El jacho se apagó y la antorcha se atascó. Así podría resumirse el estado político de los dos principales partidos del país. Predomina la obsesión con el poder.
El jacho perredeísta alentó las luchas democráticas antibalagueristas, se forjó como la esperanza nacional, el partido del pueblo y la libertad. Pero en sus períodos de gobierno la llama flameante se apagó. Ese partido ya no ilumina. No hay ideas ni programas, ni esperanzas ni organización, tampoco unidad política. El PRD es un verdadero caos, una compra y venta, una masa electoral sin cauce. Se imponen la ineficiencia y la ineficacia.
En el fracaso político del PRD radica en gran medida la explicación de las deficiencias del proceso democrático dominicano. Su liderazgo nunca pudo llevar a concreción la mejoría social de las masas populares que dijo representar, ni tampoco la institucionalización racional del Estado. Siempre se impuso la lucha rapaz de personajes políticos que han buscado utilizar la masa votante perredeísta para llegar al poder.
En el año 2010, Leonel Fernández promovió una reforma constitucional para eliminar el nunca jamás después de dos repostulaciones consecutivas y así poder presentarse nuevamente en el futuro. En esos afanes anda
El PLD, en vez de encarnar los ideales de ética y transformación social de su fundador, se adhirió al modelo conservador. Heredó la estructura gubernamental, la élite y la masa electoral balaguerista. Así se hizo partido gobernante y partido mayoritario. Como todo proyecto conservador dominicano, se debate en cómo ser caudillista en un contexto político no dictatorial. De ahí la metáfora de la antorcha.
En un partido democrático inspirado en forjar la democratización de una sociedad, existen mecanismos para contener las aspiraciones personalistas de los políticos. Por eso hay limitación de períodos, o simplemente, cuando se agota un tiempo en el gobierno, los presidentes abandonan el ejercicio de la política presidencial. No así en República Dominicana.
Todas las modificaciones constitucionales de los últimos 50 años han estado enfocadas en cambiar el sistema de reelección. Tomemos como referentes las últimas dos modificaciones que se produjeron en 2002 y 2010.
En el año 2002, Hipólito Mejía promovió una reforma constitucional para permitir la repostulación inmediata por un período y presentarse nuevamente en las elecciones de 2004. Fracasó en el intento.
En el año 2010, Leonel Fernández promovió una reforma constitucional para eliminar el nunca jamás después de dos repostulaciones consecutivas y así poder presentarse nuevamente en el futuro. En esos afanes anda.
Ningún sistema de reelección es perfecto, pero modificar la constitución con frecuencia para acomodar el deseo de los presidentes de turno es una aberración constitucional, y demuestra un apego espurio a la institucionalidad democrática.
En el PRD, con posibilidades limitadas de ganar las elecciones de 2016 por su profunda división, la repostulación sigue siendo un tema central; y en el PLD aún más, donde se debate si la antorcha pertenece a Leonel Fernández para volver, a Danilo Medina para seguir, o a algún otro pre-candidato para hacerla rodar.
A su vez, acostumbrado a la manipulación constitucional por los políticos, el pueblo dominicano tampoco se adhiere a un concepto definido de la reelección. Si le gusta un presidente se expresan las tendencias reeleccionistas, si no le gusta, se afianzan las tendencias anti-reeleccionistas.
Repito, ningún sistema de reelección es perfecto: ni la reelección indefinida, ni la reelección no consecutiva, ni la prohibición total de la reelección. Todos tienen méritos y defectos. Pero una vez se escoge un sistema y se establece en la constitución, debe prevalecer en el tiempo para construir institucionalidad política. Es decir, el sistema de reelección no puede expresar el capricho del momento de un presidente o de un partido, y ni siquiera de la ciudadanía. Si no, la política es un relajo.
Artículo publicado en el periódico HOY