Para aquellos ilusionados por la idea de un regreso tardío que solo tendría oportunidad de repetir sus pecados capitales, recreo el siguiente pasaje de “El rugido del  león” sobre las administraciones del expresidente Fernández:

”Cuando se analiza… el bajo nivel de respeto a la transparencia y el uso no santo del dinero público puesto en boga como una norma en esa administración, se quisiera pensar que la más alta instancia del país ignoraba cuanto sucedía. Se prefería un tonto a un indiferente en cuanto a la custodia de esos bienes se refiere. Era mejor entenderlo como un buenazo objeto de manipulación por sus colaboradores y no quien los dirigiera o inspirara. Mi natural curiosidad de periodista vibraba por la inquietud de saber si cuanto se decía de él y de lo que sucedía le molestaba o le resbalaba por la piel. Y, por supuesto, me intrigaba el descubrir cómo un hombre que había logrado alcanzar tan alto pedestal, ascendiendo de un bajo escalón, quería que se le recordara. En otras palabras, dentro de su escala de valoración, en qué sitial ubicaba el respeto y no el aplauso del público; la sobriedad de su entorno y no las candilejas; la humildad propia de la grandeza humana y no la soberbia hija del poder y del dinero. Aun cuando la tónica de su ejercicio podría haberle herido moralmente todavía le quedaba tiempo para reencauzar la ruta, renunciando virilmente a todo aquello que truncara la esperanza que él representó una vez, cuando lejos de las escalinatas del Palacio Nacional los sueños de una República con porvenir no habían sucumbido al sabor de la miel que allí encontró”.

Para los que  no lo han leído, esta obra pasa balance a los años de administración del señor Fernández, a la corrupción e impunidad que fomentó, al desgarrador déficit fiscal en que sumió al país, al exagerado culto de su personalidad: a su pasión por los viajes y los reconocimientos.