“Todo poder es conservador.”
Mijail Bakunin

La Dra. Rosario Espinal publicó recientemente un artículo que tituló Un Macho Cabreado, título combinación del macho cabrío bíblico y cabrearse, el acto de molestarse, encolerizarse. Versa sobre la ola de feminicidios, el asesinato de mujeres a manos de sus parejas desbordadas de ira y pasión de muerte, que tiene sus altas y sus bajas pero que es endémico en nuestra sociedad.

Si lo entendí bien, el argumento es el siguiente: en las últimas décadas, las mujeres han tenido un notable éxito económico, sobre todo comparado con el fracaso de los hombres. Han ocupado prácticamente todo el espacio en ocupaciones de manualidad ligera, como el ensamble de ropa y joyas, y en la administración de las empresas –la gerencia de procesos establecidos y más o menos reiterativos-. Esto les ha permitido ganar dinero, un dinero que probablemente no gana su pareja. Con el dinero viene la independencia: la mujer productiva ya no necesita someterse a los caprichos y exigencias, a la autoridad de su compañero. Este, indignado e irritado por su fracaso financiero frente al éxito de su mujer, es decir, encabronado por no dar la talla en su rol de macho, la agrede y muchas veces da muerte. El desenlace puede incluir el suicidio aunque esto no siempre sucede.

Tras leer el artículo uno se queda rascando la cabeza y se pregunta: ¿será ésta la causa última de los feminicidios, el desplazamiento del hombre por parte de la mujer en algunas ocupaciones laborales? Sucede como en algunos teoremas en que las premisas son indudablemente ciertas pero no lucen suficientes para saltar a la conclusión. La muerte de mujeres a manos de sus parejas sentimentales están ahí, nadie las puede negar en número y frecuencia. El éxito laboral y profesional de la mujer también, sólo hay que pasar por una zona franca, un banco o el aula de universidad en el área de ciencias sociales o negocios. La presencia femenina es con mucho mayoritaria. Ahora bien, sumar uno y otro como que no arrojan el feminicidio en una secuencia lógica plausible.

¿Ha fracasado el macho en la sociedad que impuso –lo cual sería bastante paradójico- o se resiste al cambio de esta sociedad? El primer tema a elucidar, me parece, es la relación pretendidamente exclusiva del macho y el machismo, es decir, plantear el machismo como un arreglo social impuesto militarmente por el hombre-macho en el que la mujer es únicamente víctima pasiva. Un orden social de un solo lado, de sólo hombres dictando leyes y decretos es difícil de concebir. Luego muchas analistas nos comentan orgullosamente que la madre es la principal transmisora de valores y principios. ¿Cuáles, de qué tipo? ¿Machistas o “democráticos”. ¿No están estos valores y principios todos empapados de machismo? Es decir, ¿cuál es la forma de resistencia y lucha de transformación que el género femenino desarrolla para erradicar un machismo a todas luces injusto y perverso?

Porque ¿qué puede ser, a final de cuentas, el machismo? Los cristianos plantean que el hombre es la cabeza de la familia (Ef., 5:21-23), pero no parece que estamos hablando de lo mismo. Al hombre arbitrario y rígido, si es pudiente y pródigo no le llamarán macho. Señor, Don, Jefe, Padre, son eufemismos para no verbalizar lo evidente, su impuesta y obligada veleidad, su dominio único pero abundante. A la inversa, el hombre sin dinero, como los muertos y las visitas, hiede a los tres días, le hiede hasta a los hijos. No ose preguntar qué vamos a comer cuando no ha puesto un centavo para el gasto. Tenemos entonces una pista: la caracterización del macho tiene un fundamento económico, algo que sabíamos desde antes. Dicen los mexicanos: “el que paga, manda.”

De manera que macho puede ser quien tiene con qué mantener a la mujer, y en otras culturas justamente puede tener tantas como pueda sostener. Es decir, la piedra angular del machismo, como de cualquier otra arbitrariedad, es la riqueza u otra fórmula alternativa del poder. Si esto es así, para el hombre es imprescindible hacerse con un oficio o profesión que le permita mantenerse y mantener, su formación es para tener dependientes. Puede ser artista, siempre y cuando sepa comercializar su arte. Pintor, escultor, cantante, poeta, deportista, siempre que su quehacer le reporte dinero suficiente para convidar, para invitar, para pagar la cuenta. El hombre sin dinero falta de forma grave a su papel de macho y esto no pasa sin consecuencias.

En cambio tiene a su favor que la economía parece pagar con privilegio algunas de sus cualidades naturales. Primero la fuerza física que, en general, es mayor en el hombre que en la mujer. En un inicio, los hombres cazaban, pescaban, recogían frutos; las mujeres cocinaban, mantenían la casa limpia y cuidaban los niños. Parece un arreglo sensato teniendo en cuenta que ninguno puede hacerlo todo, que la fuerza física encuentra su equivalente en la tranquilidad y sosiego del hogar. Algo que a cada rato se pasa por alto: uno no puede ser sin el otro, hombre y mujer tienen una interdependencia biológica. Desde el Génesis se introduce la cizaña cuando se pone a la mujer a salir de la costilla del hombre, cuando hombre y mujer biológicamente no pueden nacer el uno sin el otro. Por cierto, si alguna vez se logra la clonación de humanos, que podamos tener hijos a partir de nuestras propias células, habrá una revolución profunda en la psiquis, la familia y la sociedad por la razón simple de que ya no necesitaremos de otro para tener hijos, es decir, para canalizar en el tiempo nuestro instinto de conservación.

Queda un cabo suelto: ¿qué hacer con Eros, la pulsión sexual, el instinto de vida? Es difícil exagerar la necesidad de satisfacción sexual en el hombre, en el macho de la especie. Viéndolo en el mundo animal, ahora sí, como buenos cabrones, los machos cabríos se topetean hasta determinar quien de los dos queda menos bruto y se aparea. Mientras tanto, la hembra mira la bronca con aire de ingenuidad y hasta de satisfacción pues se quedará con el ganador. Exactamente, el mejor a cabezazos.

Hoy en día y desde hace un tiempo los hombres machos no se pelean las hembras a trompadas, a puñaladas o tiros, aunque todavía hay de todo eso. Por cierto, ¿no queda en la mujer disputada una sensación como el de la cierva por la que se disputan? Es decir, la actitud de fruta sabrosa, ésta es la hembra del macho. El machismo no es un fenómeno del solo varón.

En la sociedad productiva, la agresividad, la fuerza y osadía que están en la base de la pulsión sexual masculina se canalizan justamente a la producción. Una sociedad del puro placer y goce no es productiva, la producción es disciplina, orden y esfuerzo. Herbert Marcuse analiza el tema de forma brillante en Eros y Civilización, al instinto desbordado y sin dirección hay que encausarlo. En su entubamiento pierde fuerza pero gana productividad. Otra cosa es azuzar la fiera aprisionada. Sabiendo esto anterior, las políticas de venta se dirigen en último término al hombre –al hombre macho-, y en éste a atizar sus deseos y pasiones. Se aparea el hombre exitoso -decir económicamente exitoso es un pleonasmo porque corrientemente no se concibe otro éxito-. Tiene éxito con las mujeres el hombre propietario, sobre lo que se suma la atención, la comprensión, la suavidad del macho domesticado, es decir, la caballerosidad como un plus. Pero primero lo primero: que tenga dinero, quizás no que sea millonario pero sí que pueda mantener a su familia decentemente. De un hombre no se espera menos y el que no lo logra pasa a ser invisible, para la hembra el hombre sin dinero no existe.

El cuadro es claro, la dama aspira a un caballero, pero la hembra sólo puede aspirar a un macho. Si nos movemos en un ambiente primitivo de ropas ajustadas, maquillaje y promesas de satisfacción carnal infinita –sexy, le llaman-, es un poco cuesta arriba esperar al caballero, casi el señorito. Se provoca al macho esperando respuesta del caballero, lo que es un tanto descabellado. Toda relación social es política en cuanto se busca, acumula y ejerce poder sobre el otro, sutil y fino en ocasiones, grosero y físico en otras, pero poder. Ya lo dice Cuco Sánchez: “ya ves que no es lo mismo amar que ser amado”, y de la crueldad de la belleza y el amor de una mujer está entretejida toda la literatura. Si la dama de verdad detesta al macho y aspira al caballero, que no permita que ninguno le pague la cuenta. Así no tendrá que mover la colita. El objetivo es tranquilizar y poner a dormir a la bestia, no provocarla.