La sociedad civil ha hecho conciencia nacional sobre la obligatoriedad que tiene el Estado de invertir el 4% para la educación, como única vía de salvar las próximas generaciones del oscurantismo, el atraso, el caos y la ingobernabilidad.
Es harto conocido que la inversión de recursos en educación pre-escolar, primaria, secundaria y superior es lo que ha generado prosperidad en los países de economías emergentes como son Japón, Brasil, Venezuela, India, Rusia, Chile, y la China, con mas de 6 por ciento de su Producto Interno Bruto (PBI) invertido en la educación.
Por eso resulta esperanzador lo que comenzó en Santo Domingo, en octubre del 2010, como el simple movimiento por el 4% para la educación, y que está creciendo a toda máquina. La dormida conciencia nacional está despertando a pasos gigantes, tanto en la isla como en el exterior.
El gobierno que surja del proceso electoral venidero, en mayo del 2012, no podrá ignorarlo más y tendrá que respetar los recursos consignados en el Presupuesto a la educación e invertirlos como manda la ley. Única garantía de progreso social y bienestar general permanente para más de 4 millones de dominicanos condenados a morir en la pobreza extrema.
Es que el régimen de inequidad social que impera en la República Dominicana, detrás de una aparente paz y tranquilidad social, ha llegado a extremos increíbles. Producto precisamente de la falta de inversión social en la educación para destinar esos fondos públicos en "obras visibles", claramente reeleccionistas, como el Metro de Santo Domingo.
Se han enterrado en el tugurio a familias que viven en la indigencia total, sin dinero para comer, en casuchas de yagua y cartón con pisos de tierra. Son aquellas personas que viven con menos de un dólar por día, clasificadas en la franja de la pobreza extrema.
Ahí nacen los delincuentes de la peor calaña: prostitutas, vendedores de drogas, ladrones, construidos y tallados por una sociedad que después los condena a 30 años de cárcel, sin buscar el verdadero culpable de esa tragedia.
"No preguntes qué puede hacer tu país por tí, sino que puedes hacer tú por tu país…" (John F. Kennedy)
Son los bandoleritos que matan a cualquiera para quitarle un celular o que cometen crímenes por encargo contratados por la mafia del crimen.
Jóvenes con menos de 30 años, analfabetos integrales que ni leen periódicos escuchan noticias, desempleados, en edad de casarse, sin dinero para comer, son el mejor caldo de cultivo para la prostitución, el alcoholismo, las drogas, la delincuencia, el narcotráfico, el bandolerismo y hasta el suicidio.
Vale decir que también allí se forjan ejemplos de trabajo digno y progreso profesional en contra de esa amarga realidad del medio ambiente que les rodea, siendo víctimas de los verdaderos culpables del crimen y la violencia social que no nace per se en los barrios más pobres sino que es responsabilidad fundamental de personajes de la alta sociedad, cerebros verdaderos del crimen organizado.
Mientras nosotros damos la espalda a esa realidad y queremos cerrar los ojos para no verla, una organización religiosa estadounidense, sin fines de lucro, acaba de producir un documental "Montaña de Basura en la República Dominicana", acerca de estas familias en Santiago, al norte del país, donde ellos pudieron recoger los testimonios de "niños y adultos que recogen basura bajo un olor pestilente" para poder vivir. (Ver video "Trask Montain" en Youtube.com).
Es la vida rutinaria de analfabetos, desertores escolares y desempleados, desesperados y hambrientos, que salen todos los días en Santiago, Santo Domingo y otras provincias a rastrear comida en la basura, sobras de alimentos.
Se calcula que el 15% de la población, alrededor de un millón 500 mil personas, vive en esa marginalidad absoluta, extrema. La pobreza en general alcanza al 40% de la población, unos cuatro millones en total.
"Usted puede sentir el peligro en el medio ambiente y las toxinas que invaden el aire", observó Connie Flemmings, Directora de Cuidados de Salud del Ministerio, quien contó como una niña, Cristie, deambula con sus padres y recoge basura en el vertedero, enferma, por haber nacido con el virus del VIH.
Al cumplir los once años ya sufre del Sida, está contaminada con la terrible enfermedad y su sistema inmunológico es tan débil que se siente a punto de caer y morir en cualquier momento. Esa situación hizo que los productores del documental se preocuparan por buscarle salud. El resultado fue contactar médicos, clínicas y hospitales, logrando internarla en una clínica de Santiago.
Con la ayuda del pastor Brett Durbin, director ejecutivo de la congregación, y del pastor Pablo, de Santiago, Cristie ha logrado sobrevivir, después de muchas oraciones y atención médica intensiva.
Este es apenas un caso, llevado al cine por esta institución sin fines de lucro. Pero como ese son muchos los que quizás tienen para comer un dia, con la Tarjeta Solidaridad del Gobierno (Welfare de Leonel Fernández que ya fracasó en Estados Unidos por el dispendio, la corrupcion y vagancia que provoca en la sociedad), pero los 29 días restantes del mes procuran encontrar botellas, mesas, sillas, ropas, radios y televisores y cualquier objeto botado en la basura que puedan venderlo y convertirlo en dinero para comprar medicinas o alimentos. Es por eso que pretender que haya gobernabilidad en estos barrios de infierno es pura quimera.
La dura batalla diaria por la vida vuelve a esos niños buitres en el arte de buscar comida, pedir en la calle y hasta robar para vencer el hambre y sobrevivir. Más de 300 mil niños dominicanos y haitianos deambulan todos los días por las calles en esas circunstancias.
La crisis de miles de familias excluidas del acceso a la educación, la salud y alimentación es increíble en Quisqueya, la segunda más grande de las Antillas Mayores, una nación rica en oro, níquel, ferroníquel, tierra, agua, sol y playas, con 48, 448 kilómetros cuadrados, con tierra fértil y pródiga en árboles frutales, hortalizas y víveres que muchas veces crecen silvestres, como el mango, la guayaba, auyama y los aguacates, que maduran y se pudren en el suelo por falta de un proceso agroindustrial en el campo.
Esa triste realidad duele en el alma, encoge el corazón, porque La Hispaniola, como puerta de entrada de los europeos al nuevo mundo, con todas sus primicias, primera catedral, primera universidad y primera cultura Iberoamericana, con sus 500 años de historia, cuna de la civilización del nuevo mundo, es una isla verdaderamente rica en recursos naturales, rodeada de océanos. Con más de 400 ríos, cientos de playas, lagos y lagunas, arena, sol y clima hospitalario, pero que vive hoy de espalda a sus riquezas acuíferas.
Despreciamos las riquezas naturales, que otros países soñarían con poseer, como son los pescados, sardinas, langostas y toda clase de mariscos que el Estado pudiera industrializar y comercializar en el Caribe y así dar respuesta a las necesidades de trabajo y alimento de la población más pobre. Los viejos sueños de la famosa "Flota Pesquera" y el "Granero del Caribe" –ofrecidos en campaña electoral en los programas de gobierno de todos los partidos politicos– como soluciones magistrales de Santo Domingo a los déficits alimenticios de toda la región del Caribe y el resto del mundo.
Los funcionarios y teóricos de la economía que defienden el status quo entienden que en el modelo económico actual todo marcha bien, a la perfección, y que el país ni su economía necesitan ninguna clase de cambio o remedio. Pretenden ignorar que es el modelo de la agonía y muerte de mucha gente humilde y trabajadora.
Desconocen esa dramática realidad social a propósito, porque les conviene. Para perpetuarse en el poder hundiendo a los más humildes, en franco contraste con las riquezas que ostentan y que les ha proveído el crecimiento sostenido de la Nación a una tasa del 7 por ciento anual que sólo ha servido para enriquecer más a una reducida clase social, élite política, civil, militar y empresarial del país.
Funcionarios como el Gobernador del Banco Central y algunos economistas nacionales odian hablar de este tema, porque retrata de cuerpo entero el fracaso total de su modelo económico actual –que no prioriza la educación– y que por tanto necesitarían convivir por dos semanas solamente con una de las familias más pobres del país que sobreviven con menos de un dólar por día.
Esos economistas, defensores ortodoxos del progreso nacional y la buena marcha del sistema, necesitan irse debajo del puente Juan Pablo Duarte y compartir con la gente de esos barrios la tragedia de una casa de yagua, piso de tierra, paredes de madera y hojalata, sin agua, sin luz. Dormir con ellos en el suelo, con el miedo a las picaduras de cucarachas, chinches y ratones.
Y comprobar que, contrario a la prosperidad y bonanza económica que ellos pregonan, allí se vive en otra galaxia muy distinta al "éxito de la macroeconomía", que ha excluido cuatro millones de ciudadanos, el 40% de la población, del lujo y la riqueza.
Alguien está usufructuando esas riquezas. Porque un millón 500 mil familias, el 15% de la población, está pasando hambre, en indigencia total. Algo invisible, claro está, para los ojos de quienes derrochan fortunas construidas a la sombra del Estado, con fondos públicos y dinero que convierten en dólares, depositan en bancos extranjeros e invierten en apartamentos y casas de lujo, yipetas y vehículos último modelo.
No así para los que viven en el rancherío, debajo del Puente Duarte, esperando cada día como el de su vida, esperando la hora de la muerte, con el techo cayéndole encima, su residencia en el infierno de la ingobernabilidad. Hay que invertir el 4% o más para la educación o la isla se hundirá.