En su informe Panorama Social de América Latina 2019, la CEPAL resalta los avances que hubo en América Latina y el Caribe al lograr que en nuestros países “66 millones de personas salieran de la pobreza, con una reducción significativa de ese indicador del 45,4% en 2002 al 27,8% en 2014, disminuyendo también la tasa de pobreza extrema del 12,2% al 7,8% en ese mismo período”.

Esta disminución de la pobreza coincide con la emergencia de gobiernos dirigidos por las izquierdas latinoamericanas en sus diferentes enfoques y perspectivas. La ocurrencia de experiencias políticas progresistas en países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Paraguay, Uruguay y Venezuela dan un giro hacia la izquierda a los modelos de gobiernos en el continente.

En el año 2008, once de los dieciocho países latinoamericanos eran gobernados por presidentes de centro-izquierda o izquierda (Stokes, 2009). El escenario era muy diverso y heterogéneo. Pero había un elemento común: la pobreza había disminuido en el continente y una mejor redistribución de las riquezas.

Estos logros sociales de las izquierdas coinciden con un período de expansión de las economías en América Latina. El punto de diferenciación con los gobiernos conservadores de la derecha fue que, aprovechando el crecimiento económico, se aplicaron políticas de inclusión social amparadas en modelos redistributivos a través de programas que mejoraron el acceso al empleo, al consumo y los servicios sociales.

Empero, destaca la CEPAL, a partir de 2015 la tendencia cambió y empezó a aumentar la pobreza hasta llegar en 2018 al 30,1%; es decir, 185 millones de personas se encontraban bajo la línea de pobreza ese año, de las cuales 66 millones estaban en situación de pobreza extrema (el 10,7% del total). Es decir, que la mayoría volvió al lugar donde estaba en la pirámide social.

Esta tendencia de un nuevo aumento de la pobreza coincide con el resurgimiento de gobiernos conservadores. Es innegable que los gobiernos progresistas implementaron estrategias dirigidas a disminuir la pobreza y lograron resultados tangibles. Nadie puede negar estas estadísticas. En cambio, las políticas de las derechas han estado dirigidas a generar más pobreza.

La discusión está en cuáles factores han incidido para que las izquierdas no hayan sido capaces de mantenerse gobernando a pesar de logros tan concretos como lo es sacar a más de 66 millones de personas de la pobreza.  Nos centraremos sólo en algunos elementos, sin que ellos impliquen la exclusión de otros componentes.

Vista en su propia heterogeneidad, un elemento común es que los gobiernos de las izquierdas “optaron por la igualdad y la transformación del mundo en la perspectiva de volverlo más igualitario, mientras que las derechas lo harían por la libertad sobre la base de que las desigualdades sociales son intrínsecas y necesarias al ordenamiento social” (journals.openedition.org. Giro a la izquierda en América Latina del Siglo XXI).  En este dilema, las izquierdas en su mayoría asumieron la democracia representativa de factura liberal como la base sobre la cual desplegar sus estrategias de combate a la pobreza e igualdad.

En esa dinámica política, se desplegaron modelos de gobiernos izquierdas más abiertos y reformistas del sistema neoliberal y otros más cerrados y con tendencias populistas y nacionalistas. A pesar de las alianzas nacionales e internacionales, los líderes de estas tendencias ideológicas desarrollaron sus propias perspectivas sin lograr articular un modelo común y creativo que fuera referente, en el cual se combinara lo particular del contexto socio-económico y cultural de cada país y a la vez con elementos sistémicos y estructurales determinantes de un modelo de gobierno más igualitario.

Esta diferenciación ideológica y las luchas grupofágicas (comerse unos a los otros) por el control político siempre han sido las fuentes primarias o causa raíz para que las izquierdas terminen fragmentándose o dividiéndose. Todo reino dividido contra sí mismo será arruinado, dicen los evangelios. Por tanto, el primer elemento definitorio de las derrotas de las izquierdas en el continente, a pesar de disminuir pobreza, es la división.

Otro aspecto ha sido que la mayoría de estos gobiernos de izquierdas se han sustentado en liderazgos carismáticos, constituyéndose en una amenaza de continuidad para cualquier gobierno, independientemente de su matriz ideológica. Los liderazgos carismáticos tienen las características que no hay nada que pueda crecer si no es cubierto por su sombra. La ausencia o presencia del líder carismático arrastra consigo a todo el colectivo político. Eso es construir sobre arenas.

En ese contexto, las élites del continente descubrieron que para derrotar a las izquierdas tenían que erosionar o debilitar estos liderazgos y eligieron construir una narrativa basada en la corrupción y en algunos casos apelar a la libertad de la misma democracia liberal asumida por las izquierdas. El recambio de liderazgo sin la sombra de los líderes carismáticos, junto a la división, han sido dos fenómenos que han aturdidos a las izquierdas.

La narrativa de la corrupción de los gobiernos de izquierdas no puede tratarse con la ligereza de que es parte de un plan conspirativo de la derecha y los Estados Unidos. Muchos líderes latinoamericanos de izquierda se enrolaron o quedaron entrampados en la cultura endémica de la corrupción y la visión patrimonialista del Estado, sin entender que había irrumpido una nueva clase media bien informada a través de las redes sociales que se volvió intolerante frente a los gobiernos corruptos.

Lo que los gobiernos de izquierdas experimentaron fue un tipo de corrupción en cascada que se expandió desde las más altas cúpulas políticas hasta los más remotos focos familiares en su naturaleza nuclear y extensiva del campo y la ciudad. No había vuelta atrás, las izquierdas habían caído en la misma dinámica de la cultura de corrupción que venían criticando.

Por otro lado, las izquierdas no entendieron que para lograr que la equidad sea sostenible es indispensable construir modelos económicos sostenibles. Pero en especial para enfrentar los efectos sociales de las crisis que cíclicamente se generan en las economías mundiales, era necesario garantizar pisos presupuestarios que dieran continuidad a los programas de inversión social y mejora de la calidad de vida de la gente.

Finalmente, los gobiernos de izquierdas en América Latina han cometido un error costoso. Este error ha sido colocarse de espaldas a la sociedad y de los movimientos sociales que les han servido de base o sustento histórico para crecer y llegar al poder. El alejamiento desde del poder de la sociedad y sus movimientos, creyendo que con el mejoramiento de la calidad de vida de la población y el poder en sí mismo se garantizaba una base social sólida, es una visión ingenua y fallida.

Es necesario construir una nueva manera de pensar en la gente, un nuevo sentido de ciudadanía, de identidad ideológica y sentido de participación. Los gobiernos separados de la sociedad sucumben. Por consiguiente, los regímenes de izquierdas no pueden apostar sólo a una ciudadanía con más capacidad de consumo y acceso al mercado. La apuesta implica, además, un giro hacia un tipo de ciudadanía más solidaria, comunitaria y participativa.

En este momento están irrumpiendo nueva vez gobiernos de izquierdas (Argentina, Bolivia, Ecuador). Sin embargo, si no aprenden la lección en poco tiempo veremos de nuevo repetirse el círculo vicioso semejante al eterno retorno de la mitología y filosofía griega.