Aprovechando los días libres de la semana santa, decidimos una parte de mi familia darnos un chapuzón por el Sur Profundo. Como hace tiempo no viajaba por esa zona cuyo calor humano siempre me ha atraído (pero no el otro calor), decidimos recorrer caminos y, entre ellos, volver a ver el Lago Enriquillo, ahora el doble de grande, y a muchos de los poblados aledaños.
La verdad es que impresiona, para el común de la gente y supongo que también para los que son técnicos en la materia, la elevación del nivel de agua y consiguiente expansión superficial del Lago. Esto para muchos puede ser un simple motivo de curiosidad, y para otros, objeto de investigaciones científicas, pero un drama humano para miles de hogares que han sufrido un cambio radical en sus vidas. Conocí de gente que tenía sus fincas agrícolas o ganaderas de toda una vida y que de improviso las perdieron porque se las apropió el lago. También supe de otros que celebran con alivio haberlas vendido poco antes sin imaginarse de lo que se estaban librando, pero también del menos afortunado que se las compró.
Y quizás el caso más grave es el de aquellos a los que el lago se tragó sus casas o su entorno. No pude resistir la tentación de ir a ver los dos poblados Boca de Cachón, el nuevo y el viejo. En el momento en que asistí al antiguo poblado, su drama se había atenuado debido a la intensa y prolongada sequía que vivía el país, y muy particularmente la región Suroeste, que por naturaleza es seca. De modo que el nivel del agua bajó temporalmente, aliviando la agonía de su gente mientras vuelve a llover.
Sus habitantes, después de todo, son dichosos de que su desgracia haya coincidido con el gobierno del Presidente Medina, que vive siempre ocupándose de las comunidades del interior y los problemas de la gente, y decidió poner en ello la atención del Estado. No me imagino qué sería de ellos si el presidente fuera Leonel, que no le importaba nada, podría ver derrumbarse medio país sin inmutarse, siempre que eso no ocurriera en el centro de la capital. O quizás hubiera ido a construirles un edificio universitario en las tierras anegadas, para poder hacer discursos bonitos sobre educación e invitar expertos de Europa y Asia a debatir teorías sobre crecidas de lagos.
Me siento gratamente impresionado por la efectividad del gobierno en construir un nuevo entorno urbano, con todas las de la ley. No es lo mismo ver la publicidad en los periódicos que recorrer las calles y avenidas bien trazadas del nuevo Boca de Cachón, cuyos habitantes ahora tendrán, no solo casas nuevas en un lugar seguro, sino todos los servicios públicos requeridos, escuelas y hospitales, bomberos y policías, parques y juzgado, agua y electricidad, estancia infantil y asilo de ancianos, y hasta centro comercial.
Acostumbrado a vivir en un país en que los pueblos y ciudades surgen de manera informal y espontánea, con construcciones grotescas en callejones y carreteras, me sentí satisfecho de saber que se construyó una pequeña ciudad, bien diseñada, por un costo inferior a 25 millones de dólares, en muy corto tiempo, gracias a la movilización de decenas de instituciones públicas. Es el resultado de un Estado dispuesto a resolver problemas, y mostrando lo que se puede hacer, aún con limitados recursos.
No es que los habitantes del antiguo pueblo no se quejen, primero tener que mudarse de su antiguo hábitat; además, porque ahora la agricultura no les generará ingresos de inmediato. Vamos a ser claros: esas son tierras difíciles, como la mayor parte del Suroeste; terrenos muy áridos, en que ahora mismo no hay ni sombras. Y si bien el asentamiento humano va acompañado de inversiones para viabilizar la explotación agrícola en proyectos agrarios desarrollados por el Estado, con riego, tener las primeras cosechas va a requerir un tiempo.
Mientras tanto, la vida no va a ser fácil para los que estaban acostumbrados a criar sus chivos y otros animales cerca del lago. Los que puedan conservar algo de producción en su antiguo asentamiento, se quejan de que ahora tendrán que seguir viajando a donde haya producción. Y apurar el cultivo de las nuevas tierras.
Posiblemente los más acomodados del pueblo no se sentirán cómodos con este proceso de igualación (por lo menos, en términos de vivienda y servicios) con los más pobres. Pero ese será su problema.
Ahora bien, de lo que más se quejan es que van a echar en falta su balneario. Y toda la vida comunitaria (y económica) que giraba en torno al mismo. Todo es importante para la vida en estos pueblos del sur, particularmente por esta naturaleza tan agreste y el calor inclemente que les rodea. Para casi todos ellos, el balneario es parte fundamental de la vida.