Francisco Gómez de Quevedo y Villegas y Santibáñez Cevallos, más conocido para el gran público como Francisco Quevedo y Villegas y todavía mucho más por simplemente Quevedo, fue un escritor español que nació entre la segunda mitad del Siglo XVI y murió en los principios del S XVII a los 65 años, en el periodo llamado El Siglo de Oro, llegando por su talento y habilidades a ser un alto cortesano del rey Felipe IV, y logró una gran fama tanto por sus numerosas obras literarias entre las que se destaca El Buscón don Pablos y los Sueños, dejando también más de mil poesías serias y terribles, como la que le dedicó a su archienemigo del oficio de la pluma Góngora y Argote, ¨Érase un hombre a una nariz pegado¨, divertidísima, y así mismo por la mordacidad, cinismo y descaro que practicó en su vida real, llena de anécdotas de humor picante, corrosivo y hasta escatológico, y situaciones provocadoras cuyo recuerdo aún perduran entre el público de nuestros días con la misma popularidad que tuvo en su propia época, o más aún por la conectividad existente de nuestros tiempos.

Ya saben ustedes que yo soy mordaz por naturaleza y aunque Quevedo no es santo de mi devoción por las pésimas opiniones que tenía sobre los catalanes, hay que reconocerle que en materia de sarcasmos y temas afines es posiblemente el Rey de los burlones, y eso que en casi quinientos de años de historia los ha habido al por mayor y detalle. Aquí queremos señalar algunas de sus principales anécdotas.

LA DE ORINAR

En aquellos tiempos en que la higiene brillaba por su ausencia, era común que la gente, sobre todo los hombres, cuando tenían necesidades, orinaban en las paredes o muros exteriores de las viviendas o edificios. Para evitarlo muchos ponían altares o estatuas de santos intentando así frenar esas sucias formas de desagües humanos. Quevedo se orinaba con mucha frecuencia en la fachada de una casa en particular, el propietario de la misma harto de este tipo de vagabunderías puso una cruz y un cartel en la pared que decía ¨Donde hay cruces no se orina¨, al día siguiente el amigo Quevedo, en respuesta, puso otro cartel en que decía ¨Donde se orina no se ponen cruces¨.

LA DE LOS CLAVELES Y ROSAS

Esta es posiblemente su anécdota más popular, la más conocida, la reina Mariana de Austria esposa de Felipe IV, tenía una cojera bastante visible pero nadie en la corte se atrevía a decirlo ni comentarlo so pena de caer en desgracia. Pero Quevedo apostó con unos amigos a que él le diría que era coja. Así las cosas, un día se presentó ante la reina con dos ramos de flores, uno de  claveles y otro de rosas, haciendo las acostumbradas reverencias de la época le dijo: ¨Entre claveles y rosas su majestad escoja¨, la reina le contestó que sabía que le había llamado coja, pero que elegía las rosas. Quevedo ganó la apuesta pero de ahí en adelante no le fueron tan bien las cosas en la corte, la reina tomó venganza del agravio.

LA DEL PEDO

Se cuenta que Quevedo adelante y el Rey atrás iban subiendo por una escalara cuando al primero, Quevedo, se le desató un cordón del zapato, se agachó para atárselo y como su parte trasera, el culo si lo prefieren, quedaba muy cerca del rey, éste le dio unas palmadas en las nalgas para que siguiera el camino a lo cual respondió Quevedo con una fuerte flatulencia o pedo, como quieran llamarle, delante de la cara del monarca, y el rey dijo ¨Hombre, Quevedo…¨ y Quevedo le respondió: ¨ A qué puerta llamará el rey que no le abran¨.

LA DE LA BOFETADA

En una ágape palaciego ofrecida por el rey, Quevedo volcó accidentalmente su plato de comida sobre el comensal que estaba a su lado embarrándole todo el vestido que debía ser de lujo para esa ocasión, en respuesta a tal desaguisado le propinó una bofetada a Quevedo, quien a su vez le dio otra al comensal que le quedaba al otro lado… con tan mala suerte que era el mismo rey, todos quedaron estupefactos, que alguien le diera una galleta al rey era un ofensa que podía acabar en la cárcel o en el patíbulo, pero Quevedo reaccionó con su ingenio nato y dijo ¡Qué siga la rueda! (la rueda de bofetadas como si fuera un juego) y así pudo salir del lío tan tremendo en que había caído.

LA DE LA ALFOMBRA

Quevedo tenía relaciones con una dama, al enterarse el marido de esta, un hombre importante, y dado que no podía entablar un duelo pues estaba severamente prohibido, fue al rey y le pidió que le hiciera un permiso para defecarse o cagarse, como prefieran, en la alfombra de Quevedo. El rey posiblemente extrañado o divertido con este tipo de venganza nada usual lo firmó. El marido burlado fue a la casa de Quevedo mostrándole el permiso real para hacer ese tipo específico de necesidad fisiológica sobre su alfombra. Quevedo leyó el documento y le respondió: Aquí dice defecarse, pero si cae el menor chorro de orines, lo denunciaré al alguacil y lo demandaré por daños y perjuicios. El marido pensando en lo difícil que es hacer la necesidad mayor sin la otra menor, se retiró con su carga intestinal dos veces burlado, una por la mujer y otra por el permiso del rey.

LA DE LA CARRETA

El rey , harto y muy enfadado por las travesuras y desplantes de Quevedo decidió expulsarlo de la corte y del país, le dijo ¨no vuelvas a pisar tierra castellana nunca más¨ Quevedo sacudió el polvo de los zapatos y se encaminó a su exilio en Portugal, una vez allí compró una carreta, la llenó de tierra y siempre sobre ella se encaminó hacia la corte situada en Madrid presentándose ante el rey, cuando este lo vio le dijo encolerizado: ¡No te dije que no pisaras más tierra castellana!¨ a lo que respondió Quevedo: ¨Majestad estoy sobre tierra portuguesa¨ cumpliendo de esa manera tan original con el mandato real. Al rey le hizo gracia la artimaña y lo perdonó una vez más posiblemente pensando también que un individuo con esa capacidad de imaginación y respuesta sería más conveniente tenerlo cerca que lejos.

Ya ven amigos lectores el talante del personaje en cuestión. Quevedo tiene otras muchas anécdotas, unas reales y otras atribuidas, pero que le calzan al pie derecho con total exactitud, cientos de chistes a sus costillas y frases importantes e impactantes como las de que ¨Nadie promete tanto como el que no tiene intención de cumplir¨ o  ¨Todos los que parecen estúpidos lo son y además lo son la mitad de los que no lo parecen¨. Lo dicho Quevedo es el rey de los burlones desde hace cinco siglos. Hay que ser mucho burlón para conseguirlo ¡Pero mucho!