“Despierta, Luís Maurício. Te voy a enseñar el mundo, /

Si es que no prefieres verlo desde tu reino profundo.”

Carlos Drummond de Andrade

(31 de octubre – un aniversario más de su nacimiento)

1.

Leo una noticia antigua:

“Recuperados de la COVID-19: Historias de quien fue al infierno y volvió”

Pienso también en Dante y en la Divina Comedia. Una nueva traducción en portugués.

Celebrar Dante y con él pensar el infierno.

2.

Una de las más potentes interpretaciones que conozco del infierno, de Dante, pero no sólo: la de Peter Sloterdijk en Esferas, volumen III. Ahí se recuerda que la forma del infierno de Dante mantiene en “punto medio entre el orden más sereno y el horror más extremo”.

3.

Es curioso pensar en la obra de Sade en paralelo. También aquí todo tiene un orden, un número, una forma bien definida.

El infierno, sea el que sea, está en los detalles, racionales, nunca en el jaleo desordenado.

¿Qué es el infierno de Dante, entre muchas cosas? Esto: el Mal distribuido por categorías, como en un archivo.

Un archivo hecho de vivos pecadores sufriendo. A cada uno de los siete peccata –los P que un guardián va apuntando a lo largo del camino – un castigo.

4.

Pero quizá lo más terrible del infierno de Dante sea, como escribe Sloterdijk, “la falta abismal de equivalencia entre un delito finito y un castigo infinito”.

Hay, es cierto, tablas cuantitativas que hacen corresponder a un pecado su castigo exacto. Primero es necesario evaluar con exactitud el pecado para después, también con exactitud, aplicar su castigo. Sin embargo, pese a eso, hay el desequilibrio insanable entre un pecado que tuvo inicio y final, y un castigo que tiene inicio, pero no tiene final.

Como recuerda Sloterdijk, “no hay ninguna proporción entre lo finito y lo infinito”

Y es esta “infinitud maligna” que ha atormentado los siglos, los cielos y la tierra.

5.

Pensar en el infierno como esa repetición del castigo, pero repetición eterna. Y quizá el infierno sea infierno debido a esa mezcla: lo mismo y para siempre. El mismo castigo –dolor, violência –y, además, eterno.

Una mezcla de dos insoportables: el dolor excesivo y el aburrimiento sin escapatoria.

6.

Pienso ahora en una caída sin fondo. El susto primero del corazón del condenado, en pocas horas se convertiría en aburrimiento; un hombre que cae eternamente a cierta altura pierde susto y gana sueño; se duerme en el proceso de caída como un niño acunado.

7.

Sin suicidio ni eutanasia en el infierno, los humanos castigados allí se quedarían sufriendo eternamente un castigo.

Un doble castigo: duele y no se acaba.

El infierno: lugar sin salida y es en ese sin salida que es insoportable, no el dolor. Sin salida en el espacio –no hay puerta para salir, sólo para entrar –y en el tiempo –no hay día de huida o de final, solamente día inicial.

8.

Todo malvado, el más maligno de los seres que podamos imaginar, tiene en su muerte, al menos, el final súbito del ejercicio de su maldad. Ningún pecador peca eternamente. Incluso los pecadores son mortales.

Y, por eso, en la Tierra, infiernos y paraísos están limitados por dos claros puntos en su biografía: su nacimiento y su muerte. Y, por eso mismo, no son, verdaderamente, ni paraíso ni infierno.

Pero en el infierno de la pesadilla católica, el mal en movimiento es una rueda sin fricción.

9.

Alguien dijo, una vez: “prefiero el paraíso por el clima y el infierno por la compañía.”

10.

Llueve. Ha empezado el invierno.

¿Por aquí? Cada vez más esto: silencio, ganas de aislamiento, árboles y montaña.

11.

Vuelvo a los consejos de un abuelo a su pequeño nieto, el poema de Drummond de Andrade.

“Reconozco que amo en los vegetales la carga de silencio, Luís Maurício. Pero hay que intentar el diálogo, cuando la soledad es vicio.”

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Traducción de Leonor López de Carrión

Originalmente publicado no Jornal Expresso