Si bien el siglo XVI fue dominado por España para fundar ciudades y establecer verdaderos centros administrativos extensivos de la Corona, en el siglo siguiente se resquebrajó ese liderazgo con la intervención cada vez mayor de Inglaterra, Holanda y Francia en el Caribe.

En ese siglo estas tres naciones cambiaron la estrategia de penetrar fugazmente a las ciudades caribeñas para saquearlas, con graves consecuencias económicas y psicológicas en sus habitantes, apostaron por conquistarlas y establecer sus propias colonias en ellas. Iniciaron con arrebatarle a España las islas de Barlovento, Sotavento y las Lucayas, y terminaron con el intento de adicionarse las Antillas Mayores. El plan fracasado de Oliver Cromwell de convertir a La Española en la sede inglesa en el Caribe terminó con la apropiación de Jamaica en 1655, además de incursiones importantes en Cuba y Puerto Rico.

Imagen de sir Oliver Cromwell, Lord Protector de la mancomunidad de Inglaterra, Escocia e Irlanda de 1653 a 1658. Bajo su gobierno se planificó la invasión a Santo Domingo, a cargo de Penn y Venables, en 1655.

Estos hechos históricos tuvieron sus consecuencias en el urbanismo de toda la región. El surgimiento de nuevas ciudades caribeñas fundadas por naciones protestantes muestran características distintas a las precedentes, de origen español. Resulta aún más interesante ver cómo algunas de ellas pasaban de mano en mano entre Francia, Holanda o Inglaterra y las marcas en el territorio de tales cambios políticos todavía pueden identificarse en el presente, a pesar de la superposición de decisiones políticas en el territorio.

En términos más amplios, las ciudades caribeñas de origen español, más antiguas que las demás, respondieron a esquemas físico-espaciales con objetivos de permanencia, consideradas una extensión tangible de la Corona con la erección de edificios simbólicos del poder político y religioso. De alguna manera, seguían el ideal de la Ciudad de Dios que ya San Agustín había planteado en el siglo V, apoyados en los conceptos ideales de Vitruvio, en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino (Deregiminen principium), los estudios de Francesc Eiximenis del siglo XV y completados con los tratados de los urbanistas italianos del siglo XV y XVI. La búsqueda del orden estuvo planteado como la “visión de Dios" para el territorio.

Extracto de La ciudad de Dios, de Agustín de Hipona, escrita en el siglo V.

El modelo primario de organización del asentamiento iniciado en Santo Domingo en 1502 es un reflejo del interés de España de fijar escenarios que facilitaran el control administrativo y el orden social. El propio rey Fernando el Católico instruyó a Ovando el 16 de septiembre de 1501 para que fundase “nuevas ciudades en La Española y recomendó situarlas en lugares apropiados para tal fin, dejó sin embargo al gobernador la libertad de acción y la decisión acerca de la localización de las nuevas aldeas, no limitándolo con normas particulares algunas” (Wyrobisz:16).

Cuando Nicolás de Ovando y su equipo hicieron las primeras trazas de Santo Domingo en la margen occidental del río Ozama, estuvieron conscientes de que se trataba de la sede del Imperio español en Indias. Con ese objetivo, la trama tipo damero inaugurada aquí en los inicios del siglo XVI se convirtió en el modelo a seguir por los conquistadores españoles hasta los confines del continente americano. Se trataba de una acción política en el territorio en la que se sintetizaba el aumento de la dimensión imperial de la península ibérica en el mundo.

Según el cronista Bernal Díaz del Castillo, la acción fundacional se repetía con trazar una plaza (con toda seguridad rectangular) y se señaló el lugar para la iglesia. El propio rey español volvió a recomendar tanto a Diego Colón (1509) y a Pedrarias Dávila (1513), que “las ciudades fuesen construidas en las costas, en lugares apropiados para la navegación, donde las naves pudieran abastecerse de agua y alimentos, cargar y descargar mercancías; recomendó que tales ciudades estuviesen localizadas en sitios salubres y no húmedos, con agua potable y buen aire, en cercanía de bosques y de tierras cultivables. A continuación el dicho documento real describía en forma bastante detallada el procedimiento a seguir cuando se fundase una ciudad: había que medir la plaza, indicar un sitio para construir la iglesia, trazar las calles, distribuir parcelas para la construcción de casas, también había que proseguir a la elección de los funcionarios para la cadencia anual” (Wyrobisz:17).

La Plaza Mayor fue el punto central de la organización del territorio urbano de toda hispanoamérica. Imagen de la Plaza Mayor de Madrid en el siglo XVII. Tomada de http://www.secretosdemadrid.es/cinco-curiosidades-de-la-plaza-mayor-de-madrid/

En consecuencia, en las ciudades españolas de las Antillas la fortaleza de sus edificios quedó marcada por las ordenanzas reales y sus edificios consolidados con la piedra, con el sello nobiliario en algunas viviendas privadas y con la escala de sus inmuebles civiles. El símbolo del poder se trasladó hacia las huellas militares, civiles y religiosas cuyos signos representativos estuvieron comprimidos en el espacio público centralizado de la Plaza Mayor.

Alrededor de ese espacio de convergencias sociales y políticas, el templo católico se adhería de forma perenne en una competencia significativa con la administración municipal, la fuerza militar y la preponderancia social. Esta combinación de factores será repetida una y otra vez en las distintas vecindades españolas en toda la región sin importar la escala de las mismas, siguiendo las Ordenanzas de Felipe II del 15 de julio de 1573, en las que la dualidad centro-periferia será una constante en el desarrollo territorial.

En la próxima entrega veremos la diferencia entre esta política de ocupación y desarrollo del territorio y las características de las ciudades protestantes de las islas del Caribe fundadas en el siglo XVII.

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Referencias

  1. Wyrobisz, A. (1980). La ordenanza de Felipe II del año 1573 y la construcción de ciudades coloniales españolas en la América. En Estudios Latinoamericanos 7, 1980 PL ISSN 0137-308.
Las Ordenanzas de descubrimientos, nueva población y pacificación de las Indias, promulgadas por Felipe II, en 1576.