Con voz estentórea el Sargento carcelero despotricó en tono burlón: ¡Sepárame a los vivos de los muertos! Entre la sorna campesina regional y las palabrotas descompuestas natural de los cuarteles. Sujetando un cigarro apestoso entre sus labios que espantaba hasta las avispas. Espetó a todo pulmón: !El que se revoloteé! ¡Partele el pescuezo, ahí mismo…..Sin joder mucho! Algunos de los reos se le brotaron los ojos como maco de laguna de potrero del miedo.
El Sargento de cuartel continuó con sus palabrotas baratas, para joder más de lo debido a los que se encontraban detrás de los barrotes de hierro. ¡Anjá….., compai, le dijo a Duvergé: ¡De esta vamos a ver si te salva !!!
En la ergástula pestilente de la cárcel del cerro en el Seybo, se acercaba la hora final del sable heroico del Memiso y el Número. Sus vástagos dormían con él en su última noche, por disposición de una consabida gracia del hatero, dejándolo pasar esa noche con su padre. Envuelto en su abismo profundo, acabado, cabizbajo en su final próximo. Trataba de calmar las ansias mustia de sus proles más pequeños, Daniel, Tomás y Nicanor.
Todos encerrados en la misma celda esperando la guadaña filosa asesina. Tanto Santana, como Duvergé eran hijos adoptivos del Seybo. El héroe de las carreras nació en Hincha, mientras el héroe del Número era oriundo de Puerto Rico.
La sentencia de su muerte se confirmó tras un conciliado tras bastidores en contubernio con sus dos compadres, que él designó como comisión militar: Eugenio Miches y Juan Rosa Herrera (alias Juan el tuerto), sus compadres "canchanchanes". No había forma de salir vivo de esa encerrona que le tendieron. El espacio sideral del cielo era testigo de excepción de los celos que existían con anterioridad en la campaña del inicio de nuestra separación.
En el juicio fungía como Fiscal un Teniente de Caballería: Pedro Bernal, que de entrada no permitió oír a los reos acusados en el proceso de su defensa, y ni tampoco quiso escuchar a los testigos. Pidió sin inmutarse, la pena de muerte para todos, incluyendo a los menores.
En el juicio se le denegó la defensa a la parte acusada. Con sus rostros contraídos oyeron la sentencia tras dos horas de larga y angustiosa deliberaciones en el que un rostro patibulario salió a la superficie el 9 de abril de 1855. Leyeron la sentencia al grupo, sin acomodarse mucho, entre palabras torpes y torvas. Parecía como si fueran a fusilar al pueblecito entero.
Sus horas de vida estaban contadas en cuentas gotas. El horripilante trato inhumano al cual estaban siendo sometidos por la soldadesca se podía sentir y oler.
Su hijo Alciades sólo alcanzaba la edad de 23 años. Sería fusilado en la flor de su juventud.
La captura de todos estuvo preñada de abusos y torturas. Una mujer ligada al héroe fue golpeada salvajemente por su parte íntima y amarrada a un árbol sacándole la confesión donde se encontraba escondido el héroe. Todos los caminos eran peinados, matorrales, sabanas enteras fueron requisadas desde los llanos hasta Higuey. En una persecución tenaz de sus sabuesos rabiosos registraban cada bohío, cañada, matorrales del campo desoyendo el grito de las mujeres parturientas que bañaban su criatura en los ríos adyacentes. Por tres días consecutivos lo hicieron hasta que la mujer amarrada al árbol cantó claro de luna.
Una patrulla agarró al líder salvajemente y lo desencamó de su escondite con sus cuatro hijos, dos amigos liberales, dos haitianos, un descolorido español y un octogenario anciano. Ya los demás complotados estaban bajo castidad estricta en las ergástulas del despiadado hatero. Sus proles, temblorosos por el miedo sacudían sus quijadas como verdaderas castañuelas españolas. Ni siguiera los menores de edad se le salvaron al juicio, todos fueron condenados a la pena capital.
A sus hijos menores se les cambió la pena por el confinamiento en Samaná. Excepto al de mayor edad, Alcides.
Eugenio Miches se encabritó con sinceridad descarnada y se estremecía por dentro de la rabia diciendo: ¡Esto no puede ser…..! Se le subió la sica al compadre a la cabeza!
Rápido tomó su corcel de guerra y se fue a ver al chivo que más mea. Desmontándose de un salto de su yegua, entró en el cuarto donde se encontraba descansando el hatero brutal y salvaje, irracional e inflexible.
Le inquirió al presidente Santana, en su rostro apoyado en la intimidad de su amistad. ¡COMPADRE , NO SE ECHE ESA VAINA . ESA ES UNA SICA QUE VA A ""HEDER"" MUCHO, ECHELE HILO AL BOLLO!!! ¡LLEVESE DE MI COMPAI! No se lleve de esos agüizotes del carajo! Lo que quieren es cagarlo para siempre ¡"De arriba abajo" con mierda! ¡Mándelo para el carajo!…… Eso es lo que usted tiene que hacer. Mira Eugenio: !Aquí que yo sepa el jefe soy yo, Coñaso! Y ya esa vaina se decidió y todos estamos embarrado. Él se me salvó una vez ¡Y en esta se judío ¡Por qué le voy a romper los huevos "toditico" adentro!
El grupo de reos se encontraba agolpado en la celda mugrosa. Entre el canto de los grillos en la pastosa sabana verde, atrayendo a las hembras en sus rituales nupciales de la efervescencia natural del amor de los insectos. El pueblo entero nocturnita, sonámbulo en su vigilia ciega, siguiéndoles los pasos a los acontecimientos que se deterioraron después de la sentencia del juicio. La noche se hacía larga y tediosa, el aire fangoso e irrespirable hasta para los propios centinelas que franqueaban fuertemente armados los flancos del cerro.
Un amago de pato precavido se oía a los lejos, entre pisadas quejumbrosa de la rondas, quebrando el silencio alrededor de los barrotes de la celdas de los condenados. Cada uno lucubraba en su interior escenas de vida diferentes. ¿Por qué coño estaban ahí?……, por un jodío Báez que lo que quería era vender la patria. Lejos, pero muy lejos, se encontraba pasándola bien y ellos jodidos…… Lejos entre los montes del campo se oían los palos de los tambores de los negros en honor a Duvergé. ¿Por qué Duvergé se metió en esas vainas? Dizque para traer a Báez ¡Oiga esa vaina compadre! Lo convencieron Francisco Rosario Sánchez y Eugenio Pelletier. Le dieron muela y lo convencieron, él le creyó junto con Tomás De la Concha. ¡Mierda compadre! En que maldito lio se metió usted, con el abusador del Camajan. ¡En esta si se jodió!
En la estrecha celda Alfonso no cerró los ojos toda la noche, acariciando el pensamiento del sabor tierno de un amor de infancia entre un bejucal con la hija del dueño de la bodega. Sabiendo que cuando despuntara el alba tendría tiempo de sobra para descansar.
Uno de los haitianos se rascaba el dedo meñique del pie izquierdo con un ¨sicote¨ que espantaba hasta los mosquitos. De la Concha, no paró en quejarse de sus dolores espasmódicos y le fue denegada la atención médica.
EL carcelero en cuestión le dijo !Y PARA QUE COÑO, USTED QUIERE MEDICO. SI USTED MANANA TEMPRANO LO VAN A DESCOJONAR!
Los niños pequeñitos del héroe dormían como angelito sin saber la suerte que corría su padre desde que saliera el brillante sol. Albert se pasó toda la noche de un lado a otro tratando de cansar el miedo. José Dalmau pasó la noche enterita llorisqueando con su nariz rojiza y llena de húmeda mucosa.
Creía que el cielo se le iba a desprender sobre su cabeza, o que el suelo se le iba a escapar debajo de su pies! Ahí Dios mío, ten misericordia de nosotros! Decía entre sollozo. A los exasperados momentos sepulcrales en la que todos ellos eran los actores principales de la obra teatral que iba acontecer.
El sol por fin salió haciéndose dueño de la mañana. El corre y corre por todos los lados de la soldadesca comenzó temprano en el cuartel del cerró, remolinando y estremeciendo el acontecer político y social de nuestra historia en una de sus páginas más oscura, se iba escribir la brutalidad, e inflexibilidad, cruel de un solo hombre: Pedro Santana, la verdadera dureza sin piedad del resentimiento amargo agrio de su macuto resentido desordenado.
Agolpándose la multitud para no perderse el escenario que debía acontecer en la falda del cerro. Los parientes y amigos entre sollozo sabían lo que eso significaba. Una marcha lenta y lúgubre comenzó a salir de la fortaleza, y un repicar de campanas de la iglesia le ponía el tono de luto a la caminata lenta y penumbrosa hacia las paredes del cementerio que le servirían de muro para el paredón.
Con pasos lento pero firme marchaba el héroe, y su fiel perro Corsario, le movía el rabo a todo vapor, sin tener razón hacia donde se dirigía su amo. El ánimo se le estremeció al ver sus muchachos por última vez.
Un soldado de la columna musitó a otro, estoy loco de que esta vaina termine. En la vieja pared se detuvieron los lanceros y seis soldados le amarraron las manos detrás de la espalda.
El jefe del pelotón con el sable en la mano daba instrucciones sobre exaltado de fantochería para ser el momento más teatral. A Duvergé le desprendió sin ningún reparo sus charreteras, desconsiderando sus méritos. Una retahíla de mirones vigilaba con sus ojos la desfachatez de este oficial al mando, que menos preciaba el valor y los méritos de este hombre centinela de la frontera.
De inmediato ordenó leer, la lectura de "orden y la sentencia" que pesaba contra de ellos. Se movió a un lado y desenvainó su sable en un ritual de guacamayo tropical. Marcando en seguida con la punta de su sable en la tierra, donde iban colocados los reos, de espalda al muro para su ejecución. Una voz fuerte, estremeció el lugar dejando atónito a todo el mundo inclusive al comandante del pelotón.
Era el héroe que solicitaba gracias. Primero fusilen a mi hijo para que no sufriera la pérdida de su padre y la otra, que lo desamarraran y no le vendaran los ojos. Con el trapo oscuro sucio de la vida y pidió resueltamente dirigir el pelotón de fusilamiento. El Oficial Comandante aprobó sus pedidos, y espetó: ¡Vamos a arriba que estamos atrasado en esta vaina y el desayuno se enfría!.
Cuando al hijo del héroe lo colocaron en la posición de su padre, al héroe se le desprendía el alma, el muchacho miró a su padre con una mirada sin frontera. Un frío intenso penetró en la boca del estomago y le subió a la cabeza, quebrándole el rostro y constriñéndoselo. Al sonar la descarga de fusilería el cuerpo se agitó violentamente en toda direcciones, el humo grisáceo de las armas asesinas se hicieron cargo de la atmósfera circundante causando una bruma de momento y un olor a pólvora penetrante terrible en los presente. El cuerpo del joven se sacudió descontroladamente en todas direcciones, con convulsiones espasmódicas. Entró en la oscuridad del sueño eterno con solo 23 años. El fuego a quemarropa le comió el costillar enterito del tórax. Luego se desplomó al suelo, destruido por la descarga voraz de los fusiles traidores de Santana.
A Duvergé le habían arrancado un pedazo de su propio cuerpo. Sentía el héroe del Memiso en el rol fuliginoso de aquel momento. Hombre de tanta proeza, no iba permitir que en esos momentos fuera eclipsada por pánico ante la muerte. El humo asesino comenzó a disiparse en la espesura húmeda de la mañana, y ahora le tocaba el turno al héroe. Camino firme hasta el sitio señalado.
Tomó una bocanada de aire inmensa dentro de sus pulmones, como si quisiera detener las bolitas redondas de plomo que penetrarían en su cuerpo segándole la vida. Mirando lejos, pero seguro de si mismo, entre las espesura de las montañas de la lontananza. Segundo después se descubrió, quitándose el sombrero que le cobijaba la cabeza, soltándolo con una ternura sin igual al lado de su perro Corsario, dejándole algo gratificante aquel animal gracioso que lo acompañaba en sus últimos minutos. De nuevo fijó su mirada entre la espesura del valle musitando entre sus labios y para si mismo! Mi caballo todavía mira hacia al oeste! Recordando sus grandes triunfos en el sur profundo
La voz de mando preventiva de ¡Apunten! ………..Ya había sido ordenada y sólo se esperaba, la orden de ¡fuego!….. De nuevo contuvo la respiración. Se oyó ¡FUEGO! siete fusiles al unísono dispararon a quemarropa. El sonido espantoso se escuchó en la eternidad sideral alrededor de todas las montañas aledañas, con el eco del soplo mortal del viento empujado por la descarga de fusilería partiéndole el alma en dos al héroe del Memiso.
Tras la descarga viles de los fusiles, el Guayacán se desplomó quebrándosele las piernas, quedando moribundo por el momento, su perro se acercó tratándole de darle fuerza en su agonía del trance hacia el más allá. Sus pupilas dilatadas denotaban la lucha en su interior por la vida, pero sus heridas todas eran mortales. Despacio cerró los ojos para no abrirlo nunca jamás. Quedó tendido en el suelo con una sonrisa en su labios, demostrando que perdonaba a todos lo que le habían fabricado el acumulo.
Posterior a la ejecución animosa, el saltapatrás se apersonó al sitio, desmontándose de su caballo Neibero con arrogancia y descaro. Echándole vainas al tiempo y al destino. Se dirigió al cadáver de Duvergé, que yacía todavía en el suelo caliente. Un charco inmenso de sangre se entremezclaba con la tierra Santa por la que él tanto se la jugó….Y para colmo….Le dio un punta pie al cuerpo examine al cadáver. Profanando al héroe después de muerto….Atinó a decir en su macuto de resentimiento…… Ya no eres nadie. Ese era el instinto bestial del que gravitó con su poder por veinte años brutalmente en nuestra insipiente nación. Y se cogió el país para él solito. Como muchos otros lo han hecho. Excepto que él, era pulcro con el manejo del erario público. Y posteriormente le entregó el país a los extranjeros en la anexión del 1861. Fusiló, exilió y trancó a todo el que le vino en gana. De verdad que se le fue la sica a la cabeza! Lo mismo que está pasando ahora.