Ellos siempre son demasiados. «Ellos» son los tipos de los que debería haber menos o, mejor aún, absolutamente ninguno. Y nosotros nunca somos suficientes. «Nosotros» somos la gente que tendría que abundar más.—Zygmunt Bauman

Hoy es difícil disputar el balance positivo de la invasión de inmigrantes exóticos a partir de las últimas décadas del siglo XIX, muchos de ellos habiendo cruzado la frontera tras ser “expulsados” de Haití. Otros iban camino a Cuba, Centro o Sur América, y quedaron aquí al pasar por Puerto Plata en ruta a su destino original.

No fue una inmigración fomentada ni planificada- como otras en nuestra historia republicana- ni depurada por las autoridades. Era gente rústica y atrevida, en su mayoría jóvenes solteros (muchos eran menores de edad), desesperada  por las condiciones económicas y políticas en sus lejanas tierras natales, huyendo en busca de mejores oportunidades. Con escasa escolaridad y sin otro haber a su nombre que no fuera su gran disposición a trabajar en paz y libertad, los pioneros llegaron a nuestro país por pura casualidad en la década del 1880. Luego otros vinieron por vínculos de familia o amistad con los pioneros que descubrieron un campo fértil para su iniciativa y laboriosidad. El sociólogo Harry Hoetink apunta que el perspicaz presidente Heureaux extendió su brazo de apoyo a esta inmigración espontánea, quizás intuyendo el valor intrínseco de esos mozalbetes a pesar de las circunstancias.

Rechazados inicialmente por los criollos (al menos por la clase gobernante y urbana) como gente inculta, sucia y de costumbres extrañas (como la gran mayoría de inmigrantes en todas las regiones y épocas), hoy sus descendientes integran la crema y nata de la sociedad dominicana. La primera generación cogió mucho sol y polvo en bateyes y asentamientos, buhoneros desplazándose con mercancía barata a cuestas para vender a gente igualmente pobre. Algunos más afortunados pudieron establecerse con pequeños puestos de quincallería y textiles en las inmediaciones de los mercados públicos. Sin embargo, en base a trabajo y sacrificio, al cabo de pocos años acumulaban suficiente capital propio y crédito comercial, dejando de ser buhoneros y quincalleros para incursionar entonces en el comercio al por mayor, la producción agrícola y la incipiente manufactura  liviana, mientras nuevas olas de sus paisanos continuaban el comercio ambulante. Para ellos esta tierra no fue un trampolín para llegar a El Dorado, ni para retornar a su origen con fortuna. En cambio, hicieron de este terruño su auténtica patria. Muchos de sus descendientes de la segunda y posteriores generaciones se hicieron profesionales liberales, grandes comerciantes y empresarios, dirigentes políticos, académicos, militares, sacerdotes, integrándose así por completo en la sociedad criolla.

En aquella época le llamaban con desprecio a ese conglomerado de inmigrantes recién llegados “los turquitos”. Provenían sobre todo de las zonas rurales del Líbano, Palestina y Siria, tierras entonces ocupadas por el imperio otomano o “turco”. Cuando llegaron a América todos portaban pasaporte turco, pero no eran ni turcos ni musulmanes. Profesaban el catolicismo maronita, y adoptaron en breve los ritos católicos romanos como suyos, en lugar de trasplantar su liturgia y costumbres religiosas a nuestro país. Hoy hablamos de los árabes, aunque solo porque tenían ese idioma en común.

No obstante, según documenta Orlando Inoa en su ensayo, “La herencia árabe”, su éxito en el comercio provocó una fuerte campaña de descrédito, orquestada por los sectores que se sentían afectados esa invasión de extranjeros , llegando un autor de San Pedro de Macorís a compararlos desfavorablemente con los menospreciados cocolos. Estos inmigrantes eran rechazados por la élite criolla por “comer cebolla y carnes crudas” y ser “rudos e incultos”, aunque en realidad su principal ofensa era trabajar sin descanso y vender su mercancía más barata, a domicilio, y a crédito, amenazando con su novedosa forma de mercadeo los intereses del aletargado comercio criollo. Penetraron a todos los confines del territorio, incluyendo la frontera con Haití, donde rápidamente dominaron el comercio. Por diversas razones (entre ellas el rechazo social), muchos de los pioneros retornaron oportunamente a sus primeras patrias a casarse con paisanas, pero ya en la segunda generación predominó el casamiento con cónyuges criollos. Desde la primera generación adoptaron el idioma (con su peculiar pronunciación) y la religión de su país adoptivo, bautizando a su prole en la Iglesia católica y hablando solo español en el hogar.

Medio siglo después, el régimen de Trujillo, en coordinación con filántropos estadounidenses, planificó una inmigración masiva de europeos buscando refugio de la persecución hitleriana. Hay que resaltar que no vinieron ni cerca de los 100,000 judíos que se habló en el inicio, y que de los cerca de mil que llegaron a asentarse en Sosua, la gran mayoría tan pronto pudo siguió ruta a Norteamérica, quedando solamente un puñado de familias radicadas en nuestro país. No había motivo ni excusa para su rechazo por los criollos, pues esos inmigrantes eran- en su mayoría- sofisticados políglotas urbanos, muchos de ellos habitantes de ciudades como Viena, Hamburgo y Berlín, y con exitosas carreras profesionales interrumpidas por el Holocausto. Con notables excepciones, ellos nunca se adaptaron a las condiciones de una existencia rústica en Sosua. Tampoco encontraron oportunidades en el resto del país para sus talentos, y aunque muy agradecidos por el refugio y la buena acogida ofrecidos por los dominicanos, continuaron sus interrumpidas carreras en la metrópoli en cuanto pudieron. La República Dominicana fue para muchos de ellos un purgatorio antes de acceder a la tierra prometida.

En cambio, para los “turquitos” nuestro país era- mismo en tiempos de Lilís y Concho Primo- un paraíso. Sin recursos ni sofisticación, a primera vista no tenían nada que aportar a la sociedad dominicana. A pesar del rechazo inicial de los sectores de poder criollos, terminaron conquistando- con su duro trabajo y sacrificio- un sitial de importancia en el crisol del carácter nacional. En palabras de Orlando Inoa: “A manera de conclusión, se puede decir que la historia moderna de la República Dominicana tiene una gran deuda con este grupo inmigrante, que a pesar de llegar al país de manera tan accidentada, hoy día forma parte integral de ese ente social llamado República Dominicana.” Por suerte ellos se impusieron a los obstáculos que nuestros antepasados crearon para disuadirles de quedarse entre nosotros, y se adaptaron a la perfección a nuestro  trópico insular. Ya no son «Ellos» y «Nosotros», pues estamos todos entremezclados. Hoy siempre que celebramos algún acontecimiento importante, brindamos empanaditas de catibía, pastelitos y quipes (“kibbehs”). En retrospectiva, fueron inmigrantes de valor inestimable, perfectos para nuestro medio, aunque en el momento ellos no poseían “méritos” para nosotros celebrar su llegada a estas tierras.

En todo el mundo existe un acalorado debate sobre la inmigración. A pesar de que mucho es barullo alegando que los inmigrantes son un gran problema de seguridad o de transferencia de pobreza-  propaganda  utilizada principalmente por demagogos para enardecer a las masas votantes-  la realidad es que los de adentro siempre hemos tenido temor a la llegada a nuestras puertas de hordas de extraños.  El miedo se exacerba y convierte en virtual pánico, cuando «Ellos» son muy diferentes a la imagen (ilusión) que los criollos nos hacemos de «Nosotros» mismos. Aunque pobres labriegos, los canarios nunca fueron extraños llamando a nuestra puerta,  porque nos identificamos con la hispanidad; pero los turcos, los chinos, los cocolos, y los haitianos, fueron o son «Ellos», amenazándonos sobre todo cuando vienen muchos a la vez con sus maneras exóticas. Mientras “más diferentes” a nosotros son ellos, mayor la amenaza que percibimos.

Cuando en EE.UU. se habla de restringir la inmigración en base al mérito, en última instancia la intención es cerrar la puerta a los extraños, promoviendo la entrada de más de «Nosotros». Así lo entiende el legislador republicano, Jeff Flake. En un artículo de opinión el senador relata su experiencia personal con uno de esos inmigrantes tildados de “sin méritos para contribuir a la grandeza de su país de adopción”, aunque como él dice,  el 99% de los inmigrantes no ha tenido más habilidades que las de su héroe desde la infancia, Manuel:

En términos de posesiones materiales, Manuel era un hombre invisible. Su capacidad para el trabajo duro y pesado fue su único título en la vida. Ningún burócrata en Washington lo habría considerado como un inmigrante de “gran valor”. No hablaba mucho inglés. No venía de una familia adinerada. No había terminado la preparatoria. No había realizado ninguna innovación tecnológica ni había fundado una empresa.

En otras palabras, Manuel está entre el 99 por ciento de los inmigrantes que han llegado a este país desde sus inicios, entre ellos, muchos de nuestros antepasados, los “desamparados y rechazados” que se instalaron aquí tan pronto como pudieron y convirtieron este país en lo que es hoy en día.

Todo lo que Manuel tenía como carta de recomendación era su fuerza y la creencia de que Estados Unidos era un lugar donde, con el sudor de tu frente, podías forjarte una vida. Eso es todo. 

A nivel mundial debemos reflexionar sobre el sentido de cerrar la puerta con candado  a los extraños que nos tocan sin otro pasaporte que su inmenso deseo y capacidad para el trabajo duro y pesado, juzgando nosotros y llamándolos “bandidos” o “bad hombres” en base a nuestros temores naturales (mas no racionales), porque “no podemos soportar a quienes son distintos de nosotros, porque tienen la piel de un color distinto; porque hablan un idioma que no entendemos; porque comen ranas, perros, monos, cerdos o ajo; porque se tatúan…”.

Lecturas:

Extraños llamando a la puerta por Zygmunt Bauman (Barcelona, 2016)

http://ssociologos.com/2015/09/13/entrevista-zygmunt-bauman-terrores-que-nos-trae-la-ola-inmigratoria/

https://www.infolibre.es/noticias/los_diablos_azules/2017/01/27/extranos_llamando_puerta_zygmunt_bauman_60284_1821.html

“La herencia árabe” por Orlando Inoa en el libro Desde la Orilla: hacia una nacionalidad sin desalojos  compilado por Silvio Torres-Saillant, Ramona Hernandez, Blas R. Jimenez (Santo Domingo, 2004)

http://www.idg.org.do/capsulas/septiembre2005/septiembre200510.htm   “La geografía del apellido árabe”

https://www.academia.edu/1637858/Migraciones_%C3%A1rabes_a_la_Rep%C3%BAblica_Dominicana_Un_proyecto_de_historia_oral

http://www.mdc.ulpgc.es/cdm/ref/collection/tebeto/id/313  “Una discriminación organizada: las leyes de inmigración dominicanas y la cuestión haitiana”  Lauro Capdevila

https://www.nytimes.com/es/2017/08/22/inmigrantes-habilidades-jeff-flake-mexicanos/

http://www.businessinsider.com/immigration-is-inevitable-and-its-anything-but-destructive-2017-9