Al vaciamiento de la política en el Estado le corresponde otro similar al sujeto. Decretada la muerte de los grandes relatos y con ella, la pérdida de fe en los proyectos colectivos, queda un individuo autoreferenciado, desamparado en el mundo de la vida, sin más opción que la de salvarse a sí mismo.

Ese lobo solitario de la posmodernidad olvidó a la manada, pululando como un paria buscaba sobrevivir, hasta que el Gran Espíritu del Norte se le apareció en sueño, revelándole que el amo del bosque no puede protegerlo del frío, del hambre, ni tampoco enseñarle a cazar, y para poder aprovechar lo poco disponible debía ser creativo e ingenioso…convertirse en un emprendedor.

El emprendedurismo es la receta mágica al convaleciente; una declaración jurada del Estado neoliberal consignándole al ciudadano su alejamiento a las antiguas funciones garantes de derechos fundamentales.  Entonces, ese sujeto-paciente, previamente domesticado (desdibujándole significantes vitales para la comprensión de su entorno), creyó que la venda eran sus anteojos.

Con los nuevos espejuelos mira a grupos vulnerables donde antes distinguía con cierta claridad a las clases: campesinos pobres, marginados, echadores de días, campesinos sin tierra, proletarios, obreros agrícolas, minorías específicas, etc. De las distintas fracciones burguesas, latifundistas, terratenientes, oligarcas, capital extranjero, entre otros, ahora solo atisba una mancha: ¡los poderes fácticos! Ya nada se nombra en su sustancialidad, la connotación perdió la batalla frente a la denotación…arribamos al imperio de la forma sobre el contenido, se rompió el equilibrio dinámico entre ambos.

Al final de las operaciones, los ganadores de la guerra cultural muestran la cabeza del vencido: un individuo vaciado de referentes comunitarios al que se le predicó por años que su malestar se debe a la corrupción administrativa y la impunidad que lo abona en el sector público. Y responde, con razón, con toda la razón, lanzando a los cuatro vientos un grito desgarrador, un alarido donde expele toda la frustración acumulada: ¡Todos los políticos son ladrones, todos son iguales!

¿Quién en su sano juicio no lo entendería?

En octubre de 2017 Oxfam, capítulo dominicano, publicó un documento donde estimaba el dinero robado a las arcas del Estado por la corrupción de sus funcionarios. Hizo un ejercicio en el que presentó estimaciones de diferentes actores estratégicos del país. En febrero del 2011 el PRD  “[…] aseguraba que en los 10 primeros años de administración de gobierno del PLD, la corrupción ascendía a unos RD$ 400,000 millones, a un promedio de RD$ 40,000 millones al año (Acento, 2011)”. También presentó la estimación del Dr. Leonel Fernández, que para 1995 la situaba en 30 mil millones.

El portal Argentarium (cuyo propietario fue designado en un alto cargo en el nuevo Gobierno) la calculó muy por encima de los demás: en 64 mil millones.

Con esos datos a mano, los opinadores de los medios se dieron banquete, pero deslizaron con cautela un componente de su antigua enseñanza: a partir del informe ya no eran corruptos todos los políticos, solo los peledeistas.

Para el ejemplo me quedaré con la de Argentarium, la mayor estimación, y la contrastaré con solo una de las prácticas corruptas del sector privado: la evasión fiscal.

De acuerdo a datos de la DGII, en 2018 la evasión del ITBIS fue del 43% y del Impuesto sobre la Renta de 60%; cada punto evadido del ITBIS equivale a RD$ 4,000 millones, y cada punto evadido en ISR, a RD$ 2,000 millones. Entonces tenemos que el 43% x 4,000 millones = 172,000 millones y el 60% x 2,000 millones=120,000 millones; sumados tenemos un total de RD$ 292,000 millones por concepto de evasión anual de esos dos impuestos.

Por supuesto, no tuve la posibilidad (si existe el dato no lo encontré) de comparar los mismos años. Lo correcto sería estimar lo que representan en el PIB, pero aseguro que esos dos impuestos están por encima siempre.

¡Solo la evasión de dos impuestos explica que el bandido de la película no es el indio sino el vaquero!

Con ese panorama podríamos entender que las de los grupos empresariales y las corporaciones son bocinas más eficientes que las de los gobiernos, porque cuando se bajan no se les ve el refajo, (como a los segundos) y en consecuencia, pasan por neutrales, sin otro interés distinto su devoto amor por la patria. De esas bocinas que no se nombran, algún día, alguien escribirá, y parafraseando a Lenin titulará la obra con el subjetivo título de: “El comesiemprismo, fase superior del comesolismo”

Si de algo sirve este último artículo de la serie es para que mis amigos periodistas, algunos de los cuales son mis hermanos; antiguos compañeros de luchas por el socialismo; ciudadanos responsables que siempre se colocan al lado de los mejores intereses de la nación, entiendan por qué no los acompañé en la Marcha Verde ni otras manifestaciones similares. Es que tal vez por vejez, para actuar en una obra necesito leer el guion completo.

En fin, ya la agenda anticorrupción pudo parir un nuevo Gobierno. En el nivel más elevado del gabinete se designaron ciertas personas provenientes de grupos financieros de gran calado, y eso no me irradia de optimismo. Como tampoco la nueva apología a los jóvenes provenientes de las mejores universidades privadas del país y el extranjero; a esta edad no le hago una lectura solo académica a la selección. No es lo mucho que saben sino cómo y para qué les enseñaron a usar sus conocimientos. Tan solo asistir al espectáculo que ofrecieron dos de esos jóvenes (José Ignacio Paliza y José Julio Gómez) ante una simple comunicación protocolar al Foro de Sao Paulo, aterra…es como si Bonillita reencarnara en ellos.  Podríamos estar en los albores de un Gobierno tecnocrático y lo que implica. De todas maneras solo el tiempo dirá. Ojalá me equivoque.

Empero, no me equivocaré prefigurando el día que a nuestro lobo solitario se le caerá la venda; entonces verá que el El Gran Espíritu del Norte no es la nebulosa de sus sueños, sino un concreto real, con nombre y dirección conocidos, sobre todo, con una enorme capacidad de simulación.