A principio de año, mientras conversaba con una prima le pregunté cómo le iba en su nueva escuela. Le pedí que me hablara de sus nuevos amiguitos y con toda la inocencia del mundo llegamos al tema de los sobrenombres que se decían entre ellos. Según me contó, los infantes se comparan con objetos, según la complexión física y las actitudes de cada quién: se dicen: *palillo*, *nevera*, *dientes de paleta* etc… pero hubo un apodo de entre todos que al oírlo me llamó poderosamente la atención: ‘*haitiana*‘.
”¿Cómo haitiana?, pero ser haitiano no tiene nada de malo. Un haitiano es lo mismo que un dominicano, un mexicano, un puertoriqueño etc…”- le dije. Y ella sólo atinó a reírse, lo que me da a entender que en su candidez tampoco le encuentra el sentido a ese pseudoinsulto.
Lo que esa niña no sabe a sus once años es que no se trata sólo de un apodo ridículo a una amiguita; la corregí porque me sentí en el deber, pero en el mundo real sí importa el color de piel.
¿Qué le pasa por la cabeza a un niño que insulta a otro diciéndole ‘ *haitiano*‘?, ¿cuál es el sinónimo de ser haitiano?: ¿violento?, ¿bruto?, ¿pobre?, ¿sucio?, ¿delincuente?, ¿feo?, ¿negro?. No sé y me preocupa.
No es la primera vez que escucho algo similar, de niño también tuve amiguitos que crecieron pensando que llamando a otro ‘*haitiano*‘ lo insultaban. Como si nacer de aquel lado de la isla era una especie de afrenta o maldición, como si el exceso de melanina de la piel determinara si somos mejor o peor persona.
No se trata de echar abajo mi país, a quien reiteradas veces se han referido como un país de racistas, pero no podemos ocultar que para algunos *patrioteros* la esencia de ser dominicano, por honor a los patricios, es sinónimo de ser antihaitiano. Sin embargo, aunque mi propio ejemplo es la evidencia de que el racismo no es generalizado, se hace necesario criticar el pensamiento dominante.
Los prejuicios son reales y evidentes en nuestro lenguaje. Hasta en las expresiones criollas hay un *inocente* rechazo a todo lo que apunte a África y a lo negro: ”*En mi casa negro yo*”, ”*cásate con un blanco para que refines la raza*”, ”*fulana tiene el cabello malo*”, ”*peínate esa greña*”. El prejuicio existe incluso cuando la negritud está en uno mismo.
Por suerte, la discriminación es uno de esos errores que se cometen por falta de conocimiento, por no pensar mucho y/o por no tener acceso a los libros. Se cura leyendo viajando y conociendo. Nadie puede decirse inteligente con un pensamiento prejuicioso. Es tarea de los que piensan, enseñar a los niños que la tez no suma ni resta, ni nos hace buenos o malos, que somos más que el color o que el lugar dónde nacimos.
Es necesario que conversemos el tema del color en nuestras casas y escuelas. Queramos o no los prejuicios se heredan. Son una concepción patológicamente aprendida y socialmente reforzada. Nadie nace racista. Aprendemos a serlo.