Tengo una vocecita castigadora que me visita de vez en cuando. Durante días me estuvo criticando como una mala amiga a la que no daría cabida en mi vida. A veces me siento sola en la experiencia pero cuando lo comento en voz alta reconozco que es un mal común. Fue la razón por la que hace días fui muy pública al respecto a través de mi podcast “Baraja Eso”. La vocecita -o las vocecitas, porque a veces son varias, como un equipo de volibol- me había estado torturando con la idea de cancelar lo que ha sido un proyecto muy personal, pero en un formato de podcast, que aún no termina de aterrizar del todo en nuestra isla. Aquel monólogo existencial caribeño que declamé hace apenas unos días, fue una especie de catarsis confesional que me hizo reflexionar sobre un año lleno de retos y el lugar donde me encuentro.
Soy una mujer dominicana que no encaja en el molde que nuestra sociedad nos suele asignar. Sé que hay muchas personas que al igual que yo se ven algo aisladas, y me siento apoyada por esa ola colectiva, no exactamente tangible, pero sin duda existente. Acá en este espacio personal procuro procesar con calma el propósito de esas voces con mal léxico y tono desagradable que en el fondo intentan protegerme y que usualmente me recuerdan disfrutar el proceso creativo en lugar de buscar resultados, recalcándome que la incertidumbre no es mi enemiga, sino que nutre mi capacidad de introspección y creatividad.
Lo cierto es que cuando dejo de batallarla, la amiga “mal hablá” se calma, y aunque sus críticas suelen ser duras e inclusive intimidantes, cuando se va, me siento extrañamente agradecida por la perspectiva brindada. A veces me cuesta darle la bienvenida, pero reconozco que cuando la dejo expresarse, la voz se tranquiliza. Es más bien cuestión de prestarle atención y usarla como guía.
Pareciera que a estas alturas ya debería reconocerla por lo que es y reaccionar mejor a su visita recurrente, y aunque en general es así, en momentos específicos su presencia me afecta anímicamente. Esta vez, la idea de cancelar tenía connotación de fracaso, hasta que un buen amigo me mandó un mensaje acertado: “fracasar es lindo”, me dijo, haciéndome esbozar una sonrisa al leerlo. Su comentario no solo revela la satisfacción que provee el haberlo intentado, por cliché que sea, sino que enfatiza mi orgullo, porque a pesar del ruido y los obstáculos, he hecho la apuesta de atreverme a crear.
Claro que aún no he desistido. En mis momentos de cordura y tranquilidad emocional, entiendo claramente que no hay una línea recta para actuar en estos instantes, pero lo cierto es que “Baraja Eso” sigue vivito y coleando, y tras un monólogo profundo ante una audiencia silente, la mala amiga se ha escondido, no sin antes haberme dado una buena lección de vida.
Hice una apuesta, y la inmediatez que anhelaba al esperar resultados bien podría debilitarme el músculo de la resiliencia. Mientras le doy mente a cómo crear audiencia para un interesante proyecto como el que me traigo entre manos, me doy cuenta que en temas de lanzarme al vacío y vencer mieditos, no necesito que me cuenten. A base de altas y bajas, he ido mejorando mi oficio en la marcha. He ahí donde me encuentro, en un espacio de observación, agradecimiento y aprendizaje constante.
Tengo una vocecita castigadora que me visita de vez en cuando. Cuando me critica, la escucho y la calmo.