¿Qué es más real, la sombra que proyectan nuestros cuerpos, o la luz que al tocarnos la produce?

¿Es más real un sentimiento, o el proceso biológico que nos permite registrarlo, sentirlo?

¿Es acaso más real el presente que el futuro?

Nos hemos acostumbrado a sentir tanto lo falso como lo verdadero.

Basta que apreciemos con cualquier sentido nuestro entorno, para comprobar la gran cantidad de contextos contradictorios que descansan dentro y fuera de nosotros mismos. Opiniones y procedimientos inconciliables, que combinamos en la misma forma en la que combinamos el vinagre y el aceite para una vinagreta, y que por lo tanto conforman, todos, un solo mundo.

Lo correctamente imaginado se sostiene con igual fuerza, y se dibuja tan nítidamente como lo real.

Son muchos los corazones que se han detenido a lo largo de los siglos, a causa de una bien elaborada mentira.

Tanto han manipulado, y han jugado con nuestras mentes, con las reglas, con la historia y las fronteras, que hemos perdido la distinción humana, si es que alguna vez la tuvimos, entre la verdad y la mentira.

Yo conozco ideales que se sienten más reales que personas que andan por las calles con un paso arrastrado, aburrido, y sin personalidad. He sido testigo de esperanzas con una individualidad absolutamente humana. Y también hombres que no saben quiénes son, ni qué aman, ni qué buscan. Incluso, algunos que tampoco les interesa saberlo.

Y entonces, ¿dónde está la línea que divide ambos planos, el real y el imaginario?

¿Se le considera a algo real por el hecho de que sea palpable, o visual? ¿Puede ser real un sentimiento, o la luz y la sombra, o el presente y el futuro?

¿Quién o qué tiene la potestad de indicar cuál es cuál? ¿Bajo qué parámetros y lineamientos? ¿Tendrá alguien la respuesta a este acertijo?

¿Existe alguna clave para despertar de este letargo?

Estamos todos ciegos.