Al igual que en muchos países de América Latina, en la República Dominicana se trató en una oportunidad de copiar el experimento judío del Kibutz. En varios países la empresa fue desechada tras algunos fracasos iniciales. En el nuestro, apenas fue siempre un proyecto en la mente de algunos individuos visionarios. Las tierras del sisal en Azua pudieron haber sido el escenario de ese gran experimento.

¿Por qué no ha sido posible jamás un kibutz americano? Expertos agrícolas consideran que científicamente es factible, tal vez con mejores rendimientos debido a la riqueza de la tierra en la mayoría de las naciones latinoamericanas, de economías agrícolas. Pero quizá ha faltado una motivación más allá de la ideología.

El kibutz fue el producto de la necesidad del pueblo judío de establecerse en Palestina. Obligados a permanecer extraños a la agricultura y a otros medios de producción a lo largo de siglos durante la diáspora, para los primeros judíos llegados en masa a la tierra prometida, la faena en el campo era una actividad prácticamente desconocida y muy dura. Fue, no obstante, el punto de partida del nacimiento de una nación. En la Rusia zarista, en Polonia y otros países del Este europeo se les llegó a confinar en lo que se llamaba la “demarcación judía”, donde se les  limitaba su capacidad para practicar comercialmente tareas agrícolas; verdaderos ghettos sometidos al vandalismo de los progromos que periódicamente azotaban sus comarcas.

Jacob Tsur, un judío emigrado de Rusia a comienzos de siglo 20 que llegó a convertirse en una de las figuras más célebres de Israel, explica el fenómeno magistralmente en su libro La Rebelión Judía : “De todas las olas sucesivas de pioneros llegados a Palestina durante sus años de formación, ninguna ejerció una influencia más perdurable sobre la sociedad israelí que la segunda aliyá, llegada a los puertos del país entre 1906 y 1914”, dice Tsur en su libro y agrega:.

“Por otra parte, ninguna fue tan ferozmente individualista. Es casi tangible la parte que cada uno de sus integrantes desempeñó en la explosión de las nuevas ideas. En efecto, los inmigrantes de ese período ofrecían un pintoresco surtido de hombres animados por un idealismo sincero y determinado”.

Pero eran relativamente pocos en términos numéricos. La cantidad de judíos llegados a Palestina entre 1882 y 1914 se estima entre 55,000 y 65,000 de los cuales entre 10,000 y 15,000 se quedaron en el país entre 1906 y la Primera Guerra Mundial. Los pioneros propiamente dichos eran una minoría, pero los judíos del moderno Estado de Israel llevan todavía hoy la marca de ese puñado de hombres.

Según Tsur, gracias a ellos muchas ideas y estructuras específicas han subsistido hasta nuestros días: las nuevas formas sociales, el espíritu de cooperación, la austeridad elevada al rango de virtud, el culto del trabajo y el respeto por el trabajador, un celo irreductible en la persecución del objetivo.

“En cualquier dominio que se considere ellos fueron los iniciadores, los creadores, los innovadores. Ellos trazaron caminos, lanzaron ideas. Sin capitales ni  conocimientos especiales, desarrollaron obras de irrigación, empresas de trabajos públicos, industrias. Sin haber pasado jamás por academias militares formaron el núcleo de un ejército   futuro”, afirma el autor en la obra citada. Y también señala:

“En cualquier dominio que se considere, ya sean las letras, la planificación, la reforestación  y hasta el hermoso césped en las aldeas-, encontramos en el origen a un viejo pionero, a menudo extravagante, obstinado, difícil, que ya entonces tuvo esa visión de futuro, que predicó la idea y la puso en práctica contra y a pesar de todos“.

El kibutz fue el fruto de una serie de condiciones sociales e históricas que en conjunto sólo se han dado en Israel.

En el segundo y tercero de mis viajes estuve en  varios Kitbutz aunque solo guardo impresiones claras y determinadas de dos de ellos, en los cuales permanecí durante un par de días en diciembre del 1975. Los había visitado algunos años antes, en ocasión del viaje que hice a Israel en 1964 como miembro del equipo dominicano a las XVI Olimpiadas Mundiales de Ajedrez, pero mi curiosidad de estudiante secundario de entonces era mucho menor que el interés periodístico de 1975 y, por supuesto, de ahora.

El kibutz de Or Haner (palabra hebrea que significa luz de vela) es quizás el más interesante de todos ellos para un latinoamericano. Situado en el mismo corazón del Neguev, cerca de la Franja de Gaza, era uno de los muchos experimentos modelos en el joven estado sionista. En él sólo vivían entonces judíos nacidos en Chile, Argentina, Uruguay y otros países latinoamericanos.

Como la inmensa mayoría de los primeros inmigrantes, los judíos llegados de América Latina no eran precisamente familias de agricultores. En Or Haner, tuvieron que luchar durante años contra la inclemencia del tiempo, la terrible aridez del suelo, la falta de agua, las plagas y las constantes incursiones de bandas nómadas de guerrilleros árabes.

Al principio la vida en comunidad les resultó dura y un reto muy grande para hombres y mujeres acostumbrados a una vida individualista. “Los primeros años fueron los más difíciles“, me dijo Yosef Ofir, argentino, tesorero del Kibutz. “Fue el periodo en que muchos comenzamos a dudar y a pensar en la posibilidad de retornar a nuestros países. Pero persistimos y logramos echar adelante“.

Existen varias clases de cooperativas agrícolas en Israel. En una de ellas, el kibutz o colonia colectiva, no solamente la producción sino también el hogar es colectivo.

Situado a poca distancia de las alturas de Golán, en la frontera con Siria, el kibutz Ayelet Hashahar, creció en un medio tan hostil y áspero como el Or Haner. En sus primeros años, las paredes y pequeños graneros que tras ardua labor se levantaban en el día eran desmoronadas en la noche por las bandas armadas, primero, y por la artillería después. Pero jamás abandonaron la empresa. El paludismo los amedrentó tanto como los beduinos y las tropas del mandato británico, pero finalmente se sobrepusieron y se quedaron.

“No teníamos, entonces como ahora, ninguna alternativa “, me dijo Hanan Olami, el intelectual que dirigía el Instituto Central de Relaciones Culturales Israel-Iberoamericano, y que hasta hacía pocos años estuvo ordeñando vacas en un modesto Kibutz del centro del país. “Quizás esa es toda la explicación que podemos dar de este experimento agrícola tan celebrado en el mundo entero”, me dijo. “Pero esa falta de opción es probablemente la razón de nuestra fuerza. Al no tener alternativa lo hacemos o perecemos“.

El Kibutz llegó a convertirse en una fuerza política determinante. Muchos de los grandes héroes de la nación -David Ben Gurión, que condujo  la lucha por la fundación del Estado, Isaac Ben Zvi, que fue el segundo presidente, o Joshep Sprinzak, padre del parlamentarismo israelí-, salieron de sus filas. El ministro de relaciones exteriores en esos días, Yigal Alon y el mismo primer ministro Yitzhak Rabin, provenían de los establos y los verdes naranjales que hicieron posible la supervivencia del país.

Pero ¿qué es realmente un kibutz? Los primeros fueron fundados en la primera década del siglo pasado, en el valle del Jordán. El grupo de jóvenes que organizó en 1910 la colonia colectiva de Degania, se proponía crear una nueva sociedad basada en el trabajo en común y fundamentado en una igualdad entre todos los miembros.

Aunque no estaban acostumbrados a las duras condiciones de vida de la región, suponían que no había otro modo de convertir las áridas tierras del país de sus antepasados en el lugar fértil para sus hijos. Inculcaron en todos los judíos dispersos por el mundo la idea de que era su deber trabajar como agricultores, nacer a la libertad con un trabajo honrado independiente. Sentaron el principio de que el hombre debe Vivir de su propio trabajo, sin explotar el de sus semejantes, lo cual contradecía la práctica de otras numerosas aldeas judías de la época, en que los agricultores empleaban obreros asalariados, en su mayor parte árabes. Esos pioneros del Kibutz eran contrarios a la propiedad privada- estaban imbuidos de las ideas marxistas que florecían en la Rusia zarista e inundaban toda Europa y primeramente trabajaron tierras arrendadas al llamado Fondo Nacional Judío.

En el kibutz Ayelet Hashahar, uno de los más prósperos de entonces, conocí a Izhat Sasson, encargado de la organización de ayuda a otros Kibutzim en desarrollo, y quien estaba en Israel desde 1948. Aun cuando procedía de Marruecos, su español era fluido y elegante. Sasson me explicó la forma en que esa y otras aldeas colectivas habían progresado. En Ayelet Hashahar, por ejemplo, la producción industrial  desplazaba la agrícola, alcanzando ya para el 1975 el 50 por ciento. El gobierno estimaba, me dijo, que a más tardar en otros siete años la producción de los Kibutz sería un conjunto de un 75% industrial debido en parte a los problemas del agua y el hecho de que el país estaba suficientemente abastecido en el campo agrícola.

En Ayelet Hashahar, que entre otras cosas tenía un confortable hotel de 102 habitaciones, vivían como miembros del Kibutz alrededor de 900 personas que desarrollaban una de las agriculturas más altamente tecnificadas del mundo. Trabajaban con computadoras que registraban cada grano que se consumía, se producía o se desperdiciaba.

Sasson, que había sido secretario del Kibutz y trabajó en la recolección de manzanas y como maestro en la granja antes de subir a la posición que tenía cuando lo conocí, me informó que la producción de manzanas, con un rendimiento de 48  toneladas por hectárea en su Kitbutz, era entonces probablemente la más alta del mundo.

Cosechaban toronjas y otros frutos, y había suficiente producción de leche porque cada vaca israelí daba un promedio de 6000 litros al año. Existían en el Kibutz alrededor de 70 lagos artificiales para la producción de pescado y una gran producción de pollos. En pocos años, sin embargo, todos esos logros agrícolas constituirían apenas el 25% de la producción total del Kibutz pues, según Sasson estaban desarrollando proyectos para la industrialización de la mayoría de esos renglones.

¿Cómo creció el kibutz? Muchos colonos siguieron los pasos de los de Degania, fundando colonias en todas las localidades del país. En la mayoría de los casos formaron parte de la vanguardia de la renovada colonización judía de Palestina. Muchas veces fueron obligados a defender sus colonias, totalmente aisladas, de los ataques de sus vecinos armados y hostiles. Es por eso que las colonias se convirtieron en los puestos de defensa más avanzados de la región fronteriza, y no es de extrañar entonces, que al ser fundado el Estado de Israel, se convirtieron esas colonias en los puntos por donde pasaría la frontera de la nueva nación.

Durante las décadas anteriores al 1975, el número de Kibutzim llegó a 225. Entre 80,000 y 90,000 almas vivían  en las colonias, cifra que constituía el 4.2% de la población total de Israel. El papel económico de los Kibutzim era mucho más importante de lo que tal suma haría suponer. Más del 30% de la producción agrícola del país provenía ya entonces de los Kibutzim. Ciertos productos de la tierra eran distribuidos, casi exclusivamente, por sus cooperativas. El Kibutz también influía pronunciadamente en la vida oficial y cumplía un papel muy destacado en el movimiento obrero.

Para ese entonces, hablamos de diciembre de 1975, apenas dos años después de la guerra del Yom Kippur, como lo era antes de la creación del Estado, sus miembros jugaban un papel importante en todas las esferas de la sociedad israelí. Formaban parte del gobierno, eran miembros del Parlamento, y participaban en la dirección del Ejército. Pero muy particularmente eran activos en la Histadrut, la Federación General de Trabajadores, cuya contribución al desarrollo de la nación era quizá infinitamente mayor que el papel jugado por las entidades obreras de otros países.

La Histadrut, que contaba entre sus fundadores miembros de los kibutzim originales, siempre había declarado que uno de sus objetivos principales era el retorno a la tierra prometida. Para la fecha en que estuve allí, la mayoría de las comunidades agrícolas –y todos los kibutzim – estaban afiliadas a esa entidad.

Las funciones de la Histadrut eran muy numerosas. Cooperativas afiliadas y dirigidas por ella fueron creadas en todas las esferas económicas de Israel. Todas las líneas públicas de autobuses estaban dirigidas por cooperativas. La empresa de construcción más importante del país pertenecía a la Histadrut. Los productos de las colonias agrícolas eran distribuidos y puestos a la venta por esa entidad, y todas las necesidades de los colonos y de sus organismos económicos eran adquiridas por medio de una institución proveedora, similarmente afiliada. En todas estas organizaciones, miembros de los kibutzim ocupaban puestos decisivos.

A pesar de los cambios ocurridos en las condiciones de vida y de las enormes mejoras en el nivel de las mismas, mantenían los kibutzim sus antiguos principios igualitarios y comunales y seguían poseyendo bienes y medios de producción en común; de la misma manera que los primeros Kibutzim. Su campo de acción decisivo seguía siendo la actividad agrícola, aunque sus actividades eran varias y numerosas. Todos poseían frutales, cultivaban granos y tenían varias clases de ganado. Aparte de sus ramas agrícolas, muchos kibutzim poseían departamentos industriales de importancia más o menos pronunciada, que explotaban sus productos agrícolas.

Otras industrias de las colonias colectivas no tenían nada que ver con la agricultura, por ejemplo fabricación de madera cortada, industria ligera, casas de reposo, etc. Esas industrias habían sido instaladas de acuerdo con los más modernos principios de entonces. Los Kibutzim habían descubierto que les era favorable económicamente combinar varias ramas agrícolas e industriales en un sola empresa común. Por otra parte, los kibutzim tenían intereses en varias organizaciones, como acciones de la Compañía Nacional de Autobuses (Egged), de empresas industriales y de centros de embalaje de frutas.

Cuando estuve allí, compartiendo con ellos, exactamente igual que en el pasado, el comedor constituía el centro de la vida cívica de todo kibutz. Era el único lugar en el que sus miembros se encontraban tres veces al día para comer. Ahí también se realizaban las asambleas generales, las funciones y las fiestas. La comida de los miembros y de sus hijos era preparada en una cocina adyacente. El almacén de vestimentas reparaba y repasaba la ropa, y allí mismo recibían los miembros las nuevas vestimentas y telas. Las necesidades de la comunidad eran servidas por costureras, zapateros, peluqueros, así como por electricistas, pintores, carpinteros y otros artesanos. Como los integrantes de un kibutz no recibían remuneración alguna, esos servicios eran gratuitos. En la cocina se preparaba la comida, en lo posible de acuerdo con el gusto de los miembros. Cada año se ponía a disposición de éstos sumas fijas que cubrían vestimentas y calzados y se les permitía escoger las prendas y los zapatos que preferían en el almacén; incluso les era permitido usar estas sumas para adquirir vestimentas fuera del kibutz.

Como cada miembro de la Histadrut, formaba parte automáticamente de la Caja de Ahorros Médica, perteneciente a esa entidad, la organización mantenía médicos y clínicas en los Kibutzim y subvencionaba la hospitalización de los miembros. Los residentes -miembros de cada colonia tenían derecho a vacaciones anuales, parte de las cuales pasaban en pensiones, con gastos cubiertos por la comunidad.

La educación de los niños estaba a cargo de la comunidad y de los padres. Los niños vivían en hogares de infancia, según su edad, donde las madres de hogar los cuidaban. En la mayoría de los Kibutzim, los niños dormían en estos hogares. Visitaban a sus padres en sus habitaciones al concluir éstos el trabajo diario y pasaban en su compañía las horas de la tarde y del anochecer.

Los Kibutzim poseían una escuela local que educaba a los niños durante los 12 años de estudio. En los Kibutzim menores se enviaba a los niños a la escuela regional, situada en un Kibutz de mayor importancia, particularmente para los estudios secundarios. Este sistema educacional permitía estudiar a todos los niños de los Kibutzim sin excepción alguna y ya existía en el Kibutz en los tiempos en los que la educación básica no era obligatoria gtodavía en el país.

A la edad de 18 años los jóvenes finalizaban sus estudios y eran entonces aceptados como miembros por voto de la Asamblea General. Luego, era su deber ir a cumplir con el servicio militar. Al finalizarlo, comenzarían su vida de adultos como plenos miembros de Kibutz. 

(Conferencia que debió ser pronunciada por Miguel Guerrero, Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia, el miércoles  25 de marzo de 2020, en la actividad organizada por la Asociación Shalom de la República Dominicana. La actividad fue suspendida a causa del Covid-19))