DE TODAS las frases memorables pronunciadas por Barack Obama en los dos últimos años, la que quedó grabada en mi mente, más que cualquiera otra, surgió en su histórico discurso en El Cairo los primeros días de su mandato. Advirtió a los países que no se coloquen "en el lado equivocado de la historia."

Parece que las naciones árabes hicieron caso de este consejo, más de lo que él podría haber previsto. En las últimas semanas, saltaron del lado equivocado al lado correcto de la historia. ¡Y que salto tan tremendo han dado!

Nuestro gobierno, sin embargo, se está moviendo en la dirección opuesta. Está  decidido, al parecer, a llegar lo más lejos posible del lugar adecuado.

Estamos en un callejón sin salida. Y en la naturaleza de los callejones está que mientras más avances, más tendrás que andar para salir de él cuando llegue el momento.

Esta semana, tuvo lugar una fascinante conversación telefónica. En un extremo estaba Benjamín Netanyahu; en el otro, la canciller alemana.

En tiempos pasados, los líderes del mundo, en general, no hablaban directamente. Bismarck no cogía el teléfono para hablar con Napoleón III. Enviaba diplomáticos experimentados que conocían la forma de suavizar las aristas y entregar un ultimátum con una voz suave.

Netanyahu llamó a Ángela Merkel para reprenderla por el voto de Alemania a favor de la resolución del Consejo de Seguridad que condena los asentamientos ­­‒la resolución que fue bloqueada por el veto escandaloso de EE.UU.­‒ No sé si nuestro Primer Ministro mencionó el Holocausto, pero desde luego, expresó su molestia por el atrevimiento de Alemania de votar en contra del "Estado judío".

Lo sorprendió la respuesta. En lugar de una contrita Frau Merkel disculpándose abyectamente, su oído registró el regaño de una maestra de escuela en términos muy claros. Le dijo que él había roto todas sus promesas, que ninguno de los líderes del mundo le cree ya ni una sola palabra. Y le exigió que haga la paz con los palestinos.

Si una persona como Netanyahu pudiera quedarse sin palabras, habría sucedido en ese momento. Afortunadamente para Netanyahu, eso simplemente no le puede ocurrir a él.

Esta conversación es síntoma de un proceso en curso: el deterioro lento, pero constante, de la posición internacional de Israel.

En Israel, esto se llama "delegitimatsia". Se concibe como una conspiración siniestra a escala mundial, más bien en la línea de los Protocolos de los Sabios de Sión. Es evidente que no tiene ninguna relación con cualquier cosa que hagamos ­‒puesto que todas nuestras acciones son puras como el oro‒. La conclusión obvia: los enemigos de Israel en todo el mundo, incluyendo su quintacolumna en el propio Israel,  están tramando la destrucción de Israel mediante todo tipo de boicot.

Nuestros líderes saben cómo obstaculizar esta trama: mediante la promulgación de leyes. Cualquier persona que le suministre a los enemigos de Israel las listas de las empresas ubicadas en los asentamientos serán castigados. Cualquier persona que llama a un boicot contra Israel o los asentamientos ‒a los ojos de los legisladores, que son una y la misma cosa‒ tendrá que pagar multas e indemnizaciones astronómicas, millones de dólares. Y si todo esto no ayuda, los enemigos del régimen serán enviados a la cárcel, como ya le ocurrió al manifestante a favor de la paz Jonathan Pollak.

Pero parece que nuestros líderes no confían en estas medidas por sí solas. De ahí que nuestro viceministro de Relaciones Exteriores, Danny Ayalon (¿recuerdan el genio que trató de humillar al embajador turco al sentarlo en una silla más baja?) decidió aplicar recursos aún más radicales: todos los embajadores israelíes se enviarán ahora a la Cueva de Macpelá, en Hebrón, para sostener un encuentro histórico con nuestro padre Abraham, que, según la creencia judía, está enterrado allí (los arqueólogos piensan que se trata de un jeque musulmán que se encuentra allí en un reposo incómodo).

En serio: nuestros líderes ahora se parecen al niño de la leyenda que metió el dedo en el dique para contener el agua, aunque en nuestro caso, el dique completo se está desmoronando.

SÍ, LA POSICIÓN de Israel en el mundo, realmente se está hundiendo, pero no por causa de un complot mundial que une "antisemitas" y "judíos que se odian a sí mismos".

Nos estamos hundiendo, porque estamos en el lado equivocado de la

Historia.

Israel ha mantenido durante décadas un régimen de ocupación. Continúa controlando y humillando a otro pueblo. Ideológica y prácticamente, vive en el mundo mental del siglo XIX, mientras que el resto del mundo está comenzando a vivir en el XXI. La política israelí es simplemente anacrónica.

El siglo XXI verá un panorama en que las naciones se unen. Se verá el comienzo de un nuevo orden mundial, y no tengo ninguna duda de que esta idea se hará realidad.

Esto no es una visión de idealista con los ojos llenos de estrellitas. Es una necesidad esencial para la raza humana y todos sus pueblos y naciones. El mundo se enfrenta a problemas que ningún Estado o grupo de Estados puede resolver por sí solos. El calentamiento global, que amenaza la existencia misma de la especie humana, es por su propia naturaleza un problema mundial. La reciente crisis económica ha puesto de manifiesto que el colapso de la economía de un país puede propagarse como un reguero de pólvora por todo el mundo. El Internet ha creado una comunidad mundial, en la cual las ideas se propagan fácilmente de un país a otro, como podemos ver ahora en el mundo árabe.

Las instituciones internacionales que una vez no despertaron más que burlas, poco a poco adquieran competencia real. Al Tribunal Internacional le han crecido los dientes. El derecho internacional, que en el pasado fue principalmente una idea abstracta, poco a poco va evolucionando hacia una ley real del mundo. Países importantes y fuertes como Alemania y Francia están renunciando voluntariamente a grandes porciones de su soberanía en favor de la Unión Europea. La cooperación regional y mundial entre las naciones se está convirtiendo en una necesidad política.

Conceptos como la democracia, la libertad, la justicia y los derechos humanos no sólo son valores morales: en el mundo de hoy se han convertido en necesidades fundamentales, en una base para un nuevo orden mundial.

Todos estos procesos están avanzando a un ritmo desesperadamente lento, casi geológico. Pero la dirección es inequívoca y no puede ser revertida. Cualquiera sean las acciones de Barack Obama ‒o la ausencia de ellas­‒ se puede confiar en su intuición acerca de la dirección que llevan.

Ese es el "lado correcto de la historia". Sin embargo, nuestro país está cerrando los ojos ante esto. Es cierto que sobresale en la más internacional de las industrias, la alta tecnología, y que está trabajando con éxito para ampliar sus lazos económicos a todos los rincones del mundo. Sin embargo, desprecia la opinión pública internacional, a las Naciones Unidas y el derecho internacional. Se adhiere a una forma de nacionalismo que fue "moderna" en el momento de la Revolución Francesa, cuando el "Estado-nación" era el más alto ideal. Por supuesto, el nacionalismo no ha muerto, y ocupa aún hoy un lugar importante en la conciencia de los pueblos. Pero esta es una forma completamente nueva de nacionalismo, el nacionalismo del siglo XXI, que no está en contradicción con el internacionalismo, sino, por el contrario, constituye un ladrillo en el edificio de la estructura internacional.

LAS NACIONES ÁRABES han despertado súbitamente de un sueño de siglos, y ahora están luchando para ponerse al día con otras naciones. Las tiranías anacrónicas que las mantenían atrasadas, desperdiciaron sus capacidades y les impusieron patrones de épocas pasadas, ya no existen.

Es difícil saber adónde van estas revueltas que envuelven la región desde Marruecos hasta Omán y de Siria a Yemen. Es difícil profetizar, y  especialmente, prever el futuro.

El año 2011 puede ser para el mundo árabe lo que 1848 fue para Europa. Entonces, cuando el pueblo francés se puso de pie, las olas de la revolución se extendieron por una gran parte del continente. Parece que no soy el único que ahora recuerda este ejemplo. Se puede aprender mucho de él, y no todo es positivo. En Francia, el levantamiento arrastró a un régimen corrupto, pero abrió el camino para el ascenso de Napoleón III, el primero de los dictadores modernos de Europa. En Alemania, fragmentada en decenas de reinos y principados, los gobernantes estaban asustados por lo que prometieron reformas democráticas. Pero mientras que los debates de los abogados y los políticos en Frankfurt sobre la futura Constitución seguían y seguían, los reyes reagruparon sus ejércitos, aplastaron a los demócratas y comenzó así otra era de opresión. (El fracaso de la asamblea de Frankfurt encontró su expresión en el verso inmortal alemán: "Tres veces un centenar de profesores / Madre Patria, estás perdida")

Las revoluciones de 1848 dejaron un legado de decepción y desesperación. Pero no fueron en vano. Las nobles ideas nacidas en aquellos meses impetuosos no murieron; las generaciones siguientes se esforzaron para llevarlas a cabo en todos los países del continente. La actual bandera de Alemania nació en esos días.

Las revoluciones árabes también pueden terminar en el fracaso y la decepción. Pueden dar a luz a nuevas dictaduras. Regímenes religiosos anacrónicos pudieran surgir aquí y allá. Cada país árabe es diferente de los demás, y en cada uno los acontecimientos estarán sujetos a las condiciones locales. Pero lo que sucedió ayer en Túnez y Egipto, lo que está sucediendo hoy en Libia y Yemen, lo que pase mañana en Arabia Saudita y Siria, dará forma al rostro de las naciones árabes durante mucho tiempo. Van a desempeñar un papel totalmente nuevo en el escenario mundial.

ISRAEL ESTÁ dominado por los colonos, que recuerdan en su espíritu a los cruzados del siglo XII. Los partidos religiosos fundamentalistas, no muy diferentes de sus homólogos iraníes desempeñan un papel importante en nuestro Estado. La elite política y económica está llena de corrupción. Nuestra democracia, de la que nos enorgullecíamos, está en peligro de muerte.

Algunas personas argumentan que todo esto está sucediendo porque "Netanyahu no tiene una política". Tonterías. Él tiene una política clara: mantener a Israel como un estado militar, para ampliar los asentamientos, para evitar la fundación de un Estado palestino real, y para seguir adelante sin la paz, en un estado de eterno conflicto.

Acaba de filtrarse que Netanyahu va a dar un discurso histórico ‒ otro‒ muy pronto. No en el Knesset (parlamento), cuya importancia se está acercando a cero, sino en el foro realmente importante: el AIPAC, el lobby judío en Washington.

Allí se desplegará el Plan de Paz, cuyos detalles también se han filtrado. Es un plan maravilloso, con un solo defecto menor: no tiene nada que ver con la paz.

Propone la creación de un Estado palestino con "fronteras provisionales". (Con nosotros, no hay nada más permanente que lo "provisional"). Consistirá en la mitad de la Cisjordania. (La otra mitad, incluida Jerusalén oriental, probablemente se cubrirá con asentamientos.) Habrá un calendario para la discusión de los temas centrales ‒fronteras, Jerusalén, refugiados, etc.  (En Oslo se fijó un calendario de cinco años. Expiró en 1999, y las conversaciones ni siquiera habían empezado.) Las negociaciones no se iniciarán hasta que los palestinos reconozcan a Israel como Estado del pueblo judío y acepten sus "requisitos de seguridad". (Es decir: nunca.)

Si los palestinos aceptan ese plan, van a necesitar (en las palabras del Secretario de Defensa de EE.UU. en otro contexto) "que les examinen la cabeza". Pero, por supuesto, Netanyahu no se ocupa de los palestinos en absoluto. Su plan es un intento primitivo de mercadeo. (Después de todo, antes fue agente de comercialización de muebles). El objetivo es detener la campaña internacional de "delegitimatsia".

Ehud Barak también tenía algo que decir esta semana. En una extensa entrevista televisiva, casi en su totalidad consistente de galimatías políticos, hizo una observación importante: las revueltas árabes proporcionan a Israel nuevas oportunidades. ¿Qué oportunidades? Lo ha adivinado: oportunidades para obtener mayores cantidades de armas estadounidenses. Armas y "América über alles".

Y, en efecto, el factor que hace que esta política siga siendo posible es la relación sin igual entre Israel y los EE.UU. Pero el Despertar Árabe, a mediano y largo plazo, cambiará el equilibrio de poder entre árabes e israelíes ‒psicológico, político, económico, y al final, también, militarmente. Al mismo tiempo, el equilibrio mundial del poder también está cambiando. Están surgiendo nuevas potencias; las potencias viejas están perdiendo influencia. Esta no será un suceso dramático, de una sola vez, sino un proceso lento y sostenido.

Así es como se está moviendo la historia. Cualquiera que se sitúe en el lado equivocado, pagará el costo.