En los cargos que desempeñó Santo Tomás Moro, según la historia oficial, parecería haberse ocupado desinteresadamente del bien común y sólo del bien común. Pero quizás Moro estuvo en un tiempo más cerca del político trepador que del idealista. Llamó la atención de Enrique VIII cuando le escribió un poema, un poema para la coronación del monarca, y desde entonces todo fue viento en popa durante 16 años:
“Enrique VIII, atraído por su valía intelectual, le promovió a cargos de importancia creciente: embajador en los Países Bajos (1515), miembro del Consejo Privado (1517), portavoz de la Cámara de los Comunes (1523) y canciller desde 1529 (fue el primer laico que ocupó este puesto político en Inglaterra). Ayudó al rey a conservar la unidad de la Iglesia de Inglaterra, rechazando las doctrinas de Lutero; e intentó, mientras pudo, mantener la paz exterior”.
El mantenimiento de la paz y la unidad de la iglesia incluía la quema de libros luteranos, la lucha contra la herejía luterana, el espionaje, persecución y arresto de protestantes reales o presuntos y otras cosas peores. Santo Tomás Moro tenía la mano pesada, muy pesada.
Tanto en vida como después de su muerte fue blanco de horribles acusaciones. En el monumental “Libro de los mártires” (1563) de John Foxe (2,300 páginas) se le culpa de ejercer personalmente la tortura en los interrogatorios que se practicaban a los herejes, lo cual no debería ser sorprendente. Sorprendente es que al parecer lo hacía hasta en su propia casa. Alguna vez admitiría que ciertamente encarceló a los infames disociadores en su dulce morada, aunque sólo para protegerlos y no para maltratarlos. Y no parece haber ocultado su convicción de que los protestantes merecían ser exterminados. “En total fueron seis personas quemadas en la hoguera por herejía durante su período como canciller.”
En realidad, hay quien le atribuye una posición menos radical a Moro en el desempeño de sus cargos, “una posición moderada y hasta relativamente tolerante”. Hay quien afirma que traicionó su vocación humanista y hay quien lo absuelve de todo pecado.
Terrible es desde el título (“El inquisidor decapitado”), el argumento de la novela de César Vidal contra Moro, y más aún la reseña de un autor que no he podido identificar, el mismo que nos habla de “La cara oscura de Tomás Moro”:
“Esta obra del escritor español César Vidal es en extremo reveladora, es una novela histórica que aborda los últimos años de Sir Thomas More, o Tomás Moro, como se le conoce en castellano, un personaje que ha sido canonizado por la Iglesia Católica como un mártir y que en la devoción popular ha pasado a ser el ‘santo de los políticos’. Aunque Moro también es famoso en los medios académicos por haber escrito una singular obra llamada: ‘Utopía', en la cual proyecta una ciudad ideal.
“Tomás Moro (1478-1535) fue un canciller inglés y un devoto católico, bajo las órdenes del rey Enrique VIII. Fue contemporáneo de Erasmo de Rótterdam y Martín Lutero, siendo amigo del primero y enemigo acérrimo del segundo. En las biografías tradicionales se presenta a Moro como un defensor de la libertad de cultos y de palabra. Pero en esta novela César Vidal derrumba esa imagen al presentarnos un rostro desconocido de este personaje: el de un inquisidor implacable y cruel que persiguió a cuantas personas disentían de la Iglesia de Inglaterra, pues se sentía un adalid con la misión de exterminar la herejía del reino y preservar la fe católica.
“Moro mandó a la hoguera, a la horca o a la decapitación a los sospechosos de compartir las doctrinas protestantes que se estaban extendiendo en el continente. Por sus calabozos pasaron clérigos, mercaderes, curtidores y hasta profesores de la universidad, a ninguno perdonó. Ordenó que se les aplicaran las más severas e inhumanas torturas, tales como que se les cortara el pene y se les introdujera en la boca, luego que se les abriera el vientre para sacarles los intestinos y cocerlos en un caldero para que percibieran su olor, para finalmente cortarles la cabeza.
“En la novela se mencionan algunos personajes históricos, no ficticios, que sufrieron la tortura o la muerte por órdenes de Moro: Thomas Hitton, John Petyt, Thomas Bilney, George Constantine, Richard Bayfield, John Tewkesberry, Thomas Dusgate, James Bainham y John Frith.
“Dicho de otra manera, Tomás Moro fue el gran inquisidor de Inglaterra durante los años en que fungió como canciller al servicio de Enrique VIII. Para justificar su posición, Moro escribió varios opúsculos: en ‘Diálogo referente a las herejías’, señaló que los herejes deben ser castigados por muerte en el fuego; en ‘Súplica por las almas’, amenazó con el purgatorio a todos aquellos que se opusieran a la Iglesia Romana; y en ‘La apología del caballero Sir Tomás Moro’, atacó la libertad de conciencia, con lo cual cae por tierra la reputación de ‘defensor del libre pensamiento’ que se le adjudica.
“Pero tal como le sucediera a Amán, un siniestro personaje del Antiguo Testamento que quería exterminar a los judíos de Persia, las cosas se voltearon contra Tomás Moro, la horca que él había preparado para seguir colgando ‘herejes’ se alzó para ejecutarlo a él. Su historia tomó este infausto giro cuando, siendo aún canciller, se opuso al divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragón. En un principio Moro había apoyado al rey, aun sabiendo que éste quería casarse con Ana Bolena para engendrar el hijo varón que la reina no le había dado. Pero después Moro cambió su actitud hacia el monarca, al parecer movido por tres causas: la primera es que Enrique VIII estaba decidido a romper nexos con el Vaticano porque el Papa se oponía a la anulación de su matrimonio; la segunda, que Moro fue despojado de su autoridad para seguir linchando herejes; y la tercera que comenzó a prestar oídos a Elizabeth Barton, una monja visionaria que le profetizó al rey que sería castigado por Dios si se oponía al Papa.
“En fin, una historia que es de sobra conocida, el caso es que Moro fue acusado de alta traición al rey de Inglaterra y fue confinado a la torre de Londres, de donde fue llevado directamente al patíbulo. Estaba condenado a sufrir las mismas torturas que él les había infligido a los disidentes que había procesado, pero por el aprecio que el rey aún le tenía, éste ordenó que la sentencia se le conmutara por la decapitación. Terminando así los días de un hombre que tuvo algunas ideas ilustres, pero que perdió la cabeza mucho antes de que la quitaran.”
Tan ásperas y brutales opiniones no dejan de sembrar duda en cuanto a la veracidad de la fuente. Duda razonable, sin duda, muy razonable.
Para compensar a los incrédulos, entre los cuales me cuento parcialmente, copio la opinión de Peter Berglar, un historiador alemán que escribió un libro apologético sobre nuestro vilipendiado personaje: “La hora de Tomás Moro. Solo frente al poder”.
Berglar afirma, según los entendidos, “que durante los años de influencia ascendente de Tomás Moro en el poder no se pronunció ni una sentencia de muerte por herejía en la diócesis de Londres. En cambio, fue durante la caída en desgracia de Tomás Moro previa a su renuncia como Lord Canciller cuando recomenzaron las ejecuciones de herejes…
“Sólo cuando el clero inglés se hubo sometido al rey en febrero de 1531, y lo aceptó como cabeza de la Iglesia, las hogueras volvieron a arder…
“De las tres quemas (conjuntas) de herejes en los últimos seis meses de la cancillería de Moro fue responsable el nuevo obispo de Londres, el sucesor de (Cuthbert) Tunstall, Stokesley. En resumen: No se le puede culpar a Sir Thomas de persecuciones físicas de herejes. Sus manos no están manchadas de sangre.”
No todo será verdad, pero no todo será mentira. He aquí de cualquier manera evidenciada la terrible dualidad del ser humano, su increíble capacidad de desdoblamiento. De fingir lo que no es.