Hace apenas un par de semanas que cumplí la friolera, o mejor dicho, la calurosa cantidad de cuarenta y nueve años de mi llegada a la República Dominicana, la cual fue por mera casualidad y sin ninguna intención de permanecer más que unos días en el Festival del Merengue de aquellos tiempos, pues el destino final de mi periplo aventurero, después de pisar Nueva York y Puerto Rico, era el de adentrarme y conocer las selvas de Venezuela o Colombia.

Por suerte y por otras circunstancias fortuitas me quedé en esta otra ¨selva¨ tan peculiar donde me casé con una indígena de la capital y procreé cuatro nativos hijos y ya tengo diez indígenas nietos. Cuando uno llega a un país totalmente desconocido es normal que le sucedan cosas y casos raros y anecdóticos. A mí me pasaron varios con el lenguaje diario dominicano que si bien es el castellano, tiene multitud de palabras propias y expresiones bien curiosas y simpáticas. Tengo cuatro choques de esta naturaleza idiomática que no se me olvidarán nunca.

La primera fue cuando un amigo (hice muchos y buenos de inmediato) me invitó a desayunar en una cafetería de la calle del Conde. Yo pedí un café con leche y un sándwich y él, para mi sorpresa, demandó al camarero también un sándwich y un medio pollo. La verdad es que este pedido me extrañó que además de un sándwich que en aquellos tiempos eran muy hermosos y abundantes, se incluyera ¡medio pollo…! yo decía para mis adentros ¡Qué tipo tan bárbaro si se desayuna además del bocadillo con medio pollo, me imagino que en la comida del medio día habrá que servirle un gallinero entero!

Así pues al terminar ambos las consumiciones me dijo: Bien, nos vamos ya. Yo le respondí que aún no le habían servido el medio pollo y me contestó que sí, que ya lo tenía en el estómago. Yo insistía en que no se lo habían servido, que estaba bien atento y no lo había visto y él decía que sí… hasta que se dio cuenta y me aclaró entre risas que el medio pollo era el café con leche, que aquí se le llamaba popularmente de esa manera tan especial y sabrosa. Primera lección lingüística aprendida: el medio pollo es mezcla de jugo de vaca y carne fabricada con maíz.

La segunda fue con un platanero de los llamados triciculeros, Me han gustado mucho desde siempre los guineos, que en España se les llama justamente plátanos, y los de este país me han fascinado que por su sabor y textura son fuera de serie y los manzano para morirse de gusto y deleite. Bien, vi que el triciculero pregonaba ¡Plátanos! ¡Plátanos amarillos! Me acerqué, eran enormes, nunca había visto unos ejemplares tan magníficos, largos, gruesos, de un amarillo sol reluciente, y le pregunté ¿Estos tan grandes de verdad son plátanos?  Ante su categórica afirmación ¡claro qué son plátanos! Me animé y me llevé una docena, más contento que un día de cobro con bono de fin de año añadido esperando darme un banquete frutal como nunca antes.

Al llegar a la pensión donde residí por unos meses ¡Pobre de mí! me di cuenta al abrir uno de ellos que no eran los blandos para comer ¨in situ¨ sino los duros para cocinarlos al horno o al caldero -qué también me fascinan- Así que segunda lección lingüística aprendida: plátano español es guineo dominicano.

Vamos con la tercera. A los tres o cuatro días de llegar al país y mientras paseaba por la calle del Conde me abordaron un par muchachas -hermanas- muy lindas y simpáticas -debieron verme cara de pariguayo recién llegado- preguntándome de dónde era y a qué venía pues por aquel entonces el turismo estaba poco desarrollado, y después de charlar un rato muy amenamente me invitaron el domingo próximo ( era tres días después) a su casa que harían una pequeña fiesta de cumpleaños y así conocería y me relacionaría con más jóvenes dominicanos. Un tanto sorprendido por tanta amistad espontánea dudé en acudir por si era una broma, pero viendo con la sinceridad que me lo ofrecieron allí fui.

Domingo por la tarde: Ringgggg, ¡Oh, qué bueno que viniste! ¡Cuánto nos alegramos de verte! ¡Chicos, chicas, este es Sergio, un amigo! Y así comenzó mi primer contacto con gente de la capital. En un momento determinado, cuando el calor me tenía medio muerto -era plena mitad de un mes de julio sin piedad- me asomé a un balcón para tomar una bocanadas de aire menos asfixiante y una de las anfitrionas me dijo, ten cuidado pues ya es de noche y hay unos pajaritos que se te meten por los ojos, son muy molestos, sin más explicaciones volvió con sus amigos.

Yo me quedé asombrado y me dije para mí mismo qué clase país era este que los pájaros se meten en los ojos ¡claro qué tiene que ser molesto, debe ser dolorosísimo! Así que me mantuve a distancia prudente del balcón con todo el calor que hacía dentro, más valía morir deshidratado que perder un ojo o los dos por un pájaro que bien podía ser una especie de vampiro nocturno enano.

Poco después aprendí que en Dominicana un pájaro puede ser cualquier animal sobre todo si es extraño. Pájaro grande ese, a un elefante. Pájaro raro ese, a un calamar, Pájaro feo ese, a un perezoso de la selva, y claro: Pajaritos molestos, unos diminutos mosquitos que pueden ¨entrar¨ en un ojo.

La cuarta lección la recibí al ir a revelar un carrete fotográfico, pregunté cuanto tardaría en tener las fotografías y me dijeron que estarían ¨ahorita¨, contento con la respuesta pues indicaba rapidez en la operación, me puse a esperar, a la hora más o menos volví a preguntar y recibí la misma contestación: no se apure, ahorita.

Salí a hacer unas compras y otra hora después volví. Entonces la muchacha que atendía el negocio  nada más entrar me dijo, mejor venga esta tarde… y a punto de marcharme ya un tanto molesto por la impuntualidad me dijo ¡o mejor venga mañana! Ahí aprendí que el ahorita dominicano puede estirarse más que un chicle, un rato, un día, una semana… o una eternidad.

Después con el tiempo he ido aprendiendo muchas palabras, dichos y refranes, que me maravillan y los uso tanto en el habla diaria como en los escritos, desde el chivo sin ley hasta puerco no se rasca en javilla, o el simpatiquísimo chin-chin, la socorrida vaina, o el ilustrativo descricaje. Me encantan, me divierten, me enriquecen el léxico y son fabulosas para escribir disparates de todas clases, mi especialidad. ¡E´ la cosa, tamo´claro!