La novela de Bernhard Schlink, El lector (Anagrama, 2000), llevada al cine,  es un excelente relato que transcurre varios años después de la Segunda Guerra Mundial en Alemania. El autor, un reconocido jurista alemán,  basa la novela en dos hechos condenados por las leyes: la pederastia y los horrores cometidos en los campos de concentración de los Nazis.    

El autor trata el tema de la pedofilia desde la óptica de la víctima, a diferencia del enfoque de Nabokov en  "Lolita" donde el relato parte del pederasta. En ambos casos, una de las dos partes está obsesionada con la otra. Con Nabokov el pederasta está obsesionado con la víctima- Lolita, mientras que Schlink presenta a la victima que no puede vivir sin la victimaria, aunque él no se vea a sí mismo como victima. 

Un muchacho de 15 años es seducido y se enamora ciegamente de una mujer solitaria, que duplica su edad, y sobre la cual no conoce casi nada, salvo donde vive y trabaja. Es una mujer dominante que establece las pautas en la relación y requiere que él le lea los clásicos alemanes cada vez que estaban juntos, de ahí el título "El lector".  El adolescente le  dedica todo su tiempo libre, hasta que dos años después, ésta súbitamente desaparece, sin dejar rastros. La brusca desaparición quiebra su corazón y se refugia en los estudios. 

Aunque concientemente no lo admita,  la experiencia lo marcará para siempre, como le ocurre a la mayoría de las víctimas de pedofilia, y desde entonces no  logra mantener relaciones afectivas estables con otras mujeres, sobretodo de su edad.  En la segunda parte, el protagonista relata que en su calidad de estudiante de derecho se ve obligado a asistir al juicio que se ventilaba contra unas guardianas del SS Nazi de un pequeño campo de concentración cerca de Cracovia. Una de las guardianas era su antigua amante, a quien nunca más había vuelto a ver.  

 Es en la segunda parte de la novela donde el autor maneja el trauma alemán post Segunda Guerra Mundial, tan bien descrito en la siguiente cita: "La generación que había cometido los crímenes del nazismo, o los había contemplado, o había hecho oídos sordos ante ellos, o que después de 1945, había tolerado o incluso aceptado en su seno a los criminales, no tenía ningún derecho a leerles la cartilla a sus hijos. Pero los hijos que no podían o no querían reprocharles nada a sus padres también se veían confrontados con el pasado nazi. Para ellos, la revisión crítica del pasado no era la forma que adoptaba  exteriormente el conflicto generacional, sino el problema en sí mismo." 

Se pregunta el protagonista, "cómo debía interpretar mi generación, la de los nacidos más tarde, la información que recibíamos sobre los horrores del exterminio de los judíos? Sólo me pregunto si las cosas debían ser así: unos pocos condenados y castigados, y nosotros, la generación siguiente, enmudecida por el espanto, la vergüenza y la culpabilidad."  En este caso son sentimientos de doble culpabilidad y vergüenza: por su relación con la mujer y por lo que es ella. Buena lectura.