“Vamos a promover cambios en la legislación actual para acabar con la impunidad, que es la protectora de la corrupción”.
Dilma Roussef (2014)
Bronca se dice en argentino, choreao en chileno, quillao en dominicano, para expresar todo eso que es una profunda tristeza y decepción. No puede ser de otra manera cuando los medios hablan de la condena a 12 años de cárcel del “izquierdista Lula”. Parece no llamar la atención que casi no se oyó ni se leyó “el derechista Kuczynski”, o “el derechista Martinelli”, o “el derechista Humala”, o “los derechistas Toledo, Uribe” y “el derechista Sánchez de Losada” con sus 58 muertos y centenares de heridos que ha sido descrito con mayor objetividad como “magnate minero educado en Estados Unidos y partidario de la economía de libre mercado” y etc. En Chile gobierna un emprendedor que hace 36 años quebró un banco regional centenario y hoy actualiza su patrimonio en mil millones de dólares. Nadie piense que quiero jugar al empate, pero es absolutamente injusto el tratamiento que se le está dando al caso por “ambos lados”.
Aparte de eso de la “izquierda” quiero compartir con ustedes algunos hechos que me asaltan en medio de esta profunda decepción. Lo primero es que resulta inapropiado olvidar que no hay una izquierda y que por lo tanto desde las izquierdas para el tema de la corrupción hay tratamiento y testimonios distintos.
Recordé el Golpe de Estado de 1973 en Chile y que los milicos, con toda su crueldad y con todo el poder, no pudieron promover ni un solo juicio o consejo de guerra en que se acusara a los derrocados gobernantes de actos de corrupción. Ésa era una izquierda. Hoy por ejemplo, los enredados en financiamiento ilegal de las campañas chilenas no son ni militantes comunistas ni del Frente Amplio. Ésa es otra izquierda. Todos los acusados o son de derecha o son de la izquierda de Lula, de esos que luego de la foto con el recién encarcelado político brasileño aparecieron en la campaña presidencial chilena con jet “facilitado” por la OAS. Y ésa es otra izquierda, la que se modeló inspirada en el PSOE y está terminando como el PSOE. Lula, por su parte, está terminando como Felipe González, sólo que a él le toco la cárcel y González gozó mejor del modelo de absoluta impunidad que construyó, porque si algo pueden compartir españoles y brasileños es la completa impunidad.
A nosotros hoy nos toca ver un Brasil que inauguró en 1964 los Golpes de Estado de nuevo cuño, que fue lugar de inicio e irradiación de la Doctrina de Seguridad Nacional y sus secuelas de crímenes –no olviden el instrumento de tortura que tiene nombre solo en portugués: “Pau de arara”. La impunidad más absoluta en Brasil es la que permite que hoy marque preferencias electorales un defensor de la tortura.
Insisto: la izquierda que en estos momentos completa su ruina en América Latina es la que escuchó a Felipe González en 2002: “No tengo la intención de dar consejos al presidente electo de Brasil, pero sostengo que la pasión de Lula por distribuir la riqueza necesita estar acompañada por una pasión que posibilite la generación de esa riqueza”. Escucharon, aprendieron, se graduaron y hoy además de corruptos lucen su absoluta incapacidad de revisarse, sin mostrar la más mínima autocrítica. Si revisamos la lista de las promesas nos encontramos en Ecuador con un vicepresidente preso, en Nicaragua con el ex presidente salvadoreño asilado y con Lula encarcelado. Y todo porque no se puede ser de izquierda y gobernar como derechista y mucho menos con la derecha. Este hecho debe servir para que no queden dudas de quienes son los que acaban presos y también para salvar del olvido la sabiduría tan lejana, pero tan actual de Radomiro Tomic: “Cuando se gana con la derecha, es la derecha la que gana”.
Pero hagamos honor al título de este artículo. Es evidente que la crisis brasileña es mucho peor de lo que parece, y eso no transforma en inocente a Lula, lo hace mucho más responsable, especialmente de la impunidad absoluta que termina siempre pasando la cuenta. ¿Quién instaló a Temer en la posición desde la que pudo hacer lo que hizo? Nada más y nada menos que el partido de Lula y una buena cantidad de los miles de millones de dólares de Petrobras se utilizaron para pagar sobornos a los legisladores del partido de Temer, que eran los aliados del Partido de los Trabajadores que gobernó Brasil durante trece años. Dicho de otro modo, el irrespeto a la democracia y a las instituciones es resultado, también, de lo que no hizo o de lo que hizo mal el PT.
Carmen Lúcia Antunes, la presidenta del Supremo Tribunal Federal (STF) que negó el habeas corpus a Lula fue nombrada por… Lula y el juez Luis Roberto Barroso, otro de los votos en contra, fue nombrado por… Dilma Roussef. Sobre ese nombramiento de Barroso escribí un artículo en Acento en mayo de 2013 “El apocalipsis de Dilma” (https://acento.com.do/2013/opinion/209380-el-apocalipsis-de-dilma/) en el que destacaba las motivaciones para ese nombramiento y las características del Juez. Entonces subrayaba lo lejanas que resultaban esas motivaciones de la presidenta brasileña con lo que había dicho por esos días el hoy retirado arzobispo de Santo Domingo: “A Barroso precisamente. Un académico, experto constitucionalista, conocido por defender posiciones muy contrarias a quienes han intentado una defensa corporativa del Partido de los Trabajadores en el escándalo conocido como el “mensalão”, que puso al descubierto una inmensa red de corrupción del Partido de Lula y de Dilma Rousseff y que involucró a legisladores, altos funcionarios gubernamentales y dirigentes partidarios.” Esos antecedentes hacen poco creíble la teoría de la conspiración.
Este juez ha sido definido como “de izquierda” (hoy queda mejor decir “un liberal”) y antes de escribir el artículo anotado pude mirar en su blog sus gustos y posiciones sobre temas como el matrimonio igualitario, la interrupción del embarazo y la fertilización “in vitro”, etc. que no permiten relacionarlo ni con Bolsonaro, ni con Temer, ni con el jefe del ejército. Lo que se debe tener muy presente en cualquier análisis es que hacer un buen gobierno (respecto de la pobreza) no hace inimputable a nadie y -como muy bien dijo el propio juez Barroso- los jueces no estaban ahí para evaluar políticas públicas, estaban ahí para fijar jurisprudencia.
Quedan de todas maneras pendientes los reclamos por la ausencia de pruebas o por el “debido proceso”, todo en un contexto que no puede significar violación de derechos ni desconocimiento del tipo de delitos que se están juzgando. Esto es importante tenerlo presente pues cuando se someten los delitos cometidos por políticos, las motivaciones están siempre determinadas por razones políticas y la presunción de inocencia se transforma en una barrera difícil de saltar. Además, cuando se trata de corrupción la búsqueda de pruebas en el sentido que se reclama consiste en encontrar el punto donde los acusados se descuidaron. La mejor prueba de ello es que los casos de corrupción que se han logrado sancionar han sido por confesión o por existencia de videos. Esto no debe poner en duda los derechos del acusado, pero obliga a tener una confianza absoluta en los jueces y en las instituciones para que los delincuentes hábiles también puedan ser sancionados. Me suena a los bajaderos que se han buscado a los encartados locales del caso Odebrecht, entre los que hay un solo confeso.
Llegados a la media isla, en el análisis es imposible obviar la participación de Lula en la política dominicana. En el año 2013 no llegó aquí motivado por el “internacionalismo proletario” ni emulando el desembarco del 14 de junio de 1959: llegó en un jet privado de Odebrecht y su discurso en el Hotel Embajador no fue un llamado a la épica izquierdista: “Cuatro años es muy poco señor presidente”. Ahí mismito le soltaron los perros a la institucionalidad dominicana, los instintos a Joao Santana, la erudición a los expertos constitucionalistas y se propició el caso de soborno para conseguir la reforma constitucional de 2015, documentado en una querella puesta en la Procuraduría por más de diez legisladores en la que solicitaron investigar esas denuncias. Viendo esto no me sorprendería si el próximo paso de los referentes de izquierda, incluidos a los que el estómago se les cambió de lado, fuera solicitar que la Planta de Punta Catalina lleve el nombre de Lula, por su notable esfuerzo por conseguir que se construya y que la construya Odebrecht.
Y sí, sigo creyendo que hay más de una izquierda, una que va en decadencia (la de Lula) y otra que con todo no tiene más que el desafío más noble al que deben responder los seres humanos, la búsqueda de la justicia y de la paz. Esa buena gente que insiste en construir caminos, es la misma que está impelida a responder a Benedetti cuando ya hace años le increpaba:
"Después de todo ¿qué pasó con la confianza?
¿les echaremos por fin toda la culpa a los milicos?
(bastante tienen con la que ya tienen)
¿o tal vez los milicos descubrieron dónde estaba
nuestro mezquino taloncito de insolidario Aquiles?"