El pasado 24 de julio de 2013 el ingeniero Temístocles Montás aceptó el pedido de miles de sus amigos y amigas para que busque la candidatura presidencial por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) para las elecciones de 2016.

El acto desbordó las expectativas de los organizadores por la extraordinaria concurrencia que recibió el Hotel Dominican Fiesta aquel atardecer, donde Montás pronunció un discurso rectificador del estilo de gobierno del PLD.

Pero desde los palcos próximos al ex presidente Leonel Fernández le están disparando a la iniciativa de Montás tratando de presentarlo como un “malagradecido y desleal”  frente al ex mandatario.

Planteando las cosas así, quienes escriben criticando a Montás les dan la razón a los que dicen que el PLD ya no es un partido político, sino una corporación con una estructura montada para ganar elecciones a fuerza de la billetera estatal mediante el clientelismo.

El hecho de que Montás acepte el pedido de sus amigos –la gran mayoría sin militancia política- para que busque la Presidencia de la República por el partido al que pertenece desde su fundación, lejos de considerarse un acto desleal y una conducta malagradecida, debe verse como lo que realmente es: el ejercicio de un derecho que corresponde por igual a todos los miembros del PLD que llenan los requisitos de la Constitución, las leyes y los estatutos de esa organización.

Si en el PLD solo puede aspirar Leonel –el depositario del mayor poder económico, político, judicial, legislativo, electoral y mediático-, entonces el PLD no es un partido democrático, sino una corporación donde se hace lo que desea el accionista mayoritario.

Un partido democrático no solo permite –sino que estimula- las aspiraciones legítimas de sus miembros, sobre todo si son dirigentes históricos que nunca han aspirado a la Presidencia de la República.

Lo que sí es vergonzoso es que dirigentes que han buscado en numerosas ocasiones la candidatura presidencial y ganado la Presidencia por un mismo partido persistan cada cuadro años en participar como si nadie más tuviera derecho o como si ese partido fuera una herencia familiar. Imponerse como el imprescindible no tiene nada de democrático.

Creo que es conveniente para el PLD y para quienes creen en la democracia que Montás lanzara sus aspiraciones presidenciales porque él apoyó la elección de Fernández en 1996 y en 2004 al igual que la reelección de 2008, hizo lo mismo con el Danilo Medina y nadie puede negarle el derecho de correr con sus propios pies en la carrera presidencial.

Nadie tiene que confundirse: Montás apoyó a Fernández desde su condición de dirigente político del PLD, no como su empleado en el Ministerio de Economía, por lo que ahora no se le puede llamar desleal porque no esté en condiciones de apoyarlo por cuarta vez sin que el ex gobernante lo haya apoyado a él por vez primera pese a que son dos miembros del Comité Político del PLD desde hace muchos años.

Es saludable que al interior del PLD se escuchen voces que digan, como afirmó Montás en su discurso:

“Soy parte de una generación que se formó en la lucha por la democracia. Juan Bosch nos enseñó que en países con debilidades institucionales como el nuestro, el continuismo de una persona en el ejercicio del poder es dañino para el sistema democrático; nos enseñó que el caudillismo no le hacía bien a la democracia”.

Los partidos necesitan abrirse a la sociedad porque los ciudadanos tienen mucho que decirles y solo estarán en capacidad de escuchar a los jóvenes, a las mujeres, a las minorías… si no les niegan derechos fundamentales a sus  propios dirigentes.

Si Francisco Javier García, Reinaldo Pared Pérez, Minou Tavárez Mirabal, Margarita Cedeño y otro dirigente como ellos deciden buscar la candidatura presidencial por el PLD, nadie puede llamarles desleales porque son dirigentes consagrados a su partido y nunca han corrido por esa posición.

¿O son también desleales como se le ha llamado a Montás?