Esta semana ha fallecido en su natal Barcelona un hombre considerado por muchos  como el filósofo español más importante desde José Ortega y Gasset: Eugenio Trías Sagnier (1942-2013).

La obra de Trías ha sido reconocida tanto a nivel nacional como internacional con galardones como el Premio Nacional de Ensayo de España, el Premio Anagrama y la cúspide de los premios filosóficos, el Premio Internacional Friedrich Nietzsche, otorgado a la producción intelectual de toda una vida y concedido a filósofos de primer nivel en el siglo XX como Karl Popper, Richard Rorty, Jacques Derrida, entre otros.

Trías fue uno de los últimos espíritus totalizadores de la filosofía del siglo XX. En una época marcada por el academicismo banal y la especialización con estrechez de miras pensó las distintas modalidades de la experiencia humana -el arte, la religión, la ética y la política- con la penetrante mirada del sabio y una escritura de formas poéticas que lo convirtieron en referente de la creación ensayística de lengua castellana.

Escribió más de treinta libros entre los que destacan: La filosofía y su sombra (1969), El artista y la ciudad (1975), Meditación sobre el poder (1976), Lo bello y lo siniestro (1981), Los límites del mundo (1985), La edad del espíritu (1994), Lógica del límite (1991), La razón fronteriza (1999), Ética y condición humana (2003) y Creaciones filosóficas I y II (2010).

Su filosofía se enmarca dentro de la gran tradición de la filosofía europea (Kant, Heidegger, Wittgenstein). Construyó un sistema filosófico sobre el concepto de “límite” para referirse a la condición fronteriza del ser humano, esto es, al hecho de que el mismo es partícipe de un diálogo permanente entre la experiencia racional y lo que él denominó sus sombras (la experiencia simbólica en sus distintas manifestaciones), entre el significado y el sin sentido, entre el saber y la creencia, entre el amor y la pasión, entre lo bello y lo siniestro, entre la razón occidental moderna y la religión.

Eugenio Trías visitó dos veces nuestro país. A fines de la década de los 90 fue el invitado especial de nuestro primer Congreso Dominicano de Filosofía y a inicios del nuevo milenio recibió un Doctorado Honoris Causa por parte de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Los profesores de filosofía de la UASD tuvimos la oportunidad de compartir con él en ambas ocasiones. Era lo que los ingleses llaman un “gentleman”, un caballero formal, discreto, buen conversador y cortés.

En aquellos años,  siendo muy joven, iniciaba la carrera académica en la universidad y junto a mis colegas inquiríamos a Trías sobre los principales problemas filosóficos que nos estimulaban. En los conversatorios nos incitaba a dar nuestras opiniones sobre las interrogantes, escuchaba atentamente y nos hablaba con distinción, elegancia y  dominio de la tradición filosófica.

Lo recuerdo como un fumador empedernido. Ha sido este hábito el determinante de su muerte a los 70 años, por un cáncer del pulmón que lo venció tras una batalla de ocho años.

La filosofía española está de llanto. Su fallecimiento es una pérdida irreparable para la cultura contemporánea. Quienes lo conocimos podemos hacer nuestras las palabras de homenaje que Enrique Lynch  le dedicó en el diario El país: “Pocas veces nos es dado encontrar en un hombre, sea afín o sea adversario, con la sensibilidad despierta a todos los signos, la incomparable pasión, la erudición o la complicidad en espíritu y cuerpo, como las que nos dispensó Trías a quienes tuvimos el privilegio de conocerlo”.