Cuando lean estas líneas, la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Comisión de Filosofía de la Academia de Ciencias de la República Dominicana estarán celebrando un seminario titulado “El legado de Gadamer”, con el Dr. Andrés Contreras, del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Antioquia, Colombia, como invitado especial.
El evento está dedicado a analizar la herencia de uno de los grandes filósofos del siglo XX, Hans-Georg Gadamer (1900-2002).
Gadamer, autor de una obra monumental llamada Verdad y método, fue el más grande discípulo del filósofo Martin Heidegger (1889-1976) y continuador del proyecto de una renovación de la hermenéutica filosófica consistente en no pensarla como un conjunto de técnicas para interpretar los textos, sino como un aspecto constitutivo de la experiencia humana. Nuestra condición de seres humanos implica ser intérpretes. Siempre estamos en el mundo interpretando nuestro entorno y a nuestros semejantes.
En contraposición con la actitud reduccionista de la metodología, que tiene como referente el modelo de las ciencias naturales aplicado a las humanidades, Gadamer defendió la especificidad de éstas. Al mismo tiempo, se opuso a la tesis de que dicha especificidad consistía en el esfuerzo por intentar comprender el texto a partir de las intenciones del autor.
Sostuvo que la interpretación del texto conlleva “una fusión de horizontes”, esto es, un diálogo entre dos perspectivas histórico-culturales. Por un lado, el autor, quien escribe desde su época y cultura. Por otro lado, el lector, quien interpreta a partir de su formación y su propia historicidad.
En este sentido, el proyecto de la interpretación implica partir de unos supuestos previos, unos “pre-juicios” que varían con nuestra formación y nuestro propio desarrollo como intérpretes. Esto hace que la comprensión de un texto siempre esté abierta a nuevas interpretaciones.
La recuperación de la noción de prejuicio contrapone a Gadamer con la tradición filosófica ilustrada que vio en el prejuicio una fuente exclusiva de error, un juicio sin fundamento. Por el contrario, Gadamer recupera el sentido originario del concepto para recordarnos que el mayor prejuicio es creer que se carece de él, si no los tuviéramos seríamos incapaces de interpretar nada. Así, el prejuicio es una condición necesaria para toda comprensión.
Sabia lección para nuestro entorno académico donde todavía domina una historiografía positivista que piensa en los documentos como textos cerrados y que los debates historiográficos concluyen con la sentencia: “los hechos hablaron”.