El pasado lunes 21 de enero Barack Obama renovó su juramento para un segundo mandato como presidente de los Estados Unidos poniendo la mano de nuevo sobre la misma Biblia que había utilizado Abraham Lincoln a su llegada a la Casa Blanca unos 152 años atrás. Se convirtió oficialmente en el décimo sexto presidente reelecto de un total de 45 que ha tenido la nación. Consiguió la reelección en medio de un escenario de lenta recuperación luego de la mayor crisis económica desde los años treinta y habiendo hecho una gestión con la que satisfizo muy poco el cúmulo de expectativas que se crearon en su primera elección.

Tanto la elección como la reelección de Barack Obama han tenido un importante impacto democrático, pero los aportes de ambos eventos difieren entre sí. La primera elección fue mucho más significativa, ya que representó una ruptura paradigmática con un esquema, no oficial, aunque tradicional, de segregación racial en relación a la presidencia de la nación. La reelección, por su parte, normaliza la situación que facilita que otra persona negra, masculina o femenina, pueda ser electa a la presidencia del país, con lo que también se continuaría profundizando el desmantelamiento de los muros que se han constituidos en barreras de desigualdades raciales.

La primera elección de Obama

El 4 de noviembre del 2008, cuarenta y cinco años después que Martin Luther King enarbolara en las gradas del Lincoln Memorial aquel hermoso sueño de una sociedad más justa e igualitaria, se concretaba y personificaba este sueño en su forma más relevante con la elección de Barack Obama como el primer presidente negro de los Estados Unidos de Norteamérica. Obama es realmente mulato, pero el color de su piel y su fenotipo lo ubican netamente como un miembro de la llamada familia afroamericana del país.

Con el ascenso de Barack Obama a la primera posición de la nación, la Proclamación de Emancipación firmada por Abraham Lincoln, un rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia[1]”, floreció y llenó de luces el cielo de forma irreversible. Ese mismo 4 de noviembre retumbó con fuerza en los oídos de la nación la oda a la libertad recitada por el Dr. King en aquella gran concentración de 1963, repicando también en los Estados Unidos y el mundo todos los campanarios de libertad con una alegría estruendosa.

El triunfo de Barack Obama no era la victoria final de la justicia sobre la segregación y la desigualdad, pero la celebración era legítima al ser un contundente avance. Era un referente importante, “un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio[2]. Se había logrado un triunfo trascendente en una larga batalla contra el germen oprobioso de la desigualdad y el sentido de superioridad racial blanca.

El triunfo de Obama era democráticamente más significativo que el de Hillary

Barack Obama había competido en las primarias presidenciales del Partido Demócrata teniendo como principal contendora a Hillary Clinton. Desde el punto de vista del fortalecimiento democrático del país, era importante tanto la elección del primer presidente negro como la de la primera mujer. La combinación de ambas condiciones hubiese sido  la fórmula ideal para impactar con mayor fuerza los soportes idiosincráticos convencionales de la sociedad; pero ni los procesos históricos ni las opciones políticas se construyen en función de preferencias personales.

El triunfo de Obama produciría un mayor impacto considerando que en las grandes potencias occidentales los prejuicios raciales son más profundos y están más arraigados que los de género. Las ideas de equidad de género han venido progresando más rápido que las de igualdad racial y es muy probable que las primeras se logren con anterioridad a la eliminación del sentido de superioridad de las personas blancas. Occidente continúa contemplando con prejuicios y desprecio lo que entiende como el subdesarrollo y el fracaso de numerosas sociedades no blancas del planeta, mientras avanza rápidamente en el entendimiento de que hombres y mujeres deben tener los mismos derechos e iguales oportunidades.

El peor nombre para un candidato presidencial norteamericano

Además del color de su piel, otro elemento que llamaba la atención y que generaba dudas en torno a su victoria presidencial era su extraño nombre: Barack Hussein Obama. Los dos nombres y el apellido paterno son muy ajenos a los nacionales. Pero también es una extraña casualidad la relación homofónica de uno de los tres con el nombre de la figura más odiada del país en la década del 2000, Osama Bin Laden, y el que otro se corresponda totalmente con el apellido del más repudiado de los 90, Saddam Hussein; las dos personas de mayor rechazo en los Estados Unidos en los últimos 20 años, muy por encima de Fidel Castro o  Hugo Chávez. El nombre llama tanto la atención que parece el favorito de un concurso de creatividad donde se estuviese premiando el más contraproducente para un candidato presidencial norteamericano.

El que un Estados Unidos mayoritariamente blanco haya escogido por voto popular como presidente a un candidato negro con un nombre vinculado a personajes con referencias apocalípticas en los medios masivos de comunicación, fue un gran triunfo democrático para la nación.

La elección de Obama sorprendió a muchas personas en todo el globo que argumentaban que de resultar electo, el establishment o los grupos radicales de derecha terminarían asesinándolo en poco tiempo. Evidenció también la efectividad de las políticas de integración y unidad de la diversidad nacional que se promueven desde muy temprano en las escuelas y que forman a la población bajo el entendido de que son una nación de emigrantes, multirracial y multicultural. Políticas que se impulsan conscientemente para promover la cohesión nacional y para evitar cualquier tipo de división o secesión social, étnica o territorial.

Semiótica del poder

El triunfo electoral de Obama en el 2008 tuvo un importante impacto simbólico a nivel global, dada la principalía y el rol protagónico de los Estados Unidos en el escenario mundial. Que la cabeza formal de la primera potencia planetaria sea una persona de tez negra incide en la reversión de ideas y concepciones ancestrales que han reproducido la desigualdad por razones étnicas y raciales desde  los primeros agrupamientos humanos.

La elección de Obama fue recibida en forma positiva por una buena parte de la población del planeta. Rompió esquemas tradicionales, contribuyendo a la modificación de actitudes y prácticas, ya que los seres humanos vamos convirtiendo en normalidad y estándar social los hechos y sucesos con que interactuamos repetidamente. Una muestra de lo anterior es que la resistencia que concitó inicialmente su candidatura se ha reducido a una mínima expresión. El asunto racial no fue un tópico formal ni informal de campaña en las elecciones presidenciales recientes.

Un hito importante de todo este proceso es que en el santuario histórico representativo del poder político norteamericano resida una familia negra o considerada afroamericana; también, que millones de niños y niñas de nuevas generaciones  vean de forma natural y repetida en los medios masivos de comunicación que el presidente de su país es un negro, internalizando como normalidad revirtiendo la incubación y el desarrollo de prejuicios raciales y actitudes de discriminación.

Nunca olvidaré aquella foto de Sacha, la hija menor de Barack y Michelle Obama, observando con la ingenuidad de cualquier niña desde el asiento trasero de un vehículo blindado en su primer día de escuela luego de su llegada a la Casa Blanca. Esa foto que inclusive en otro contexto podría considerarse hasta grotesca, por el hecho de tener que someter una niña a tales medidas de seguridad, despierta una gran ternura por la inversión de la polaridad racial que significa. Luego de los inmensos padecimientos televisivos de Kunta Kinte, que mostraron y sensibilizaron a parte de la población mundial en relación a los horrores de la esclavitud del país, luego de tantos años de dolor, explotación, desigualdad y discriminación cabría en este caso la expresión popular: "Oh, pero este cuento si ha cambiado".

Que una familia negra tenga como vivienda legítima, aunque sea transitoriamente mientras dura el mandato presidencial de uno de sus miembros, a la mítica Casa Blanca, la morada oficial del poder político del país, es un hecho simbólico profundo y trascendente.

¿Cuál antepasado de Michel Obama esclavizado en una plantación de la sureña Georgia podría concebir que en unas siete generaciones una descendiente suya habitaría la legendaria Casa Blanca, no como personal de servicio o mayordomía sino como parte de la familia presidencial? ¿Cuál joven negra sentada en 1958 en el área segregada de un autobús  recorriendo un área pobre de Chicago podría soñar que sus dos hermosas nietas tendrían una relación habitual con la Casa Blanca, no como secretarias o personal de una área administrativa, sino como parte de la familia presidencial? Es un salto cuántico social lo que ha pasado. Es algo simple pero maravilloso lo que ha ocurrido.

Repercusión en la población negra del país

La primera elección de Obama constituyó un aporte importante para la población negra del país. Reforzó su empoderamiento y potencializó la confianza en sus capacidades sociales y políticas. Además, produjo una apertura de posibilidades, ya que si una persona negra está ocupando la cúspide del poder formal de la nación algo similar puede ocurrir más fácilmente en las altas posiciones de otras estructuras jerárquicas civiles o militares de la sociedad. Esta nueva realidad ha impactado la subjetividad nacional, contribuyendo a que la normativa legal que establece la igualdad de derechos civiles, se concrete más fácilmente como práctica y comportamiento social.

La actitud personal de Obama como presidente

Un elemento positivo a destacar de Obama es su seguridad personal y su capacidad natural para relacionarse en forma horizontal con quien le toca interactuar. Maneja muy bien la autoridad que le confiere el cargo, sin aplastar pero sacando a relucir el rango cuando alguien pretende irrespetar su investidura. Al no provenir de los guetos marginados del país se relaciona con sentido igualitario con todos sin importar su origen o jerarquía social, política o económica.

Nunca lo hemos visto recluido en algún refugio de inferioridad racial, ni doblegado a ningún poder o influencia personal, que siempre será formalmente inferior al rango y la categoría del puesto que ocupa. Su desempeño público ha sido digno y de muy buen nivel, lo que le ha granjeado el respeto del Congreso, del partido opositor y de la sociedad en su conjunto. Su ausencia de resentimiento o deseo de retaliación le otorgan condiciones y una limpieza natural para ser el líder multirracial que es hoy día.

La primera gestión de Obama y su relección

Muchos seguimos el primer proceso electoral de Obama con una pasión que no se había manifestado con ninguna otra candidatura presidencial. Esa pasión no fue producto de expectativas en torno a su futura gestión, ya que sabíamos que gobernaría un sistema muy organizado y estructurado, en el que, en términos generales, los presidentes pueden hacer cambios marginales y superficiales, pero donde las modificaciones estructurales son difíciles y están muy sujetas a grandes intereses económicos, políticos y militares.

Las concepciones y propuestas de Obama eran más conservadoras que las de buena parte de quienes simpatizábamos con él. El balance que seguíamos con Barack Obama correspondería más a lo simbólico de su elección que a la calidad y los resultados de su gestión. Pero el que Obama realizara una buena gestión era conveniente, no sólo por la contribución positiva de esos hechos, sino también como confirmación de que la decisión de su elección había sido correcta. Su gestión sería también una especie de evidencia de las capacidades y el legado del primer negro conduciendo el que posiblemente es el país más difícil y complejo del planeta.

La reelección de Obama muestra que la sociedad norteamericana asumió y potabilizó el hecho de su primer período presidencial de forma positiva, a pesar de la gran decepción que produjo y de que la mayor parte de las promesas de cambio no sucedieron. Ahora Obama está en un segundo y último round con más experiencia. Está consciente de que esta es su última oportunidad para avanzar en la construcción del legado histórico que tiene pendiente con la población más pobre y desesperanzada de su país. Él sabe que no hay chances adicionales y su discurso de toma de posesión para el segundo mandato evidencia que se debate en el dilema del "ahora o nunca, esperando nosotros a que sea fiel a su expresión: "Los patriotas de 1776 no lucharon para reemplazar la tiranía de un rey con los privilegios de unos cuantos ni con el mandato de un tumulto. Ellos nos entregaron una república, un Gobierno de la gente, por la gente y para la gente".


[1] Martin Luther King: Yo tengo un sueño, 28 de agosto 1963.

[2] Ibid.