NO SÉ cuándo se inventó la rueda ni quién la inventó.

Sin embargo, no tengo dudas de que fue inventada una y otra vez, con muchos inventores felices de compartir la gloria.

Lo mismo es válido para la Confederación Israelí-Palestina. De vez en cuando aparece en público como una idea nueva, con otro grupo de inventores que orgullosamente la presentan al público.

Esto sólo muestra que no se puede suprimir una buena idea. Aparece una y otra vez. Durante las últimas semanas, han aparecido en varios artículos presentados por los nuevos inventores.

Cada vez que sucede, me quito el sombrero −si lo tuviera−. Como hacían los europeos cuando conocían a una señora o ante un viejo conocido.

EN REALIDAD, el Plan de Partición de las Naciones Unidas adoptado por la Asamblea General el 29 de noviembre de 1947 (Resolución 181) ya propuso una especie de confederación, aunque sin utilizar el término. Dijo que los dos nuevos estados que creó −uno árabe, otro judío, con Jerusalén como unidad separada− estarían juntos mediante una “unión económica".

Pocos días después, estalló la “guerra de 1948”. Fue una guerra amarga y cruel, y cuando terminó a principios de 1949, no quedó nada de la resolución de la ONU. Todavía había algunas negociaciones inconexas, pero se agotaron.

La guerra había creado “hechos sobre el terreno”: Israel controlaba mucho más territorio del que se le había asignado, Jordania y Egipto habían tomado lo que quedaba; Palestina había dejado de existir, hasta el mismo nombre borrado del mapa, con la mitad del pueblo palestino expulsado de sus hogares.

Inmediatamente después de la guerra, traté de armar un grupo de jóvenes judíos, musulmanes y drusos para propagar la creación de un estado palestino junto al nuevo Estado de Israel. Esta iniciativa no condujo a ninguna parte. En 1954, cuando algunos palestinos de Cisjordania se rebelaron contra sus amos jordanos, publiqué un llamamiento para que el gobierno israelí apoyara la creación de un estado palestino. Fue ignorado.

Tres años después, la idea de una federación israelí-palestina tomó una forma seria. El ataque israelí de 1956 contra Egipto, en complicidad con Francia y el Reino Unido, despertó el disgusto de muchos israelíes. En medio de la guerra, recibí una llamada telefónica de Nathan Yellin-Mor. Él propuso que hiciéramos algo al respecto.

Yellin-Mor había sido el líder político de Lehi (alias la “pandilla Stern”), la más extremista de las tres organizaciones clandestinas que lucharon contra el dominio británico. Yo era el propietario y editor en jefe de una popular revista de noticias.

Creamos un grupo llamado Acción Semítica. Como primer paso, decidimos componer un documento. No era uno de esos débiles programas políticos que se publican hoy y se olvidan mañana, sino un plan serio para la reforma total del Estado de Israel. Nos tomó más de un año.

Éramos unas 20 personas, la mayoría de ellos prominentes en su campo, y nos reuníamos al menos una vez a la semana para nuestras deliberaciones. Dividimos los temas entre nosotros. El tema de la paz con los árabes me tocó a mí.

LA BASE del nuevo credo era que nosotros, los israelíes, somos una nación nueva, no aparte del pueblo judío sino parte de él, al igual que Australia era una nueva nación dentro de la comunidad anglosajona. Una nueva nación creada por su situación geopolítica, clima, cultura y tradiciones.

(A principios de la década de 1940, un puñado de poetas y escritores apodados los cananeos habían propuesto algo similar, pero negaron toda conexión con el pueblo judío mundial y también negaron la existencia de la nación o naciones árabes.)

En nuestra opinión, la nueva nación “hebrea” era una parte de la “Región Semítica” y por lo tanto un aliado natural de las naciones árabes. (Nos negamos categóricamente a llamarlo “Oriente Medio”, un término eurocéntrico, imperialista).

En una docena de párrafos detallados esbozamos la estructura de una federación que consistiría en los dos estados soberanos de Israel y Palestina y estaría a cargo de sus intereses económicos y de otro tipo. Los ciudadanos de cualquiera de los dos estados viajarían libremente en el otro, pero no se les permitiría establecerse allí.

Previmos que esta federación se convertiría, a su debido tiempo, en una confederación más amplia de todos los países de la región semítica en Asia y África.

Otros capítulos trataron la separación total entre el Estado y la religión, la inmigración libre, las relaciones con las comunidades judías de todo el mundo y una economía socialdemócrata.

El documento, llamado “El Manifiesto Hebreo”, fue publicado antes de que el Estado de Israel tuviera diez años.

A CRISTÓBAL COLÓN, el hombre que “descubrió” América, se le preguntó cómo hacer que un huevo se mantuviera parado. El golpeó el extremo del huevo sobre la mesa y… ¡mirad! Está en pie.

Desde entonces, el “Huevo de Colón” se ha convertido en una imagen proverbial en muchas lenguas, incluyendo el hebreo. La idea de una federación en Palestina es como un huevo. Combina dos principios: uno, que habría un país entre el mar Mediterráneo y el río Jordán; y dos, que tanto israelíes como palestinos vivirían en su propio estado independiente.

El “Todo Eretz Israel” y el “Toda Palestina” son lemas de derecha. La “Solución de dos estados” pertenece a la izquierda.

En este debate, la “federación” y la “confederación” se usan a menudo indistintamente. Y, de hecho, nadie sabe la diferencia.

Se acepta generalmente que en una federación la autoridad central tiene más poderes, mientras que en una “confederación” se otorgan más poderes a las unidades componentes. Pero esa es una distinción imprecisa.

La guerra civil norteamericana se libró entre la “confederación” del Sur, que quería conservar los derechos de los estados componentes en muchos campos (con los campos atendidos por esclavos), y la federación del Norte, que quería que el gobierno central conservara la mayoría de los poderes importantes.

El mundo está lleno de federaciones y confederaciones. Estados Unidos, la Federación de Rusia, la Confederación Suiza, el Reino Unido, la Bundesrepublik Deutschland (traducción oficial: República Federal de Alemania), etc.

No hay dos entre ellas que se parezcan completamente. Los Estados son tan diferentes entre sí como los seres humanos. Cada estado es el producto de su geografía, el carácter especial de sus pueblos, su historia, sus guerras, sus amores y sus odios.

Los miembros de una federación no tienen que amarse los unos a los otros. La semana pasada, de una manera extraña, la guerra civil estadounidense se libró de nuevo en una ciudad sureña, al pie de la estatua de un general del sur. Los bávaros no sienten gran amor por los “prusianos” del norte; a muchos escoceses les encantaría deshacerse de los malditos ingleses, al igual que a muchos quebequenses de Canadá de los anglófonos. Pero los intereses comunes son fuertes, y con mucha frecuencia prevalecen.

Cuando no es un matrimonio por amor, es por lo menos un matrimonio de conveniencia.

Los avances técnicos y las demandas de la economía moderna unen al mundo en unidades cada vez mayores. La muy difundida “globalización” es una necesidad mundial. Las personas que ondean la “Bonnie Blue Flag”* o la esvástica hacen el ridículo.

Un día, en el futuro, las personas sentirán compasión de ellas, como la gente de hoy compadece a los luditas que destrozaron las máquinas al principio de la era industrial.

VOLVAMOS a nosotros.

La idea de una federación o confederación de Israel / Palestina puede sonar simple, pero no lo es. Hay muchos obstáculos.

En primer lugar, está la gran diferencia en el nivel de vida de los dos pueblos. Se necesitaría una ayuda masiva del mundo rico para los palestinos.

El odio histórico entre los dos pueblos, no desde 1967, no desde 1948, sino desde el principio en 1882, debe ser superado. Esto no es un trabajo de los políticos, sino de los escritores y poetas, historiadores y filósofos, músicos, bailarines…

Parece una misión desalentadora, pero estoy profundamente convencido de que es más fácil de lo que parece. En los hospitales israelíes (médicos y enfermeras), en las universidades (profesores y estudiantes) y, naturalmente, en las manifestaciones conjuntas de paz, ya existen puentes entre ambos pueblos.

El hecho mismo de que la idea de la federación surja una y otra vez demuestra su necesidad. Los grupos de activistas que lo están planteando ahora aún no habían nacido cuando propusimos la idea, pero su mensaje suena nuevo y fresco.

¡Que prospere su causa!

*  “Bonnie Blue Flag” era una bandera no oficial de los Estados Confederados de América (del sur de Estados Unidos) al comienzo de la guerra de secesión que comenzó en 1861 hasta 1865.