Lo que se llama trampa, “cepo literario”, guiño: Desordenada memoria se nos quiere presentar como un volumen (en su acepción de cuerpo y además en la de tomo) disconjunto: un centón de sentimientos, una sumatoria pródiga de componentes, un cúmulo residual de arranques abandonados, un work in progress loco. Nada de eso: nada más lejos. Porque –pese a las propias declaraciones de su autora–, el sentido de este “libro” (su ordenamiento real), es precisamente el caos, eje sobre el que rota, vertiginosamente, por lo cual sorprenden poco los hechos más insólitos y portentosos, como que aparezca Kierkegaard en la Duarte con París o Girondo esté jazzeando con un vaso de Brugal.

Esta magia se produce por la acumulación, bajo el desorden, de conjuntos disjuntos, como dije: un poema sobre el beso que Luis Días nunca pudo dar a Martha, otro en el cual su madre le dice que es linda y muere, en tanto en un tercero el yo poético se remonta hasta Cartago entre papiros y La Estigia, y uno más como una arenga y otro distinto y otro. No tienen, no –por ser disjuntos, precisamente– “ningún elemento en común”, pero sí contradicen el segundo postulado en la teoría del conjunto: su intersección no está vacía, sino que llena de sentido y del signo del presente estado de poiesis: edad sin utopías, como revela Milán: “la presentificación de todos los tiempos interactuando ahora”[i] ¿Resultado?: Desordenada memoria acaba por ser, en el total hasta el momento de la obra poética de Rivera-Garrido, su libro más audaz, singularísimo, quizás porque no quiere ser un libro, es decir, no está cerrado (como la misma realidad en que medramos, nosotros: aturdidos habitantes del país llamado Postpoesía[ii]).

Los textos aquí agrupados no desean que se deduzca nada a partir de su lectura: quieren, sí, que se les sume más sentido, símbolos, miradas. Gula de lengua la suya: a fin de cuentas, lo exigen todo, entrega. Y la prueba mejor está en sus ejercicios de onomatopeya y logolalia:

En tu kinkán modé y tu tituá

Bright star, bright elocuencia, bright honey eyes

Para to find a new home para la niña que me asesina las pupilas

Y no find one word que explique cómo dazzling la piel de lo que es todo 

¿Por qué extrañarse entonces si uno topa al mismo tiempo con la sanción del riesgo de la actualidad (“si gana Balaguer esto va a coger fuego”) y la más alta trascendencia metafísica (“Todo místico amoroso piensa carne lo que escribe cuando piensa”), si al fin y al cabo Josefina Báez y Martha pueden ponerse en plan de greñúas y arrancar en una chercha lezamiana? ¿Cuál es la vaina, pues?

¿Y su estructura, su presencia en el espacio? Para mí que es partitura de la carne sobre esqueleto melódico. Pura carne en apogeo, Putería (como dice en un poema): Desordenada memoria demuestra, en su rápido estallido fragmentario de granada arrojadiza, que no dejará cadáveres en campo abierto; que lo suyo, más que descomposición es la recomposición (que no composición) de un discurso sobre otros de los suyos ya prescritos (o pre-escritos). Todo se da como contigüidad por ósmosis, porque es la misma Martha… pero es otra. Por eso ecos del principio, del origen, en el alma revelable: Desordenada memoria es una especie de uroboros lírico: regresa, extrañamente, al principio de su obra, para hacerla detonar. Parece como si Martha caminara por la ruta de Haroldo y de Noigrandres: partir del estallido verbi-voco-visual para acabar en el centón delirante de las lenguas.[iii] No otra cosa es su poesía reunida Alfabeto de agua donde incluyó esta novedad, agua que desemboca en estos restos de naufragios: del proto-concretismo manifiesto en 20th Century hasta el engranamiento desgranado de sus poemas inéditos.

Por otro lado, dicha falsa vuelta a lo convencional propone la implosión de la poesía sembrando minas de barroco áureo debajo de las páginas. Aquí tampoco abundan los silencios espaciales, siendo éstos puramente temporales: los años que pasa la poeta en cuestión sin publicar de un libro a otro son ahora los muñones transitorios de varios libros truncos acumulados en un solo libro. Nunca se sabe si terminarán y cuándo estas eclosiones líricas con que ha sido compuesto Desordenada memoria, pero eso sí: acaben donde acaben –si es que acaban– nunca pertenecerán al silencio absoluto de la página en blanco, sino siempre al silencio absoluto del reloj sin manecillas ni guarismos,[iv] a la intemporalidad: es como si el hablante, el yo de ella –vistos estos libros que abarcan 28 años de escritura– se encontrara suspenso, suspendido, como el planeta errante al que ninguna gravedad ha atrapado y, libérrimo, es galaxia de sí mismo en el espacio.

Y, en ese tono, el horizonte (de sucesos) de este “libro” es por ello topográficamente accidentado, porque las aguas procelosas de este alfabeto embisten cualquier muro que parezca litoral, que impida el paso. Y si es de mar, está encrespado en piedra, es visto desde allá:

En los arrecifes tibios que me van descifrando

Desde dentro:

Como las piedras saladas de mis tantos arrecifes

O se encuentra sobre ellos, desde fuera:

Me encontré en los arrecifes sucios del malecón

Puesta en cuclillas

Entre muñecas de plástico sin ojos y sin piernas

 

Podría hasta decirse que lo simbólico en su poesía carece de descenso: no es precisa la inmersión tipo buceo hacia las cosas que decir, a incidentes, realidades, porque, de hecho, Martha parece vivir cómodamente en esas aguas, tintas de tan densas, en que nada su poesía: ella toma lo que se encuentra en suspensión consigo, en su entorno, su expediente. No sé si he sido claro: quiero decir que, turbia o no, abundante o no de oxígeno, esta poesía tiene agallas tanto para filtrar lo sórdido de cualquier trauma como para respirar las aguas mansas, pero con olas, del erotismo, las marejadas de los conflictos sociales y las opresiones y los tsunamis arrebatadores del lenguaje. Tampoco hay retroceso, porque no hay vuelta al mito, ni ascenso en vertical: es un estar de línea de pulsión tipo electrocardiograma.

Por otra parte, y para darle situación, la certidumbre y falta de nocturnidad es el aspecto más ochentista de Martha: no en vano ha erupcionado desde el magma de las llamadas Poesía de la Crisis y Poesía del Pensar para acabar en lava ardiente del reverbero actual. Ella sabe, sin embargo que, aunque pretenda sancionar la realidad, dejarla por sentado, el poema de este hoy sólo puede proceder por aproximación. La inestabilidad del poeta en el momento no puede ser refrendada sino por intermedio de un lenguaje telúrico, inestable, de modo que esperemos nuevos cráteres ardientes, nuevos sismos. Es porque Martha sabe que ese desequilibro agudo del poema funciona como descentramiento y singularidad, no como anormalidad; y también que se revela como el modo único de combatir en el campo de Agramante del discurso establecido por, precisamente, la norma, el poder, la discriminación, el sexismo, la explotación comercial capitalista, el machismo, la publicidad, los regímenes autoritarios, la violencia, la manipulación mediática y la poesía complaciente.

Si no es rompiendo, no tiene sentido escribir poesía ahora. Por eso Martha escribe como si el poema hablara, articulara a viva voz: un lenguaje que, astillado, deja astillas en la lengua. Por eso Martha acaba, con desorden de memoria, por declararlo así:

Estoy escribiendo un poema

Mira cómo me desarmo para hacerlo.

[i] Eduardo Milán, “Lo nuevo como arrepentimiento de lo nuevo”, en Cosas de ensayo veredes, Monte Ávila Editores, Caracas, 2010.

[ii] Ref. Postpoesía: hacia un nuevo paradigma, Agustín Fernández Mallo, Anagrama, Barcelona, 2010.

[iii] Ref., Haroldo de Campos, De la razón antropofágica y otros ensayos, selección, traducción y prólogo Rodolfo Matta, Siglo XXI, México, 2000. También Augusto de Campos, Haroldo de Campos y Décio Pignatari, Galaxia Concreta, Universidad Iberoamericana, México, 1999.

[iv] Ver las lecturas de oquedades que hace Luis Felipe Fabre en Leyendo agujeros. Ensayos sobre (des)escritura, antiescritura y no escritura, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2005.