Rabat. En los Estados Unidos, a finales de los ochenta y principio de los noventas, en Massachusetts, Laurence Harrison, antiguo funcionario del USAID y profesor de la Universidad de Harvard, buscaba codificar sus experiencias trabajando en países en desarrollo, entre los cuales estaba la República Dominicana.

En sus investigaciones el académico plantea que los valores culturales son factores que influyen en el progreso económico y político. De esta manera, se justifica el desarrollo de países asiáticos como China, Corea, Japón y Taiwán.

La teoría del subdesarrollo en la mente, en el caso asiático, reside en la influencia del confucianismo, el cual da importancia a cinco tipo de relaciones; padre-maestro e hijo, gobernante y súbdito, marido y mujer, hermano mayor y hermano menor. Finalmente se destacan las relaciones entre amigos. También se resalta el culto a la educación para tener gobernantes virtuosos. Las relaciones jerárquicas dan la idea de la influencia cultural que tiene la disciplina y el respeto a la experiencia. Las relaciones primarias, verticales y horizontales, valoran la importancia del sentimiento comunitario.

La República Dominicana, un país considerado culturalmente conservador, de mentalidad  autoritaria, donde no abunda el culto a la educación y la disciplina, en principio quedaría rezagado, considerando lo planteado por Harrison. Es ahí donde surge la necesidad de una reflexión, para determinar como hemos pasado, de una promesa de convertirnos en tigres asiáticos, hace 24 años, al actual milagro económico del caribe. A partir de esa reflexión, podremos determinar los retos hacia el futuro.

La respuesta esta en políticas públicas que de alguna manera han influido para poner  nuestro país en el camino hacia el desarrollo. Es así como los políticos que nos han gobernado hablan de tocar la guitarra pulsando las notas con la mano izquierda pero dando el ritmo con la derecha, en clara alusión a lo difícil de gobernar un país mentalmente conservador donde su desarrollo requiere políticas liberales. El problema no reside en encontrar los Suizos para lograr ser Suiza, si no más bien en la implementación de políticas que generen el cambio y lograr que el subdesarrollo salga de la mente.

Tal es el caso de España, por muchos años rezagada en comparación con otros países europeos. Recordemos que, finalizada la segunda guerra mundial, quedó fuera del Plan Marshall, por el apoyo de Franco al fascismo. En ese mismo gobierno se tomaron las medidas que finalmente lograron el despegue económico. En ese caso, no fue ni la ética protestante ni el confucianismo lo que encamino la madre patria.

En agosto del año 2005, en el marco de un evento titulado “El Consenso de Buenos Aires”, en la ciudad de Pilar, en Argentina, escuche a Joseph Stigliz, profesor de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía, criticar el llamado  “Consenso de Washington” por considerarlo una receta limitada para el desarrollo.

En su exposición, decía que una rápida liberalización de la economía no era una receta universal. En su critica al fundamentalismo de mercado destacaba el rol del Estado en el crecimiento económico. Su razonamiento esta basado en que el crecimiento no derrama de forma natural a las clases más desfavorecidas. Ahí esta la explicación a la desigualdad que existe en muchos países con alto crecimiento económico, como la República Dominicana.

En su reflexión, recomendaba tener una hoja de ruta para saber cuales instituciones se necesitan y que funciones deben cumplir. De esta manera, se tendría que repensar el uso del término “gobernanza”, muy en boga en la jerga de los internacionalistas. No es un problema de administración si no de visión de Estado. Finalmente, hablaba de la necesidad de una nueva arquitectura económica global, la cual debía tomar en cuenta el nivel de desarrollo de los países “tal cual”. Las soluciones deberán estar adaptadas a cada país.

La República Dominicana ha sido, por ponerlo de alguna manera, estudiante de algunas buenas practicas que han permitido un alto crecimiento económico. La dosificada apertura de su economía y el crecimiento de los sectores generadores de divisas, como el turismo y las zonas francas, han influido en la estabilidad macroeconómica.

A partir de 1996, en seguimiento a las políticas del Consenso de Washington, se privatizaron las empresas estatales, quitando la carga al estado y procurando la eficiencia del sector privado. Se liberalizó la economía, pero de forma escalonada, protegiendo los intereses nacionales, de acuerdo a lo recomendado por Stiglitz.

En cuanto al desarrollo institucional, se reformó la constitución en el año 2010, devolviéndola al espíritu de la malograda constitución del año 1963. Recordemos que aquella reforma, en el gobierno de Juan Bosch, buscaba la transición institucional de un Estado autoritario, propio de una dictadura, a un Estado social de derechos ciudadanos. Se creó el tribunal constitucional, una jurisdicción que existía dentro de las funciones de la Suprema Corte de Justicia, pero que hoy tiene como fruto el nacimiento de una cultura de respeto a nuestra ley fundamental, el cual se ve, en la proliferación de abogados constitucionalistas.

A partir del 2012,  se puso más énfasis en las políticas sociales, con medidas para cerrar la brecha económica. Se crearon programas de asistencia familiar y transferencias económicas a las clases más desfavorecidas. De esa manera se logró fomentar el consumo. Se empezó un ingente esfuerzo de mejora de la educación, con planes de alfabetización. Se puso el énfasis en políticas agropecuarias para frenar la inmigración de zonas rurales y mejorar la producción nacional.

Como hemos visto, el camino hacia el desarrollo es largo y no esta exento de complicaciones. Si los valores culturales influyen en el progreso económico y político, el futuro de la República Dominicana luce como una fiesta patronal, todo con alegría, sabe?

Si tomamos el ejemplo de los chinos, cuya cultura milenaria ha influido países de esa región, como Corea y Japón, cogemos su confucianismo y lo aplatanamos. En República Dominicana, no sólo se respeta al padre, si no al hijo y al espíritu santo, porque somos un pueblo de fe. Los hermanos se pelean, pero después se juntan porque la familia es la familia. El sentido comunitario, no viene de una cultura ancestral,  es instintivo y lo vemos en miles de pequeñas acciones solidarias, nadie muere de hambre aun en la escasez.

La tecnocracia de los Estados Unidos ya la han traído más de un graduado de Harvard, así que también la aplatanaremos y la pondremos a bailar bachata, lo que no se puede, bajo ninguna circunstancia, es volver atrás, ni pa cogé impulso.

La guagua no va en reversa, como canta Juan Luis Guerra, esta parada en el Polo Magnético, en Barahona, debido al mal tiempo. Se puede interpretar tanto que sube como que baja, dependiendo del discurso del candidato. Lo ideal es que quien coja el timón sepa la ruta, porque de lo contrario, ni con GPS llegamos. Si el conductor no sabe cómo llegamos, pondrá mal la dirección en el aparato y nos desviaremos. También podría, a la vieja usanza, preguntar el camino, pero mientras le digan siga derecho, derecho, y vuelva a preguntar, perderemos más tiempo, para seguir, el largo camino hacia el desarrollo.