En 2013 Fabio Abreu publicó un libro titulado Liderazgo ético, el cual recuerdo en este momento como una lectura útil para la coyuntura actual. El propósito del libro era responder a una pregunta fundamental que reformulo de este modo: ¿Qué puede aprender un líder de hoy de los líderes históricos? Ello con el objetivo de conquistar el poder y contribuir al bien común. Lo interesante del libro era su propuesta de análisis del liderazgo histórico centrado en tres personajes (David, Sócrates y Jesús). Este análisis llevado a cabo a partir del concurso de varias disciplinas humanísticas quería ofrecer unas pistas de comunicación y conducción ética aplatanada a nuestra realidad social, cultural y política. En estos momentos, veo muy oportuno mencionar algunos puntos trabajados por Abreu en su libro, dada la necesidad de claridad y buen juicio en momentos inciertos.
Las tesis del libro tienen un punto de partida: lo difícil que resulta conquistar el poder en nuestro país si se es ético. A pesar de la dificultad, el autor no es pesimista y reconoce lo posible: se puede ser un líder ético y alcanzar el poder.
Cada vez más despierta en nuestra ciudadanía la conciencia de que tenemos, en el escenario político dominicano, actores que obedecen a los viejos modelos de política clientelar y corrupta cuyas prácticas y acciones para conquistar el poder dejan mucho que desear en términos éticos. Esto para nada es una conducta propia de una clase social, de un género o de un nivel de formación. Son prácticas generalizadas orquestadas durante décadas por lo que hemos llegado al punto de pensar que el candidato que no las tenga, no es un buen candidato porque no ha aprendido a ser “político”. En este sentido, las prácticas de la nueva política, si bien son anhelos que se van concretizando poco a poco y abriendo espacios de mayor incidencia en las masas votantes de algunos sectores sociales, requerirá de mayor y mejor estrategia de comunicación; como el mismo Abreu lo sugiere en su libro.
En ese tenor, me llama la atención la tercera tesis indicada por Fabio Abreu, dice así: “Un líder ético con buenas propuestas, si sabe comunicarlas de forma persuasiva, está en ventaja para alcanzar el poder frente a un líder que no es ético por más dinero que este tenga, si el proceso electoral es transparente”.
Ya los sofistas habían descubierto que no importaba la verdad, sino el modo en que se argumentaba y se dirigía a un determinado auditorio. Dame un argumento débil y lo convertiré en el más fuerte decía Protágoras, el más talentoso de los sofistas. La comunicación estratégica política parece estar amparada hoy en la fuerza de la repetición para la construcción de una imagen. De este modo, la legión de comunicadores y la constante presencia en los medios monta una imagen de un liderazgo en el que ya no importa si existe o no un carisma o una propuesta ética dirigida a la construcción del bien común, el objetivo primero es hacer presencia y generar opiniones en torno a la figura elegida e impuesta, aunque no tenga sustancia para digerirlo. Estar en la boca de todos a través de un esfuerzo comunicacional no espontáneo, sino simulado y remunerado, parece ser la mejor apuesta para construcción un liderazgo al margen de la ética y de propuestas sólidas para el bien común.
Nuestra sabiduría popular nos dice que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Estamos en un momento de crisis y emergencia sanitaria en el que la vida humana, cualquier vida humana, está en peligro. En situaciones como estas es cuando debe llamarse a la prudencia, al buen juicio, y a la solidaridad para un esfuerzo común por la vida de todos. Aprovechar los momentos de crisis para construir un liderazgo político o para afianzar cierta predilección del electorado por algún candidato emergente, no es precisamente una conducta ética.
Pero, una cosa es la ética y otra la política; me dirán. Seguiríamos entonces, de pensar de este modo, bajo el mismo sofisma de que los intereses políticos tienen sus propias lógicas al margen de la cuestión ética. Ninguna acción está al margen de la ética ni de ser juzgada éticamente.