Las primarias del domingo 6 de octubre cerraron un ciclo político y gracias a ello las elecciones del 2020 darán la oportunidad de escoger entre nuevas opciones que ensanchen la vía que conduzca al futuro. Los liderazgos prolongados y mesiánicos al envejecer pierden la noción de su tiempo y se resisten a aceptar el final de sus días.

Esa realidad quedó al descubierto con el triste final de dos aventuras electorales. Leonel Fernández, tres veces presidente de la República, optó por un cuarto mandato que nada agregaría a su carrera exponiéndose al gris y triste final que todos vimos en su denuncia de fraude electoral y su enorme descenso de popularidad. El espejismo de una victoria aplastante que le dieron las encuestas fabricadas terminará destruyéndolo si persiste en llevar al país al caos en reclamo de una victoria de antemano perdida. Si sus últimos rugidos del león que dice ser logran llevar su lucha al terreno de la confrontación callejera, como casi lo logra en el caso de la reforma, de su brillante carrera política apenas quedará un oscuro recuerdo.

Hipólito Mejía, carismático y afable ex presidente, no alcanzó a apreciar en su justa dimensión el surgimiento de un ascendente liderazgo en su partido y en vez de auparlo lo enfrentó internamente, si bien como buen demócrata supo reconocer a tiempo el triunfo de su rival.

La lección a extraer de las primarias es que el tiempo impone sus reglas aun al más fuerte de los liderazgos y que saber echarse a un lado es el más sólido de los seguros para preservar la imagen cosechada en otros tiempos  de entrega y lucha.

Y, por supuesto, esa lección nos obliga a reconocer y  respaldar el impecable y valioso esfuerzo de organización de la Junta Central Electoral. La entrega de resultados en tiempo record nos ha evitado, por el momento, fatal incertidumbre  y el retorno de un pasado de estériles confrontaciones.