Toda desaparición será repentina pero la suya fue demasiado. Aun y convaleciente de operaciones e internamientos, esperábamos que su vuelta a los predios hospitalarios fuera una más. Fue la última, sin embargo. El arquitecto Emilio José Brea García, francomacorisano de nacimiento, gascuense por adopción, ciudadano/soldado de un Santo Domingo que se esfuma, contertulio en bares y calles, se nos ha ido el viernes 11 de julio.

El dolor se nos acrecienta porque justo el 27 de junio habíamos publicado su “Santo Domingo. La ciudad episódica”, una amplia selección de textos suyos sobre cuestiones de arquitectura y urbanismo, libro que ya no pudo llegarle a sus manos.

En enero del 2012 comenzamos la armadura de ese texto, que incluiríamos en la Biblioteca Urbana de Cielonaranja. Se trataba de artículos que Emilio había publicado en “Clave Digital”, “Diario Libre”  y en “Acento” en el último decenio: un repaso a las transformaciones de la capital dominicana al calor del “Nueva York chiquito”, la nueva gravedad de la constelación urbana a partir del peso del Polígono y sus torres, entre otros temas, hasta llegar a los efectos que sobre la Isla tuvo el trágico terremoto en Haití.

Emilio José Brea García confirmaba así su vieja vocación de pensador caribeño, en la senda de un Roberto Segre, pero sin descuidar a Aldo Rossi, a Henri Lefebvre y David Harvey. Dentro de las esferas de la arquitectura dominicana, una raza caracterizada especialmente por su dura piel –cada crítica puede ser un picoteo menos-, Emilio se perfiló como una de sus voces más agudamente críticas. Lo suyo combinó la defensa del espacio urbano, la recuperación de su memoria, como manera de ajustar un nuevo principio de identificación con el entorno urbano. Enfrentó a unas y otras autoridades municipales, señaló entuertos, motivó discusiones, la creación de colectivos y la organización de actividades. Se alegraba como un niño al recordar que fue él quien propuso “El Día del Arquitecto Dominicano”. No fue necesariamente un apóstol ni un mártir, porque a sus actividades intelectuales las acompañaba un constante asumir a pie la ciudad, tratando de disfrutarla, de interpretarla in situ.

Emilio no pudo tener en sus manos “Santo Domingo. La ciudad episódica”. Cuando buscábamos la vía más rápida –la dirección de un correo privado en los Estados Unidos, tomando en cuenta la zona de turbulencia que es el correo local-, sugirió que se lo enviara a un querido amigo suyo en Nueva York, Ángel Batista Belliard.

El último capítulo de este libro suyo se titula “A mis 60…” Es como un amargo testamento, donde trata de asumir su voz como si fuese colectiva.

Es curioso que poco antes de su muerte, Le Corbussier haya escrito: “Tengo 77 años y mi moral puede resumirse en esto: en la vida es preciso hacer. Es decir, hacer en la modestia, la exactitud y la precisión… Para ser constante se debe ser modesto, se debe perseverar. Es un testimonio de coraje, de fuerza interior, una cualificación de la naturaleza de la existencia… Contemplad también el cielo azul, lleno todo él del bien que los hombres han hecho, pues, al final, todo retorna al mar”.

A sus 64 años, el arquitecto Emilio José Brea García se ha quedado como voz, pensamiento, ejemplo. Ha vuelto al mar. Voz de una ciudadanía cada vez más lacerada, pensamiento sobre los alcances de nuestra urbanidad, y como ejemplo de intelectual consciente y solidario. El Le Corbussier de los 77 años con seguridad que también hubiese sido el suyo.

Pero Emilio se nos fue. Pero también, "algo queda", como en el poema de Vallejo.

Esperamos que sus planteamientos sobre la cuestión urbana puedan ser discutidos en el aula, alrededor de una mesa, y pensados para lo que fueron: el mejoramiento de nuestra condición urbana. Tanto este último libro suyo como sus estudios sobre el Faro a Colón y la vivienda popular, ojalá y puedan ser asumidos entre los estudiantes de arquitectura y urbanismo, entre aquellos que comprendan que el país y la nación son justamente eso: LA CIUDAD, esta ciudad.