“¡Dios y un hombre armado!” exclamó el hombre que caminaba delante de mí por el estrecho sendero de montaña mientras sacaba un filoso cuchillo y le volaba la cabeza de un tajo a una culebra de buen tamaño que acababa de toparse con él. El hombre era un campesino con quien me desplazaba ascendiendo por el entonces tupido bosque al norte del rio Zambrana en la comunidad de Tojín, provincia Sánchez Ramírez. Esta era una de las numerosas comunidades campesinas que rodeaban las minas de oro y plata que desde comienzos de los años 70 explotaba la minera extranjera Rosario Dominicana. Esta empresa entró en conflicto con la población campesina local desde el comienzo de sus actividades, por dos razones:

  1. Cientos de campesinos habían sido desalojados violentamentede sus tierras, sin recibir compensación o a cambio de compensaciones exiguas, para facilitar las excavaciones a cielo abierto.
  2. Estas excavaciones y los vertidos de residuos afectaban gravemente a la población que aún permanecía en el área, afectando la salud de los residentes, dañando sus cultivos y pequeñas crianzas de ganado. Entre los cultivos más afectados se hallaban el cacao y otros árboles frutales.

Yo me hallaba en la zona conviviendo por breves periodos como parte de la asistencia solidaria que brindaba el Centro de Promoción Campesina de la diócesis de La Vegaa los pobladores afectados. Nuestra labor era:

  1. Pedagógica
  2. De promoción humana
  3. De asistencia solidaria
  4. De organización
  5. De estudio de la realidad local

En estos menesteres caminaba yo junto a aquel hombre, desplazándonos de una comunidad a otra para responder a distintas inquietudes de los campesinos, ayudándolos a organizarse, explicándoles sus derechos frente al Estado, la pertinencia de sus demandas frente a las poderosas empresas multinacionales, en este caso Rosario Mining y Falconbridge, que se convertían en un solo antagonista al aliarse con el Gobierno nacional.

Puedo decir que, en mi caso individual, en los poco más de tres años que permanecí como integrante del Equipo de Educadores (1975-78) aprendí más de los campesinos que lo que pude yo enseñarles a ellos. Por ejemplo, ese día, tras media vida oyendo la expresión “Dios y hombre”, aprendí de aquel campesino que en determinado momento esa creencia podría no significar nada si el hombre no estaba armado.

Campesinos afectados por la Rosario Mining
Campesinos afectados por la Rosario Mining

Llegué al Cibao rural teniendo como divisa los consejos de un querido profesor peruano que tuve en la universidad: Eugenio Valle-Espejo, quien nos advirtió de lo contraproducente que sería para nuestra implantación burlarnos de la cultura local o ignorarla. Si usted quiere tumbar un coco y las creencias locales dicen que no tumbe los cocos en luna nueva y usted insiste y a esa mata de coco le sucede algo, no porque sea luna nueva, ni usted ni ningún otro agrónomo podrá pasar por ahí. A veces se trata de creencias basadas en evidencias de siglos, no rigurosamente científicas pero sí metódicas.

Una de las primeras comunidades con las que entré en contacto fue Cañada de Naranjo, perteneciente al municipioCevicos. Esacomunidad era peculiar por su ubicación y los medios de vida de sus habitantes. Estaba o está localizada en el borde de Los Haitises, no lejos del rio Payabo, afluente del Yuna. La gente de allí vive en unas colinas boscosas de poca altitud y practican la agricultura en unos pantanos de la parte llana donde cultivan arroz aprovechando la humedad permanente; su producción era tan segura que recibían pequeños créditos del Banco Agrícola. En la parte alta mantenían pequeños conucos donde cultivaban los consabidos renglones de subsistencia como yuca, batata, ñame, guandules, guineo, maíz. La primera vez que llegué allá me mostraron un caballo aquejado de una enfermedad equivalente a las paperas humanas. Yo no sabía nada de eso pero un profesor me había regalado un Manual Merck, equivalente en veterinaria al que tienen los médicos. No curé el caballo, ni era necesario porque los síntomas remiten cuando la enfermedad concluye su ciclo. Pero, expliqué lo que pasaría y la precaución que se debía tomar con los bozales y frenos para evitar que el mal se propagara. Los caballos eran vitales para aquella gente,por lo que aquella sencilla intervención me deparó un prestigio que todavía debe durar si regreso por ahí. Lo que quiero destacar es que la promoción y organización de los campesinos implicaba una mutua experiencia pedagógica en la cual no se sabe quién aprende más. El promotor o educador rural debe ir con la actitud de enseñar y aprender al mismo tiempo. Argelia enfatiza la necesidad de que el educador se identifique con la realidad del campo, lo cual puede tomar tiempo. [i]Argelia Tejada sintetizó las experiencias del, llamado indistintamente, Equipo de Promoción o Equipo de Educadores de La Vega, en un breve texto que ha quedado como referencia.[ii]

Libro de Argelia Tejada.
Libro de Argelia Tejada.

Cuando me cansé de tratar de hacerle entender a los campesinos la dimensión exacta de un kilómetro proclamé la existencia del “kilómetro campesino” y fijé su equivalencia en un promedio de 3 mil metros, para adaptarme a la realidad local. Sucede que cada vez que preguntaba ¿Cómo a qué distancia quedatal sitio? ¿Cómo un kilómetro?, me respondían que sí, ¿Cómo 2?, sí, ¿Cómo 3?, sí. Llegue a la conclusión de que no era que no tuvieran idea, era que no querían estar en desacuerdo conmigo. Argelia, quien conocía algo de la población rural del Sur, me decía que había ciertas características culturales que distinguían a los campesinos de las distintas regiones.

¿Quiere dulce, quiere café, quiere jugo?, me preguntó una señora en Zambrana Arriba. ¿Sí qué?, me dijo esperando una respuesta precisa. Todo eso doña, le dije. Me di cuenta de que la mujer me estaba ofreciendo tres opciones, mientras yo pensaba que era un menú. Tenía que adaptarme a los giros y expresiones locales. En Las Caobas, cuando pregunté por primera vez por una jovencita que vivía en la casa donde me alojaba, su madre me contestó “por ahí, tejiendo”; no pedí detalles puesla idea parecía ser que estaba en algún lugar cosiendo o “tejiendo”, pero no, tejer en el vocabulario local significaba caminar.

A veces aprovechábamos la oportunidad de enseñar mediante el ejemplo. En Tocoa, un paraje perteneciente a Maimón de Bonao pero bastante cerca de la mina de oro, me tocó alojarme en casa de un matrimonio con tres hijos varones. Noté que la mujer cargaba con todos los quehaceres domésticos, algo usual en el campo en aquella época, pero la carga lucía pesada. Luego de la comida me uní a la mujer en “fregar los trastes”, una movida un poco arriesgada porque chocaba con las costumbres locales. Constaté con satisfacción el resultado al regresar dos meses después cuando el padre de familia me contó que desde aquella vez los muchachos ayudaban a su madre con los quehaceres.

Este proyecto educativo puede, en retrospectiva, calificarse de exitoso en cuanto logró coadyuvar al surgimiento de un liderazgo comunitario y regional nacido del mismo seno de las organizaciones campesinas, sin influencias externas que determinaran sus funciones. Un liderazgo que estuvo a punto, si no es por la intervención de los órganos de poder, de crear un potente movimiento campesino independiente a escala nacional.

Al evaluar nuestra metodología, y tras afirmar que “el proceso de concientización…es permanente”, Argelia anota que “No nos extraña el hecho de que de los dirigentes haya alcanzado mayores niveles en las zonas donde las federaciones han actuado como grupo organizado defendiendo sus intereses. El acto educativo se convierte en una evaluación y reflexión sobre su práctica…”[iii]

En la introducción a su obra citada Argelia enumera sucintamente “…las grandes dificultades que hemos encontrado en este trabajo educativo”, que cerró con este párrafo: “A este listado tendríamos que añadir las limitaciones impuestas por la institución en que se desarrolle el trabajo”.[iv]

Lo que tal vez no imaginó la destacada socióloga, educadora y activista social fue que serían esas limitaciones institucionales las que pondrían punto final a aquel proyecto pionero, en septiembre de 1978. En un esfuerzo contra el olvido, aquí están los integrantes del Equipo de Educadores del Centro de Promoción Campesina de la diócesis de La Vega (1973-78), además del autor de esta memoria: padre Fabio Antonio Solís Rodríguez, director (fallecido); Argelia Altagracia Tejada Yangüela, Josefa Altagracia (Tata) Berrido Abad (fallecida), Annette (Anita) Sinagra, Luis H. Vargas, Ping sien Rafael Sang Ben, Mildred Dolores Mata y Ana Estela Henriquez.

[i] Metodología de una experiencia en el sector rural. Ediciones CEPAE, Santo Domingo, 1978, página 14.

[ii] Metodología de una experiencia en el sector rural. Ediciones CEPAE, Santo Domingo, 1978, 35 páginas.

[iii] Ídem, páginas 26 y 28

[iv] Ídem, página 8