones de sus enemigos o de sus amigos, pues los primeros exagerarán sus defectos e inventarán otros; y los segundos, exagerarán sus virtudes y le adicionarán otras. Les aconsejo tener esto muy presente.

Prosiguió el Maestro de Yarkara nutriendo con su palabra sabia, iluminadora, a la audiencia que, con fervor, lo escuchaba atentamente:

―Conviene tomar en cuenta ―para hacer honor a la justicia― las opiniones de los imparciales, los cuales escasean, y las que dictamine nuestra propia conciencia, ya que una errada apreciación por influencia malsana puede conducirnos hacia un error mayor: el prejuicio.

Y continuaba el guía espiritual con palabras atravesadas de una espiritualidad que llenaba de paz y armonía el salón:

―Generalmente, las referencias dadas por un individuo sobre su enemigo nunca son buenas, pues hay esa tendencia casi instintiva en el ser humano a destruir a su contradictor, a su disidente, al que se convierte en obstáculo para la materialización de sus propósitos, sobre todo cuando éstos son oscuros y están animados por el mal. Y es que hay seres humanos que toman muy al pie de la letra aquello de que «el fin justifica los medios» (Maquiavelo): infamar, calumniar…y hasta matar. Es la evidencia constante de que el hombre es imperfecto.

Calló. Observó en silencio a sus discípulos y luego reanudó su discurso reflexivo:

―El prejuicio genera un oleaje de opiniones diversas que termina creando, en torno a la víctima, una atmósfera negativa matizada por el rechazo de unos y la maledicencia de otros. Esto ocurre especialmente cuando el prejuiciado concentra poder, y con el que todos quieren ―por asunto de intereses― estar en buena, no en desgracia. Se parece esto a la situación que se da cuando un árbol ha caído: todos hacen leña de él, incluso hasta los que no tienen necesidad de hacerlo. Existe el tipo de prejuicio por inducción, que se da en aquellos sujetos débiles de carácter y que son fácilmente influenciables. Es el más común y el más peligroso, ya que casi siempre quien lo provoca es la persona insidiosa y calumniadora que, sin escrúpulo alguno, destruye imágenes de personas dignas y honestas. Ya lo decía Kane O’Hara: «Cuando el juicio es débil, el prejuicio es fuerte».Hay que admitir que extraer de la mente de alguien un prejuicio es, a veces, tarea difícil y en ocasiones imposible. Con frecuencia, por más que se logre, queda algún vestigio amenazando con tomar fuerza y resurgir como el Ave Fénix.

Citó a un genio contemporáneo de la física para fundamentar sus planteamientos:

―Si pidiéramos opinión a Albert Einstein posiblemente repetiría su célebre frase aforística: «Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio». Sobre todo, cuando se da el caso señalado en el párrafo anterior: «Los prejuicios son sumamente difíciles de erradicar de un corazón cuyo suelo nunca fue preparado o fertilizado por la educación; crecen allí, firmes como malas hierbas entre piedras». Esto dice Charlotte Brontë.

La mente del maestro viajó en el tiempo, llegando a la Roma antigua para citar a Séneca el Joven:

―«Errare humanun est». Sí, es propio del hombre equivocarse, se ha dicho tantas veces, pero es propio del hombre sensato y reflexivo enmendar sus errores y reconocer que estaba equivocado. El prejuicio es una gran equivocación que nos arrastra hacia el abismo insondable de la inexactitud, del desasosiego y del subjetivismo, por lo que debemos evitar ser presa de él si queremos ser justos, valorando con claridad de pensamiento las cosas, pero especialmente a las personas.

Al final de su discurso el Maestro de Yarkara citó las palabras del apóstol Pablo cuando éste le dice a su discípulo Timoteo lo que sigue:

―«Solamente te encargo delante de Dios y de Cristo Jesús y de los ángeles escogidos que guardes estas cosas sin prejuicio, y no hagas nada según una inclinación parcial».

Hubo miradas cruzadas entre los seguidores del Maestro, como si cada cual buscara la confirmación de su apreciación sobre lo dicho por el guía espiritual, quien, como era su costumbre, descendía del púlpito y se alejaba en silencio, dejando tras de sí una estela de pensamientos reflexivos entorno al prejuicio.